sábado, 6 de diciembre de 2008

CENTRO CULTURAL TERESA ISRAEL


La expresión vital y la cultura artificiosa, cara a cara


En una nueva fase de la constante tirantez que desde el mismísimo momento de su asunción mantiene el Gobierno de la Ciudad con algunos movimientos sociales y culturales del distrito, las autoridades porteñas clausuraron el Centro Cultural Teresa Israel, perteneciente a nuestro barrio, por carecer de las habilitaciones correspondientes. Este emprendimiento había surgido en 1988 cuando un grupo de jóvenes provenientes de diversas organizaciones transformaron una casa abandonada, ubicada en la esquina de Acuña de Figueroa y Humahuaca, en la sede de un pujante centro cultural que fue bautizado La Casa de Teresa, en honor a Teresa Israel, abogada de presos políticos, desaparecida durante la dictadura, en 1977, a los 24 años. Residente de Almagro, Teresa Israel se había recibido de maestra en el Normal 7.

Después de estar inactivo durante cinco años, el lugar se reinauguró en septiembre de 2007 con un homenaje a la joven militante del Partido Comunista. En esta nueva etapa, La Casa de Teresa fue concebida como un espacio de investigación y producción artístico-cultural, y fundamentalmente como un ámbito de participación social. Así lo definió su director, Mariano Randazzo: “Decidimos conformar un centro cultural distinto donde no primara el lucro sino la posibilidad de acceso al arte, la cultura, el debate de ideas, la participación de los vecinos, en una palabra, un lugar de puertas abiertas. Consideramos que estos espacios alternativos, comunitarios y autogestivos antes que legales, son legítimos”. En este sentido, el centro promueve iniciativas auspiciosas como la participación en la Asamblea abierta y popular de Almagro, que se realiza todos los meses en la Plaza del mismo nombre, donde los vecinos debaten sobre los problemas del barrio y elaboran posibles soluciones entre todos. Asimismo, la entidad trabaja en estrecha relación con el Centro de Estudiantes del Normal 7 y la ONG África y su Diáspora, que se aboca al tema de la discriminación racial. Otro proyecto valioso es el educativo barrial AulaVereda, que consiste en un programa de apoyo escolar gratuito al cual concurren 50 chicos todos los sábados.

La faceta artística la despliega el Colectivo Oscuminoso, un conjunto de 20 jóvenes -formados en el centro en distintas ramas del arte- que ensayan y producen obras musicales o teatrales, luego representadas en el local. “Estos espectáculos nocturnos nos permiten poner un escenario a disposición de nuevos artistas y, a la vez, autofinanciarnos con la recaudación de la barra. Como puede verse, estamos plenamente integrados a la comunidad”, afirmó con satisfacción Randazzo.

A partir de la clausura de septiembre, la institución funciona sólo de día. Si bien el director admitió que la sede no cumple con todos los requisitos legales, atribuyó la drástica medida a una política deliberada de las autoridades de la Comuna, vinculada a una noción empresarial de la cultura: “El cierre del centro no se ordenó porque a Macri le preocupara la seguridad de los vecinos sino porque su interés está en el negocio. Estas agrupaciones sociales alternativas atentan contra su política cultural supeditada al turismo. De hecho, Macri no habla de una ciudad cultural sino ‘turística’. Cerrar un espacio comunitario significa desconocer la historia y el patrimonio de cada barrio. En vez de utilizar como carnet de identidad de la ciudad su enorme propuesta cultural, el gobierno nos persigue y alienta la eliminación de este tipo de espacios, que son ni más ni menos que lugares de encuentro de los vecinos y de los artistas, regidos por un sentido de unidad”.

Randazzo reveló que se acaba de iniciar el trámite para la habilitación, que sería dificultoso porque a estos pequeños locales se les exige requisitos tan severos como a un teatro oficial. Al mismo tiempo, se presentó un recurso ante el Ejecutivo donde se solicita el reconocimiento de la entidad como propietaria de la casa dado que la ocupa desde hace 20 años. Según el encargado del centro, “no tenemos habilitación pero nunca nos exponemos a situaciones riesgosas. No pretendemos una autorización para el ingreso de 200 o 400 personas al local, ya que nuestras actividades apuntan a grupos reducidos. Además, arreglamos la sede, mejoramos el aspecto relativo a la seguridad y pintamos un mural nuevo, más lindo que el anterior. En definitiva, se trata de una cuestión de actitud: en vez de ayudarnos para reformar el lugar o facilitar los trámites para legalizarlo, el gobierno apela únicamente a la clausura”.

La confrontación está demarcada: la expresión comunitaria y genuina versus la cultura insulsa y banal, volcada sólo al lucro, ese monstruo que tristemente parece haber copado y enajenado tantas conciencias. Ya se verá el resultado de esta eterna pulseada.

Laura Brosio

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