sábado, 3 de octubre de 2009

DEPRESIÓN CAPITALISTA DE LOS AÑOS '30



24 DE OCTUBRE DE 1929


LA GRAN DEPRESIÓN


“Caen, en picada, las cotizaciones, y en picada caen los precios y los salarios y más de un hombre de negocios desde la azotea. Cierran fábricas y bancos; se arruinan granjeros. Los obreros sin trabajo se calientan las manos ante fogatas de basura y mascan chicle para consolar la boca. Las más altas empresas se vienen abajo; y hasta Al Capone se desploma sin levante.”

Eduardo Galeano


A la expansión de los años dorados, en los Estados Unidos del 20 –período de esplendor, lujo y despilfarro, conocido como “los años locos”– sobreviene la profunda depresión del treinta.

Aquel jueves negro del 24 de octubre de 1929 se desploma la Bolsa, caen bancos e industrias y el crack económico financiero deja un tendal de desocupados que pronto alcanza a más de 12 millones, el 30 por ciento de los trabajadores.

Como reflejo se extiende a Europa y al mundo. En Alemania el porcentaje de desocupados trepa el 45 por ciento. Sin embargo repercute escasamente en Francia, que se desprende rápidamente del patrón oro, y no llega a la Unión Soviética, porque su economía estatizada y aislada del sistema capitalista lo evitó.

Se prolonga en el tiempo hasta 1933, provocando miseria, hambre, enfermedad, angustia, dolor, miedo y desesperanza.


LA GRAN EXPANSIÓN

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, en 1919, los Estados Unidos emergen como los mayores triunfadores, con escasas bajas y el conflicto alejado de sus fronteras. Se estaban convirtiendo en los grandes proveedores de mercancías y capitales, tanto a triunfadores como vencidos, lo que les valió una inédita prosperidad interior. Tal situación generó un desmedido consumismo de su población, también lujo y despilfarro, lo que dio nacimiento a la conocida expresión “años locos”, del Charleston, del alcohol, la frivolidad y también la mafia. Estados Unidos se había constituido en el gran acreedor de toda Europa, que por su parte no podía recuperarse de la devastación de la guerra.

La producción en serie le permitió a la industria estadounidense abaratar los costos de mano de obra y obtener mayor productividad en el mismo tiempo, con igual salario. A su vez, con el requerimiento de grandes inversores se favoreció la mayor concentración de capitales y con ello ganancias extraordinarias y acumulación de riqueza.

El mayor impulso provino de la industria automotriz y de aparatos eléctricos. A la Ford, que desde 1907 fabricaba el Ford T, se le agregaron la General Motors con el Chevrolet y la Chrysler con el Plymouth, manufacturas que arrastraron a las de la construcción, el neumático y el acero.

A través de la radio y la posibilidad que daba de llegar a las masas, se expande la publicidad, que multiplica las ventas. El tiempo no alcanza para ganar más y más dinero, por supuesto que no por todos; la especulación se juega en el casino de la Bolsa de Valores, el tiempo es dinero y el dinero manda.

Tiempos Modernos, el film de 1936 dirigido y actuado por el genial Charles Chaplin, es una pintura de la época: producción acelerada, máxima explotación, tecnología al servicio del capital en detrimento del trabajador tragado por la máquina.

“Con fe religiosa cree el capitalismo es su propia eternidad. ¿Qué ciudadano norteamericano no se siente un elegido? La bolsa es un casino donde todos juegan y nadie pierde. Dios los ha hecho prósperos. El empresario Henry Ford quisiera no dormir nunca, para ganar más dinero”, grafica Eduardo Galeano.

Las tierras recién loteadas favorecen la especulación de compradores que las adquieren a bajo costo para venderlas a los pocos días a precios mucho más altos, sin conocer siquiera su lugar de ubicación. Y con el acero incorporado al negocio de la construcción se levantan rascacielos, la bolsa sube, ¡explota!, hasta el más miserable invierte sus dólares en ella.


LA CRISIS DEL 29

Aquel jueves negro del 24 de octubre de 1929 se detienen los relojes, las acciones se derrumban, los bancos quiebran, las industrias se hunden. Los valiosos papeles se convierten en inservibles papeluchos.

Los Estados Unidos –la gran potencia, a la que todo el mundo debe-, entran en pánico; los banqueros desesperados retiran sus depósitos de los bancos europeos y la crisis adquiere alcance mundial. Alemania se encuentra entre los países más afectados, con una desocupación del 45 por ciento. Empiezan a aparecer en escena nuevos movimientos, la autarquía económica, la inclinación bélica y la exaltación de la pureza étnica, que poco después fundarán el nacionalsocialismo, o lo que todos conocen como nazismo.

En Francia, que se desvincula a tiempo del patrón oro, la crisis es menor. Sin embargo, en Italia se desarrolla un proceso similar al alemán con el corporativismo fascista, con arbitraje de las relaciones laborales y control de la industria, las finanzas y el sector público. Se hacen trizas las teorías del libre mercado internacional.

Pero las primeras señales de la crisis global ya se vislumbraban años antes, entre 1925 y 1928, cuando los índices de la construcción habían comenzado a debilitarse por escasez de compradores; también el sector de la minería, el carbón y la agricultura declinaban por la contracción del comercio mundial.

Los almacenes y depósitos comienzan a abarrotarse de productos sin vender por falta de exportaciones. Las grandes industrias que habían multiplicado sus ganancias en los años 20, al no aumentar los salarios, se paralizan como resultado de la baja del consumo en el mercado interno.

