Marcela Herrera
La indefensión en toda su crudeza
A principios de septiembre, en Perón al 3300, sobre la vereda que linda con los terrenos del ferrocarril, nos habíamos encontrado con Marcela Herrera, una mujer de 60 años que estaba en situación de calle desde 2011 como otros 1400 habitantes de la ciudad. Ahora, una noticia nos conmueve: nos enteramos que falleció dos semanas después. La recordamos rodeada por sus dos gatos Michi y Negrita, que observaban la escena muy atentos sobre una mesa, y sus dos perros Sebastián y Chiquita; Marcela estaba sentada en una silla de ruedas azul –tenía dificultades para pararse- y llevaba un pañuelo a rayas sobre su cabeza. La velocidad y el ruido de los autos que pasaban sin cesar contrastaban con la tranquilidad que reinaba en esa habitación imaginaria, compuesta por un refugio construido con cartones y frazadas, dos mesas, un bolso y demás enseres.
Antes de
llegar a ese momento de desamparo, Marcela había estado viviendo durante mucho tiempo en una casa
que le habían prestado -sobre la calle Boulogne Sur Mer- hasta que tuvo que
irse porque se comenzó a edificar. Posteriormente alquiló una vivienda en Lomas
de Zamora pero cuando se fue a instalar, los techos estaban destruidos. Así, no
le quedó más alternativa que adoptar la calle como su hogar, la más penosa de
las opciones.
De joven,
trabajó como empleada doméstica por horas y como maquilladora teatral de
algunos famosos, por ejemplo, de Julio Chávez y
Susana Giménez cuando la diva protagonizó la obra La libélula.
Varias veces,
desde el gobierno de la ciudad, le propusieron ir a un refugio público o
proporcionarle una pieza con la condición de que fuera
sola pero ella se negaba rotundamente porque no quería abandonar a sus adoradas mascotas. Por la misma
razón, no volvía a su provincia, Tucumán, donde
residen su madre –de 80 años- y su hermana, quien no estaba
de acuerdo en que viviera en la calle. En tanto,
su progenitora ignoraba absolutamente la
situación de Marcela. Para trasladarse en una camioneta a su lugar de origen
con los animales y sus pertenencias, hubiera debido
pagar $10.000 mientras el gobierno porteño le ofrecía
un subsidio de sólo $800.
Se la notaba débil y cansada, apenas le salía un hilito de voz, le costaba
hablar. Nos comentó que no se sentía bien, que le dolía
el estómago y tenía problemas en el hígado. El
lunes siguiente tenía previsto acudir al
Hospital Ramos Mejía; algunos amigos que viven en Palermo la llevarían en auto.
Afortunadamente,
los vecinos la ayudaban mucho, ella afirmaba que tenía
“buena comunicación” con ellos. Incluso, cuando estuvo internada en el hospital
durante cuatro meses, ellos se encargaban de alimentar a las mascotas. Mientras
estábamos conversando, algunos la saludaban, un hombre le trajo carne
para los animales y sacó a pasear a uno de los
perros, y se acercaron dos mujeres, preocupadas por
la castración de los gatos. En julio habían desalojado a
varias personas que estaban viviendo en la calle, en esa zona, pero no pudieron
hacer lo mismo con Marcela debido a la enérgica oposición de los vecinos.
Esta mujer de
mirada profunda se había convertido en una
auténtica “celebridad” en el barrio; nos contó
que periodistas de varios diarios y canales de televisión fueron a realizarle
notas y aseguraba que no le molestaban las entrevistas. Se mostraba remisa a sacarse fotos, decía
que tenía que “ordenar” sus cosas, le parecía que ni su “hogar” ni ella estaban presentables -en un arranque de coquetería-
pero finalmente accedió a ser retratada.
En ese momento, no podía
conseguir vivienda aunque conservaba la
esperanza en ese sentido. Su idea era quedarse
en el barrio. Admitía que poseía unos escasos ahorros y expresaba
que, una vez que estuviera mejor de
salud, aceptaría trabajar si se lo ofrecían. Lamentablemente, no pudo ser: no tuvo tiempo para rehacer su
vida. Es probable que su situación de precariedad haya jugado un rol central en
su anticipada partida.
Este caso constituye un ejemplo representativo de una
dura realidad que nos golpea día a día en la gran urbe. A propósito de esta
problemática, en agosto pasado el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) reglamentó
la Ley 3706, conocida como Ley de Protección de los Derechos de las Personas en
Situación de Calle. El proyecto había sido impulsado en 2009 por diversas organizaciones sociales
y había sido vetado dos veces por el Ejecutivo
porteño. Finalmente, fue sancionado en 2010.
La ley prevé
realizar un censo anual de las personas mencionadas a fin de confeccionar un
diagnóstico que permita fijar políticas específicas al respecto. Este punto
implica que el GCBA queda obligado a disponer de tantos sitios de cuidado como
personas hayan sido verificadas en el relevamiento.
Asimismo, los
servicios asistenciales que brinden tanto el Estado como entidades privadas
deberán prestarse todos los días del año y durante las 24 horas. Esta medida se
contrapone con los actuales “paradores nocturnos” donde “los sin techo” pueden
guarecerse sólo de 18 a 8 horas.
Esperemos que
a partir de la vigencia de esta nueva norma puedan implementarse verdaderas
políticas de Estado para paliar este drama cotidiano que nos involucra a todos.
Laura Brosio
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