Un mano a mano con “Chubut,
“Siempre quise trabajar sobre la extranjerización de tierras en la Patagonia, antes siquiera de saber que iba a estudiar cine”. Así arrancó la entrevista con Carlos Echeverría, documentalista barilochense, autor de la película “Chubut, Libertad y Tierra”.
Es que escuchándolo en una entrevista que duró más de una hora, una sabe que no podría ser de otra manera. Hombre comprometido hasta los huesos con nuestra realidad. Y me detengo un segundo para recomendarles que miren (o que re-remiren porque vale mucho la pena) “Juan, como si nada hubiera sucedido”, documental sobre el secuestro y desaparición de otro barilochense, Juan Marcos Herman, en julio de 1977. Imaginarán el contexto: durísimo. Así y todo, fue el primer cineasta argentino que expuso (ya en democracia) a militares represores de la última dictadura cívico -militar.
Paso otra más: la inolvidable “Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia” que brinda una especie de antesala al nuevo trabajo. Narra la vida e historias de esquiladores en tierras sureñas, llegados desde distintos puntos de Argentina, que sufren injusticias cotidianas naturalizadas por estos pagos. Traigo a colación estas dos sólo por mencionarles algunas. En verdad, todas sus obras se caracterizan por ser un material valiosísimo para nuestra memoria e historia, porque están cargadas de denuncias sociales y porque la calidad de la investigación y detalles con las que cuentan no se ven todos los días. Ahora sí, ya sabiendo de qué estamos hablando, continúo.
“Viajaba de chico a toda la región. Visitaba estancias a través de familiares que trabajaban ahí. Mi abuelo, el papá de mi mamá, era administrador de campos chicos. Era un tipo que hacía muy mal sus contratos, prácticamente no ganaba un mango pero tenía la posibilidad de quedarse viviendo ahí. A los dueños de las estancias esto les convenía, porque hacía arreglos de palabra. Tuvo una vida itinerante con mi abuela y con sus hijos, entre ellos mi mamá. Giraron por Río Negro, Neuquén y Chile”, dijo Echeverría y así confesó sus primeros acercamientos con la temática de su nueva película.
Más adelante hará hincapié en que fue su madre quien le reveló los verdaderos trasfondos de la vida en campos patagónicos: peones esquilmados, maltratados, imposibilitados de salir, con la restricción de consumir sólo en almacenes de las mismas estancias para las que trabajaban y en las cuales dejaban prácticamente todos sus sueldos.“Todas cosas que mi vieja vio y que la hicieron sufrir, por más que no le ocurrieran directamente. Me hizo una descripción muy acabada de lo que era la vida en el campo, del silencio e impunidad”, recordó. Aquí entonces el porqué del dedicarle a ella este nuevo proyecto que se estrenará oficialmente el 3 de julio en una sala comercial de Buenos Aires y en el Malba.
De grande, Carlos también experimentó esa impunidad y esa crudeza de la que le hablaba su mamá. Contó una anécdota que lo caló hondo: “de chico iba a estancias gracias a un tío que era mayordomo. Di una mano con las ovejas, en la marcación. Cuando iba me gustaba mucho trabajar. En una oportunidad, nos pusimos a tocar la guitarra con la peonada de una estancia. Tenía una muy buena relación con casi todos y esto a los dueños les molestó; mi vínculo con los trabajadores. Me prohibieron tener contacto, de un día para el otro. Me dijeron incluso algo así como que los familiares o cercanos a los directivos de la estancia no se amigan con los peones. Es decir, fronteras que no se cruzan. Yo había cometido el pecado de haber cruzado esa barrera”. Terrible pero real.
Hablando de estas barbaridades, entró en escena Juan Carlos Espina, el protagonista principal de “Chubut, Libertad y Tierra”. ¿Quién era? “Un héroe anónimo”, no dudó en responderme Echeverría. ¿Por qué?, ¿Qué hay de atractivo en este personaje? Los detalles. Médico oriundo de la provincia de Buenos Aires. Estudió en La Plata, se recibió y se fue a Chubut. Primero estuvo en Cholila, luego Esquel y finalmente se acomodó en El Maitén (1945). Llegó recomendado por un amigo suyo, el papá de Carlos que también era médico.
Sólo bastaron un par de encuentros en la casa de Espina durante su adolescencia para que el cineasta descubriera que este médico con vocación era al menos “un tipo interesante”. Echeverría fue testigo de la sensibilidad del profesional ante las atrocidades que empezó a vivenciar con sus pacientes y en las zonas rurales, mientras hacía sus recorridas en la Furgoneta del año 53 que utilizaba como ambulancia. Y de cómo amaba la política como herramienta de transformación. “La receta del médico no llega más que hasta la farmacia y se pierde”, contó Echeverría que siempre le decía Espina. “Él y sus amigos luchando contra compañías que dependen directamente de la Corona Británica, tocando intereses que nadie se anima a tocar”. Entonces, ¿cómo no hacer algo al respecto?, se preguntó en voz alta el director de cine.