Todo el dinero invertido en nueva máquina más sofisticada y de mayor producción y velocidad se torna de pronto inútil. Todas las fortunas acumuladas van a parar a la Bolsa; las empresas prestan dinero para que los grandes y medianos especuladores compren papeles en una fiebre inversora sin absoluto respaldo. En este estéril círculo vicioso suben artificialmente los precios.

El crack se produce entre el 24 y el 29 de octubre. En pocos meses se da un récord de quiebras de bancos y compañías, y la clase media pierde por completo sus ahorros de años mientras la producción industrial se reduce por debajo de la mitad de su capacidad.

Sólo en los Estados Unidos la desocupación pasa de 1.500.000 en 1929 a 4.300.000 en 1930 y a casi 13.000.000 en 1933.

Proliferan las ollas populares, miles de habitantes hambrientos esperan frente a los depósitos de reparto, miles de niños salen a trabajar en lo que pueden y a cualquier jornal, y proliferan en igual cantidad viviendas precarias de chapa y cartón. Por si fuera poco, aumenta el número de suicidios, que entre los varones trepa al 20 por ciento.

Gobernaba entonces a la gran potencia del norte el líder republicano Hebert Hoover, que fiel a su concepción capitalista clásica se empeñaba en sostener que la crisis venía de afuera, que “la economía norteamericana es sana, que todo es cuestión de tiempo, que el mismo mercado regulará todo a corto plazo”. Se equivocó profundamente, y quedó demostrado cuando en 1932 los demócratas terminaron con doce años de gobierno de aquel signo.


LA SALIDA KEYNESIANA

Con el demócrata Franklin Delano Roosevelt (1882-1945) se reemplaza un modelo de libre mercado puro por otro de “Estado activo”, conocido como “New Deal” (Nuevo Trato), basado en las teorías del economista John Maynard Keynes (1883-1946). Éste propicia políticas activas de un Estado regulador que combinara el libre mercado con las intervenciones, para contrarrestar las fluctuaciones cíclicas de la macroeconomía moderna.

En realidad Roosevelt, con este plan, levanta nuevas barreras a las ya existentes, pero pone el acento en crear empleo y ayudar a los más desprotegidos a partir de subsidiar la economía y reactivar la producción y el consumo. El plan concebía también ayuda para los productores agrarios vía devaluación de la moneda, y establecía controles bancarios más estrictos.

Aquel modelo fue llamado Well Fare State (Estado benefactor). Frente a él se fue alzando el pensamiento neoliberal del grupo de derecha encabezado por Milton Friedman (1912-2006), que atacaba lo que para ellos era destruir la libertad y la competencia, en otras palabras, el sano desarrollo del capitalismo moderno. Por su parte, los medios financieros, indignados, comenzaron a catalogar a Roosevelt de socialista.

La gran depresión no pasa rápidamente. Al contrario, se fue extendiendo en el tiempo hasta 1933 en que llega a su punto más alto, momento en que se reúnen en Londres las grandes potencias para buscar soluciones al comercio y a la crisis, encuentro que solo sirvió para mostrar la falta de solidaridad y desconfianza entre ellas.

Tras aquel trance otros aires y nubarrones soplarán en el mundo con el advenimiento del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial, un desastre aún mayor que la depresión del 29.

Sobreviviendo a todo, el capitalismo continuará con su línea zigzagueante, explotando al trabajador y acumulando superganancias, con el agravante de que los países más poderosos dominarán a los más débiles y vulnerables.

En el siglo XXI se produce en América Latina un nuevo fenómeno, todavía en proceso de afianzamiento. Distintos países emprenden una línea diferente de desarrollo, eligen apartarse del liberalismo económico y liberarse de la tutela de los organismos internacionales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional, unos en mayor grado como Venezuela, Bolivia y Ecuador, otros siguen los pasos, como El Salvador y Nicaragua.

En países como Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay, los sectores más reaccionarios libran una lucha desestabilizadora para impedir este avance liberador, aunque por otro lado las fuerzas progresistas no cejan en su lucha por alcanzarlo. Se avecinan por ello nuevos momentos históricos de características inéditas.

A este despertar latinoamericano se suma un nuevo cimbronazo de la crisis global del capitalismo, especialmente en la metrópolis del Imperio en momentos de recambio presidencial en el que el halcón Bush transfiere el gobierno al moderado Obama.

Vuelve a caer la Bolsa, y a quebrar los bancos como en el 29. El conjunto de la sociedad será el que pague las consecuencias, en Norteamérica, en Europa y en el resto del mundo.

Aparecen economistas que miran esa instancia con optimismo, otros, más sensatos, lo hacen con cautela y algunos pronostican que pasarán varios años antes de superarla.

Y sin ánimos de hacer futurología surge una pregunta, ¿será ésta la crisis terminal del capitalismo?

Cabe esperar el laudo de la historia que dirá la palabra final.



Miguel Eugenio Germino


FUENTES

Galeano, Eduardo, Memoria del Fuego III, Catálogos, 1986.

Pigna, Felipe, “Wall Street: Tocala de nuevo Sam” en Clarín, 5.10.2008.

http://htm.rincondelvago.com/crisis-económica-de-los-años-30

http:/es.wikipedia.org/Wiki/gran -depres%C3%B3N HTML

http://www.eleconomista.com./historia/depresión.htm

No hay comentarios: