Espionaje para todos
Como
si fuese parte de una campaña de promoción de la última película de James Bond,
el tema del espionaje de Estados Unidos sobre la mayoría de los países del
mundo, se subió a la agenda mediática mundial de
la mano de las revelaciones de Eduard Snowden, un ex agente de la CIA que debió refugiarse en Rusia para escapar de la garra
vengadora de la principal agencia de espionaje del Mundo.
La
costumbre de recabar información estratégica,
tanto de los países amigos como de los potenciales enemigos, no es algo nuevo para Estados Unidos. Lo hizo
siempre a lo largo de su historia y se acentuó notablemente con el inicio de la
Guerra Fría con la ex Unión Soviética. La Casa Blanca nunca escatimó medios ni
se fijó en la legalidad de los procedimientos.
La
revolución tecnológica actual, que incluye el uso de celulares, Internet y
redes sociales, le brindó nuevas herramientas para espiar pero también le creó un talón de Aquiles inesperado, ya que los datos
secretos están al alcance de los hackers, expertos en informática que hacen de
penetrar los sistemas secretos su medio de vida.
En
el caso de Estados Unidos, quienes infiltraron sus sistemas no fueron agentes
preparados por potencias enemigas, sino hombres
de nacionalidad norteamericana que se vieron abrumados frente a la magnitud de
la información que debían auditar. Es así que esta interminable ola de
revelaciones, que arrancaron con los Wikileaks, provino de funcionarios
norteamericanos, de segunda o tercera línea.
Los
cables secretos sacaron a la luz estrategias obvias. Así supimos que la Agencia
Nacional de Seguridad venía controlando, ya desde 2007, a los principales
líderes latinoamericanos que estaban llevando a cabo políticas no muy bien
vistas por Washington. Por eso, el presidente Hugo Chávez fue el principal
objetivo de las escuchas. Hoy sabemos también que la presidenta de Brasil,
Dilma Rousseff fue auditada en todos sus movimientos. En el caso argentino,
hubo dirigentes opositores que se acercaron a la embajada norteamericana para
hablar mal de sus gobernantes.
Es
una realidad cierta que los datos que confiamos a Internet pueden llegar
fácilmente a los organismos de contralor tanto extranjeros como nacionales. Las
propias empresas de comunicación le entregan en bandeja los datos que les
solicitan a las autoridades. Habrá que extremar los cuidados sobre qué información subimos a la red, ya que el espionaje no
va a cesar por más arrepentidos que aparezcan. En todo caso, mudarán los
procedimientos.
Pablo Salcito
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