EL ORGANITO NACIÓ Y MURIÓ EN BALVANERA
“Al paso tardo de un pobre viejo
puebla de notas el arrabal
con un concierto de vidrios rotos
el organito crepuscular…”
José González Castillo y Cátulo Castillo
Varios se adjudican haber sido los primeros fabricantes nacionales de organitos, aunque tal vez los más importantes, por su trayectoria, fueron los hermanos Rinaldi, que se establecieron en Ombú (hoy Pasteur) 760, allá por el año 1889.
Otros fabricantes locales por esa época fueron: Turconi y Faranelli, de Rodríguez Peña 405; Secatelli, de Paraná 232, y Pascual y Miguel
Un poco de historia
Ya en tiempos de Rosas circularon algunos organitos. Más tarde, en 1872 José Hernández hace referencia a ellos en su Martín Fierro, en los versos:
“Allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba
haciéndonos reír estaba
cuando le tocó el arreo
¡tan grande el gringo y tan feo
lo viera como lloraba”.
Durante la cruenta guerra de la “triple infamia” contra el Paraguay, Mitre incorpora a los organilleros como juglares para acompañar a la tropa y amenizar las noches de campamento.
El órgano ya se conocía en
La fábrica de los Hermanos Rinaldi
José y Miguel Rinaldi llegaron al país procedentes de Nápoles en 1880. Eran los nietos del organista de la iglesia de Casteluccio Superior, en Potenza, provincia de
A sus comienzos se instalaron en la calle Azcuénaga, y luego en Ombú 760 (hoy Pasteur), allá por el año 1889. El negocio se presentó bajo el nombre Rinaldi Hnos. En su frente lucía un amplio portón de casi tres metros de ancho, el que permitía el acceso de las chatas hasta el final de la casa para la carga y descarga de los instrumentos más grandes, fueran éstos para la venta o reparación.
La finca, que a su vez era domicilio de los Rinaldi, contaba con zaguán, sala y dormitorios, además de un importante taller y otras habitaciones destinadas al armado y lustrado a mano de los gabinetes, que como detalle lucían terminaciones de vistosos fileteados.
Existían diferentes tamaños de organitos. Los denominados “pianos manubrio”, los más pequeños, se colgaban a la espalda sujetos con dos correas; los medianos se cargaban en un carro impulsado manualmente o por un caballo, o con grandes ruedas para sortear el escabroso terreno del Buenos Aires de entonces. Los de mayor volumen eran instalados en lugares fijos, como cafés y prostíbulos.
En la fábrica familiar trabajaban además de los dos hermanos una hermana, una tía, la esposa de Miguel, Rosa de Cunto, un carpintero y un peón.
Rosa confeccionaba los vestidos de las muñecas en seda o fino raso, las que dentro de un tubo de vidrio se colocaban a cada extremo de los organitos más grandes, donde bailaban, mediante un eje conectado y sincronizado al cilindro del que emanaba la música.
La producción mensual era de cinco o seis unidades de distintos tamaños, los que además de estar destinados a la ciudad se vendían en varias provincias, como Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y
José, que era ebanista, se encargaba de los gabinetes, y Miguel por su lado se ocupaba de la confección de los “cilindros” –el corazón del organito–, que eran unos tubos huecos en los que se grababa la composición con clavitos sin cabeza muy especiales, importados de Novara (Piamonte), cada uno de los cuales representaba una nota o un silencio musical. En la parte superior de la caja se encontraban los martillos y las cuerdas, de modo que al hacer girar el cilindro por medio de la manija se producían los sonidos. Los cilindros más grandes contenían hasta doce piezas y los más pequeños seis, pudiéndose a su vez cambiar los cilindros como si fueran discos. Esta compleja tarea era prolijamente revisada para corroborar la perfecta sincronización de la partitura, corrigiéndola o cambiándola cuantas veces fuera necesario a fin de evitar cualquier destiempo, hasta que quedara perfectamente a punto.
A espalda del organillero, o en carritos, los pintorescos instrumentos se fueron diseminando por Buenos Aires, moliendo música por las callecitas de tierra o por las empedradas, a través de las cuales también circulaban los tranvías a caballo de empresas como
Su repertorio variaba entre canciones de época, zarzuelas, valses polcas, pasodobles, marchas de óperas, tarantelas y por supuesto, tangos; hasta había cilindros exclusivos de tangos.
Miguel Rinaldi a su vez incursionó como compositor con el vals El Picaflor y la marcha de Las dos Rosas, dedicada a su esposa.
Cuando un comprador con alguna afección física que pensaba dedicarse al organito como medio de vida llegaba a la casa de los Rinaldi, éstos le entregaban el instrumento a cambio tan solo de la palabra y la buena fe, y en una especie de libreta de almacén anotaban las entregas parciales de dinero del comprador, para ir amortizando la deuda.
