miércoles, 4 de noviembre de 2009

JULIO BARRAGÁN



Sensibilidad e intuición en la obra del pintor


El crítico Mauricio Neuman lo definió como un solitario aristócrata de la belleza. El cuadro que pintó a los 10 años y que regaló a su hermano Luis -reconocido artista- en el día de su cumpleaños, marcó su primer contacto con el arte, que sería su compañera inseparable durante seis décadas. Seguramente, la influencia de su hermano mayor fue determinante para que su vocación se despertara tan temprano. Hablamos del prestigioso pintor Julio Barragán, hombre de trayectoria brillante hasta 2005, cuando por problemas de salud debió abandonar su actividad. Tiene 81 años y desde hace diez es habitante de Almagro, donde tuvo su último taller, en Palestina al 900.

Barragán comenzó su formación autodidacta a los 12 años, copiando las reproducciones de los grandes maestros, como El Greco. No sólo tenía en cuenta la forma final del cuadro, sino que también investigaba las técnicas que habían usado los pintores. En esa época era realista, pintaba en tonos pardos y grises y el color lo daba por transparencia. Estudió en la Escuela Nacional de Cerámica, del barrio de Almagro, de donde egresó en 1945 con el título de técnico. Desde muy joven, en 1946, empezó a exponer en el Salón Nacional de Artes Plásticas. Al principio, rechazó el arte contemporáneo y se sumergió en el rigor de lo clásico, siguiendo las enseñanzas de su hermano y del pintor Mauricio Lasansky. Mientras era docente en la Escuela de Cerámica, conoció a quien sería su esposa, la ceramista Nieves Adeff.

Posteriormente, comenzó a alejarse de lo clásico para volcarse al plano y cada vez más a las formas abstractas. Fue incorporando elementos del impresionismo y del fauvismo, de acuerdo a sus necesidades expresivas. Así, se desvaneció el clasicismo en su obra y surgió una nueva etapa, donde la pasión rompía las formas.

A fines de la década del 40 viajó a París y descubrió a Picasso, quien fue para Barragán la llave que le abrió la puerta del arte moderno. Como señala Neuman, frente a la disyuntiva entre lo clásico y lo expresivo-irracional, encontró la salida a través del cubismo. En un principio optó por el claroscuro para llegar después a su característica pintura de color. Su hijo, Claudio Barragán, pintor y escultor, se explaya sobre la esencia de la obra de nuestro artista: “Toda la expresión en sus cuadros no está en la representación de un sujeto emotivo sino que tiene que ver con los elementos concretos de la pintura: el color, la materia, la textura. Su tema era la pintura misma. En los años 50 lo que más le interesó fue el descubrimiento del color como elemento autónomo de la pintura, como generador de formas. Muchas veces ni elegía el color, una vez puesto en la tela, la misma potencia del color le iba indicando sensiblemente hasta dónde extenderse. Usaba el tema como medio para que lo poético apareciera. Sostenía que la pintura no tenía por qué decir nada, es un lenguaje autónomo de representación”.

Julio Barragán integraba el grupo “Veinte Pintores y Escultores” junto con Bruno Venier y Oscar Capristo, entre otros. En ese sector había diferentes estéticas, a Barragán se lo puede incluir dentro de los modernos, quienes desarrollaban un estilo constructivista no figurativo pero sin ser abstractos en sí. La presencia de lo real es una constante en toda su obra. Si bien tomó del cubismo la autonomía de la imagen, conservaba la dosis de representación necesaria para identificar el objeto. Según Neuman, es una abstracción que no deja de ser concreta. Su obra está determinada más por su espíritu entre místico y sensual que por el seguimiento de escuelas o teorías.

Su trayectoria recorre la evolución del arte a partir del Renacimiento: en una primera etapa imperó la línea, después el claroscuro y, por último, el color. Nunca se repetía, siempre se renovaba. Así lo explica su hijo: “En 60 años de carrera la historia fue cambiando y la manera de interpretar el mundo por parte de los artistas también. No es que él siguiera modas, adoptaba las corrientes de pensamiento que iban ocupando el escenario mundial”. Tuvo una carrera de mucho suceso, conquistó numerosas y relevantes distinciones como el Gran Premio de Pintura en el Salón Municipal (1970), el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional (1976) y el Gran Premio de Honor en el Salón Nacional (1978).“Los premios nunca significaron nada para él. Siempre tuvo en claro que ni las críticas ni las palmadas lo iban a mover un centímetro de lo que quería hacer. Le gustaba recibir premios pero no iba en pos de ellos. El construyó una obra muy grande, eso era lo importante para él, poder hacer lo que le gustaba y, a la vez, poder vivir con su familia y criar a sus hijos”, añade con convicción Claudio Barragán.


Laura Brosio



a Brosio


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