MONUMENTO AL ABORIGEN - PLAZA ONCE
VISTA DEL CENTRO DE LA PLAZA ONCE EN 1912 CUANDO SE ENCONTRABA LA ESTATIUA |
La muchedumbre que hoy transita por “Plaza
Miserere” difícilmente conozca la rica trayectoria de este sitio, que a
través de la historia cambió de denominación y de actividades, y
al que recién en 1947 se le restituyó el nombre genuino con que inicialmente se lo
conoció.
Menos aún se conoce
que el centro de esta plaza albergó durante años,
entre
1912 y 1928 un monumento denominado “Al aborigen”,
obra escultórica del artista argentino Hernán Cullen Ayerza (1878-1936).
ANTIGUO EMPLAZAMIENTO DEL MONUMENTO ENTRE 1912 Y 1928 |
Hasta el año 1947 la plaza y la
amplia área circundante era conocida como “Once”,
simplificación popular de “Once de
Septiembre de 1852”, nombre
instaurado por el gobernador
de la provincia de Buenos Aires Pastor Obligado en
1853,
rememorando la infausta fecha en
que dirigentes porteños organizan la revuelta contra las fuerzas de Urquiza,
que finaliza con la separación de la provincia de Buenos Aires del resto de la
Confederación. Tuvieron que transcurrir 95 años para lograr la restauración
del nombre original.
En
aquellos terrenos se llevó a cabo el famoso Combate de Miserere en 1807, durante las segundas invasiones inglesas cuando las tropas de Liniers fueron vencidas.
“Miserere” era el nombre
primitivo con que se conocía la zona desde
1791, cuando Antonio González Varela,
apedado así por su bondad y desprendimiento, estableció allí una
quinta y pulpería, cuya casa
principal se ubicaba en la esquina de Rivadavia y Azcuénaga, aledaños a los terrenos utilizados
como corrales y matadero. También por eso la zona se conoció como
“Corrales de Miserere.
Aquel
Hueco de los Corrales, se transformó
hacia 1822 en Mercado de Frutos de
campaña, especialmente cueros y pieles y desde 1850 hasta 1882 en Mercado del Oeste, donde estacionaban las carretas con mercancías del interior. En ese año se comienza
a delinear la actual plaza, que promoverá el intendente Torcuato
de Alvear.
ACTUAL EMPLAZAMIENTO EN PLAZA ESPAÑA |
La
plaza, un tanto por encima del nivel de la calle adoquinada, se la enmarca con un pequeño
muro, abierto a tramos con escalones, hasta que fuera remodelada por las obras del trazado a cielo
abierto del subterráneo de la Anglo Argentina, tramo Plaza de Mayo hasta Plaza Miserere, y más
tarde hasta Primera Junta.
El
monumento “Al aborigen”, de Ayerza, fue tallado
en Italia en 1910 y exhibido algún tiempo en Roma, para ser enviado a
Buenos Aires con carácter de donación en el año 1912, ubicándoselo en la plaza
Once de Septiembre. Sin embargo hacia 1932, con motivo del emplazamiento del
monumento a Rivadavia –obra del escultor Rogelio Yrurtia
(1879-1950) –, la obra de Ayerza es trasladada a la plaza Garay.
La
figura ecuestre de Ayerza, totalmente de mármol blanco, muestra al caballo parado
en sus dos patas y al nativo desprovisto de vestimentas en posición de ataque.
Su brazo derecho sostiene una lanza tacuara, tal vez expresando su lucha contra
el colonizador. La expresión del
rostro trasmite un sentimiento y un esfuerzo
en lograr su objetivo. Aquella lanza poco duró en el conjunto, pronto fue destruida
y nunca se la repuso.
La
imagen puede comparase con algunas que proponía el barroco, ya que marca gran
dinamismo y expresividad, presentando en todas sus proporciones tanto al aborigen
con la anatomía contorsionada, como al caballo, con los pormenores prolijamente realizados.
Ayerza
nos hace olvidar el estado de la piedra, y obtiene un realismo único, dejando entrever
detalles como venas y musculatura en vetas genuinas de la materia, que
geológicamente se ha formado durante miles de años sin la intervención del
hombre.
Las
crónicas de entonces consideraban a los nativos seres despreciables,
más cercanos a lo animal que a lo humano, vaya una de esas crónicas: “la
amenazadora figura de un indígena montando un fiero y brioso caballo pampa parado
de sobre las patas traseras (…) La escultura irradia una
gran violencia que trasciende la esfera de lo humano para relacionarse con la
naturaleza animal. Coincide su visión con los relatos de los viajeros que en
sus crónicas los llamaban ‘bestias feroces o abominables’ ”.
