viernes, 3 de julio de 2009

JAVIER VILLAFAÑE


Javier Villafañe: los títeres y la ilusión a bordo del carro ambulante

Este año los amantes del teatro de muñecos tienen una cita ineludible: rendirle tributo a quien fuera el más prestigioso titiritero de habla hispana, Javier Villafañe, al cumplirse un centenario de su nacimiento. Había nacido un 24 de junio de 1909, en una casona de Almagro.

Desde muy pequeño su madre le inculcó el interés por la literatura, el circo y el teatro. En el Jardín Zoológico se deleitaba con un espectáculo de marionetas y a los cinco años armó su primer teatro en una silla cubierta por una sábana! En esa época, él y sus hermanos acostumbraban a representar obras propias en la casa familiar, improvisando con medias en las manos.

El feliz golpe de gracia llegaría en su adolescencia cuando descubrió las marionetas de un teatro de la Boca, manejadas por dos italianos. La fascinación que le despertó el género y la presencia de García Lorca con sus títeres en nuestro país, selló a fuego su vocación. A partir de ese momento, su derrotero iba a quedar unido a los títeres para siempre. Más que un humilde difusor de este arte milenario -como se definía con extrema modestia-, su nombre constituye todo un emblema cultural: “Mi padre representó una generación que tuvo que ver con la bohemia argentina y con la tradición de las vanguardias, que suponía que había que vivir como se pensaba y pensar como se vivía. La vida cotidiana era parte del arte y viceversa. En mi infancia yo vivía en un clima renacentista, donde existía la música, el teatro, la literatura, la pintura. La casa era un gran teatro”, rememora con satisfacción Juano Villafañe, hijo del titiritero.

En 1933 surgió La Andariega, un viejo carro repartidor de hielo transformado en un bello teatro de títeres itinerante, tirado por caballos. Sobre él Villafañe y su amigo, Juan Pedro Ramos, brindaban funciones de pueblo en pueblo, en todo el país. En ese mismo año creó su primer títere, Maese Trotamundos, su alter ego y eterno presentador de sus espectáculos. Mientras viajaba, iba desarrollando una prolífica producción literaria a través de poesías, cuentos y obras para títeres.

Entre sus trabajos se destacan Títeres de La Andariega; Coplas, poemas y canciones (Premio Municipal de Poesía 1938); Teatro de títeres; El Gallo Pinto; Libro de cuentos y leyendas (Faja de Honor de la SADE 1945); Historias de pájaros; Los sueños del sapo y Circulen, caballeros, circulen. Asimismo, conquistó el Premio Konex de Platino (Letras), el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, y en 1992 fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Una anécdota retrata su sencillez: “Vivía los premios de manera natural, siempre iba con mameluco a todo lugar. Cuando le anunciaron que había ganado en Cuba el premio Casa de las Américas, le sugirieron que, por protocolo, fuera con traje a la ceremonia. Pero él estaba con un mameluco verde y sólo atinó a cambiárselo por uno blanco”, comenta risueño su hijo Juano.

En 1967 Don Juan el Zorro, un libro de su autoría, fue censurado por la dictadura de Onganía y debió exiliarse en Venezuela, donde fundó el Taller de Títeres de la Universidad de Los Andes y una compañía estable. En 1978 se trasladó a España para transitar el camino de Don Quijote a través de La Mancha con su teatro ambulante. En verdad, Villafañe viajó con sus títeres por todo el mundo, por lo que el público de América Latina, Europa y hasta China conoció su talento.

El titiritero sostuvo un vínculo singular con personalidades de la cultura: “Siempre había reuniones de intelectuales y artistas en mi casa -recuerda Juano-. Sus grandes amigos fueron Yupanqui, Alberti, Orozco, Pettoruti, Lima Quintana. Le festejó los cumpleaños a Neruda en Chile, estuvo en Cuba con Guillén. Ser titiritero trashumante le daba un aire romántico y en todos los lugares lo recibían con afecto”.

En sus obras invitaba a la fantasía y a la aventura, y construía al Diablo, a Dios y a la Muerte en un tono socarrón para que los niños los adoptaran con naturalidad y regocijo. Con ingenio, plasmó temas como los

sentimientos en historias cotidianas y posó su mirada en personajes universales, fantasmas, zorros, sapos y pájaros. Este artista genuino -quien en sus últimos años vivió en Bulnes y Corrientes- se marchó el 1 de abril de 1996 a los 86 años. Sin embargo, reflexiona Juano, “para las nuevas generaciones de titiriteros permanece su legado del gran compromiso con el títere, el oficio, la disciplina y el rigor”. En agosto se lo homenajeará con una exposición sobre su obra literaria y teatral en la Biblioteca Nacional.

De seguro que en este momento Don Javier debe estar vagando con su carromato y sus muñecos por el cielo, ofreciendo esas lecciones de vida que hacen sacudir la imaginación.

Laura Brosio

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