También había quienes especulaban comprando varios organitos que alquilaban a terceros para obtener una renta, así como hoy se hace con los taxis.
Los Rinaldi continuaron con la fabricación de los instrumentos hasta 1921, después sólo se dedicaron a la reparación durante tres años más. Miguel falleció el 30 de mayo de
El último organito
En una entrevista personal con Héctor Manuel Salvo “Manú Balero”, más conocido por “El Ultimo Organito”, en un modesto departamento de la calle Pichincha y México poco antes de su muerte, nos enteramos de otro aspecto del organito, y es que éste se eclipsó definitivamente de Buenos Aires justo con la desaparición física de “Manú”. Nos contó que los organilleros llegaron a nuestras costas de la lejana Nápoles, allá por el año 1860, con sus instrumentos a cuestas y con un proyecto: “Hacer
El Cocoliche, con su descuidado atuendo y la falta del dominio del idioma, recorrerá el arrabal con su organito, tratando de recaudar las monedas que le permitan subsistir. Sin embargo, el hombre de la manivela recogía escasas monedas, por lo que nace la tarjetita y la cotorrita de la suerte que decía:
¡Cotorrita de la suerte
augura la vida o muerte!
¿Quieren la suerte probar?”
La cotorrita además era un enorme atractivo para los pibes que con sus gritos anticipaban su llegada al barrio.
Manú Balero era nieto de calabreses y asturianos, y vio la luz en este mundo en el barrio de Villa Crespo, muy cerca de la casa paterna del maestro Pugliese. Realizó los más diversos trabajos y llegó a representar al organillero de la pieza de Armando Discépolo. El destino de Manú no fue otro que el de recorrer las calles de Buenos Aires como juglar, acompañado de su viejo instrumento del año 1884. Separado de su esposa, por no compartir con él su gusto por la vida bohemia, y después de criar seis hijos y llegar a tener doce nietos y dos bisnietos, se quedó compartiendo un modesto departamento con sus dos cotorras, Teresita y Consuelo, una de 15 y otra de 4 años, las que le costaron mucho trabajo adiestrar. Estas simpáticas aves le brindaron también la satisfacción de haber trabajado en la película El sueño de los héroes de Sergio Renán.
Manú recorrió el país y viajó a los EE.UU., Paraguay y Uruguay. El último organito morirá en el Hospital de Clínicas, el 11 de septiembre de 1998 tras una insuficiencia respiratoria severa, a los pocos meses de esta amena charla, realizada en diciembre de 1997. Entre tantas anécdotas y recuerdos nos dejó también unas palabras como reflexión: “Si cada uno aportara algo para preservar nuestras tradiciones, cuánto no se hubiera perdido de ellas.”
“Saludarán su ausencia las novias encerradas
abriendo las persianas detrás de su canción
y el último organito se perderá en la nada
y el alma del suburbio se quedará sin voz.”
Organito y memoria
Con la partida de Manú Balero, el “Último Organito”, desapareció el organito de Buenos Aires, sin embargo subsistirá para siempre inmortalizado en la memoria desde diferentes expresiones artísticas. En el tango, con las páginas de Organito de la tarde (1924), de José González Castillo y Cátulo Castillo; Cotorrita de la suerte (1927), de De Grandis y De Franco y El último organito (1948), de Homero y Acho Manzi. En el cine con El organito de la tarde, de José Agustín Ferreira y en teatro con El último organito, de Armando Discépolo.
Además existe el Museo del Organito, creado por un hijo de
Miguel Eugenio Germino
FUENTES
-Periódico Primera Página nº 25, noviembre de 1995.
-Periódico Primera Página nº 49, enero-febrero de 1998.
-Testimonio oral de Atilio Rinaldi (hijo de Miguel) en 1995.
-Testimonio oral de Héctor Manuel Salvo (Manú) en diciembre de 1997.
-Horat, Jorge J.,
editado por
http://www.clarin.com/diario/1998/07/12/e-04601d.htm
1 comentario:
Leí con mucho gusto el relato que hace de mi padre, " Manu Balero". Mi nombre es Mónica y quiero agradecerle haber dedicado un espacio en su blog a quién fue y será el "Último Organillero de Buenos Aires"...
Quiero aprovechar la oportunidad para comentarle que hemos puesto a la venta el organito y nos gustaría que se pudiera hacer algo desde el gobierno para que pueda estar en un lugar privilegiado y de reconocimiento. En www.organillero.blogspot.com hay fotos del estado actual del organito y también de mi papá... Entre todos creo que podremos hacer algo para que no se olvide..
Mi correo es monisalvo@hotmail.com
Afectuosamente.
Mónica Salvo
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