La
escultura fue trasladada en 1959, para su reparación, a un taller municipal
recién creado, una dependencia que se encargaría del registro, reparación y
control de las fuentes, los monumentos y las obras de arte de la ciudad. Allí
permaneció en depósito hasta que fue colocada definitivamente el 4 de noviembre
de 1961 en plaza España, de Caseros y Amancio Alcorta, donde permanece hasta la fecha rodeada por
una reja de protección.
¿Cómo explicar esta
representación del nativo en Buenos Aires? Ante todo vale señalar que el
indígena representado es el pampeano
habitante de las llanuras que hacia fines del Virreinato ocupaba las fronteras
que llegaban aproximadamente al Río Salado, hoy
provincia de Buenos Aires. Desde el siglo XVIII la
región experimentó fuertes colisiones y
enfrentamientos entre la sociedad hispánica conquistadora primero y su continuadora
la sociedad criolla después, con las comunidades indígenas que resistían la asimilación que procuraban imponerle.
Los malones, el arreo del ganado vacuno y caballar, las cautivas, los fortines,
formaban parte de la sociedad pampeana. Los enfrentamientos se debían a la disputa
por la posesión del ganado cimarrón que deambulaba libremente por los campos, y
que eran apropiados tanto por indios como por estancieros. Al aparecer el
alambrado hacia 1878 arreciaron los conflictos, ya que el indio se vio privado
de su sustento y obligado a procurárselo por la fuerza.
Pero no todo en la frontera
era lucha y pelea, también había intercambios comerciales, culturales y
diversas formas de sociabilidad. Hubo quienes interpretaron a los grandes malones
de fines del siglo XVIII como estrategias indígenas, destinadas a impedir que
las autoridades españolas obstaculizasen las relaciones comerciales entre ambas
sociedades. A medida que se consolidó la ganadería bonaerense, se dejó sentir
la presión de los estancieros sobre la frontera, para incorporar nuevas tierras
de pastoreo.
De allí la guerra contra el
indio. En 1833 Rosas organizó una incursión en profundidad contra el territorio
indígena con el objeto de llegar a los ríos Colorado y Negro, batir a las
tribus enemigas y hacer acuerdos con las tribus
amigas, en virtud de los cuales periódicamente se
les haría entrega de una determinada cantidad de ganado vacuno, caballar,
tabaco y yerba, para lograr seguridad en la frontera.
Luego vino la célebre Zanja
de Alsina, esa especie de “muralla china” que se quiso establecer entre el
territorio de los estancieros y el de los indígenas, para finalmente resolverse el conflicto con la brutal campaña de Roca en
1879.
Otros monumentos
representativos del habitante originario se
establecieron en Buenos Aires, como el de la “Plaza Los Andes” en Chacarita, que
recientemente fue retirado ignorándose su actual destino, otra manifestación de racismo, similar a la desplazó a la obra ecuestre de Plaza Miserere.
El mecanismo más antiguo y elemental de invisibilización es
la destrucción de las obras culturales del pueblo al que se
pretende ignorar. Esto ocurrió con la conquista de América por los europeos entre los
siglos XVI y XVIII, cuando se destruyeron intencionalmente templos, registros escritos,
ciudades, obras de arte, a la par que se prohibieron lenguas, religiones y
prácticas culturales y sociales de los pueblos originarios cuyo sometimiento se pretendía.
En épocas más recientes estos procesos son más sutiles y
suelen manifestarse en el momento de considerar la relevancia de determinada
información a los fines de investigar o de producir un relato. Resulta habitual
recurrir a estereotipos y
generalizaciones que impidan particularizar determinados grupos sociales.
Esto se debe a que en gran medida los procesos de
invisibilización se implementan a través de mecanismos de supresión de la identidad, que dañan
la memoria colectiva del grupo afectado y llevan a la construcción de una historia falsa.
En la actualidad el escultor Andrés Zerneri está elaborando –con llaves de
bronce donadas por la gente y con el apoyo del escritor Osvaldo Bayer– el “Monumento
a la Mujer Originaria”, que será emplazado en lugar del monumento a Roca,
en Diagonal Sur y Perú.
Miguel Eugenio Germino
Fuentes:
-- Melo,
Manuel Carlos, “Miserere…”, Cuadernos de Buenos Aires, 1963.
No hay comentarios:
Publicar un comentario