Más de 30 años pasaron de aquel encuentro en Buenos Aires en el que Espina decidió ir a la casa de Echeverría para ver cómo estaba, ver si necesitaba algo porque tenía miedo. Miedo de que algo le pasara pues hacía muy poco se había estrenado “Juan” en Bariloche y “la gente está preocupada Carlos, se respira temor”. “Entonces nos pusimos a hablar primero de eso. Después largamente sobre lo que aparece ahora en la película”, comentó el cineasta. “En ese momento supe que tenía que hacer algo pero era un proyecto difícil de iniciar y no tenía financiación ni equipos. Por aquellos años no había ni perspectivas de lo que después fue el apoyo a películas argentinas a través del INCAA, especialmente en los primeros 15 de este siglo. La única chance era hacerla con fondos europeos pero era evidente que no apoyarían”, pensó. Por lo tanto, lo único que pudo hacer fue grabar una extensa entrevista a los pocos meses de ese encuentro y que más tarde usó como materia prima en el film.
Como con todos los proyectos que tiene Echeverría en mente, ya no había marcha atrás. Si bien la idea estuvo dando vueltas siempre, Carlos tuvo que encarar otra idea porque el médico había sufrido un ACV. Estamos hablando de finales del Siglo 20. Por lo tanto, se abocó a “Querida Mara” y viajó más de 85.000 km por la Patagonia. Así y todo, cada vez que pasaba por Maitén, Esquel, Camarones, Cushamen, Trelew, Teka o Rawson recopilaba material, hacía entrevistas, investigaba.
Pasaron los años, Espina falleció, y llegó el 2008. Recién ahí pudo ocuparse de las diversas historias que confluyen en el film y los puentes que unen a una con otra. La dejó felizmente terminada 10 años después. “Necesité mucho tiempo para poder concentrarme en cada una de estas microhistorias”, dijo en un momento en el cual también reveló que es detallista, insistente y persistente para conseguir los resultados que quiere.
En cuanto a las temáticas son variadas. “Por un lado, los constantes desalojos a pueblos originarios en el Siglo 20, es decir, la evidencia de una continuidad de la Campaña del Desierto. Toda la estructura de compañías extranjeras que se instalaron en forma prácticamente fraudulenta. La concesión a ellos (por parte del Estado) de las tierras, después la ampliación del territorio”, revela el también ex director de Radio Nacional Bariloche. Continuó: “por otra parte está la situación política especialmente entre el 55 y el 76. La situación social y de salud sobre todo en Cushamen. La historia del mismo médico Espina. Todo de la mano de obra esclava de la población en las estancias inglesas”. Y “todo el presente. Desde dónde se cuenta esto”.
Como verán, muchos temas. Todos unidos por una historia común y de ficción que tiene como protagonistas a dos mujeres: una nieta (Mariana Betanín) que junto a su amiga historiadora (Pilar Pérez) viajan siguiendo las huellas de su abuelo médico (Espina), el cual había militado para contrarrestar las desigualdades e injusticias en la zona.
Ya en el final, hablamos del presente. Nos quedamos un buen rato recordando a Santiago Maldonado, Rafa Nahuel y cómo tuvo que modificar la estructura inicial del film. Contó que actualmente vive en Tierra del Fuego y que “hace poco me mencionaron que Santiago vendría a representar a Espina o Espina a Santiago, ya que es alguien que reconoce cuál es la situación y lucha acompañando el crecimiento del pueblo mapuche. A partir del 2017, luego de su persecución y muerte, Cushamen pasó a ser una palabra que inmediatamente cualquiera sabe a qué remite: represión, muerte, pérdida de territorio en manos de capitales extranjeros”.
¿Si pegó fuerte todo lo que pasó? Seguro. Por eso la importancia de la película que también se presentó en el Festival de Cine de Derechos Humanos de Buenos Aires a fines de mayo. “Hay muchas cosas que salen directamente de adentro. Yo creo que lo que se trata acá, constituye las bases de mi ideología. Está muy presente desde mi niñez. Y yo lo quise mostrar de una forma interna para reforzar la identidad patagónica, nuestras historias. Estoy seguro de haberlo puesto todo”, terminó diciendo. Antes le consulté si podía revelar detalles sobre su nuevo proyecto. Contestó que tendrá que ver con la historia de la Juventud Universitaria Peronista de La Plata en los años 60 y 70. “Un trabajo de largo aliento” concluyó.
Acá la esperaremos, le respondí.
Por Luciana Avilés
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