29 DE DICIEMBRE EL FUSILAMIENTO
DE FLORESTA
“Les deseo felices fiestas. Yo no las voy a poder tener”.
María Angélica (madre de Maxi) a los policías de la 43º en aquel Fin de Año negro.
A consecuencia de una política de entrega, del endeudamiento externo, de la fuga de capitales y del llamado “corralito bancario”, se produce la gran crisis nacional de diciembre de 2001. Su mayor manifestación fue la reacción popular de las “cacerolas” y el “que se vayan todos”. En consecuencia, el país se convierte en una caldera a punto de estallar. En solo diez días cambiaron cinco presidentes. El 29 de diciembre, a las 4 de la madrugada, cuatro pibes del barrio de Floresta; Maximiliano, Cristian, Adrián y Enrique, comentaban los sucesos frente al televisor en el barcito de la estación de servicios de Gaona y Bahía Blanca cuando Juan de Dios Velaztiqui, policía retirado que custodiaba el lugar, contrariado por las acotaciones de los jóvenes, se lanza enceguecido sobre ellos, revólver en mano, y les dispara hasta terminar con la vida de tres. Enrique logra escapar. El uniformado finge un enfrentamiento, para lo que arroja un cuchillo frente a los cadáveres, pero no logra su propósito. Detenido y condenado a perpetua, purga por sus injustificables crímenes, pero, a punto de cumplir 70 años, los vecinos temen que se le otorgue el beneficio de la prisión domiciliaria.
EL MOMENTO POLÍTICO
Entonces, el gobierno de De La Rúa capitalizaba una crisis que venía de arrastre desde gestiones anteriores, principalmente desde Menem. Pese a la entrega y el remate de la totalidad de las empresas públicas, el menemato había producido el mayor endeudamiento que haya conocido nuestra historia desde la época de la Baring Brothers en 1824, por acción del primer presidente de la Nación, Bernardino Rivadavia. No estuvo en la voluntad de De La Rúa revertir la situación, sino que continuó y profundizó las políticas neoliberales instrumentadas por el Fondo Monetario Internacional, al punto de nombrar ministro de Economía a Domingo Cavallo, principal responsable del fracaso económico menemista. A la convertibilidad le añadiría el “blindaje” y el “mega-canje”, las gotas que rebasarían el vaso de la paciencia popular. El país era una “timba financiera” que hizo crisis con una desconfianza generalizada, corridas, extracción de fondos y fuga de capitales. Hacia el 29 de noviembre, cuando los grandes inversionistas retiran sus capitales de los bancos, la crisis se hace insostenible, se produce el colapso y el 2 de diciembre se decreta el “corralito bancario”. De allí en más y día a día el problema se agudizaría. El descontento popular se va acumulando, tanto que entre el 16 y el 19 de diciembre se producen saqueos a supermercados en el interior de Buenos Aires y en Rosario, hechos que son severamente reprimidos por la policía. En la noche del 19 de diciembre todo se precipita: renuncia Cavallo y se declara el estado de sitio. Entonces la furia popular se hará manifiesta con un sorprendente “cacerolazo”, primero desde los balcones, luego en las calles. Una impresionante marea humana se dirige a la Plaza de Mayo por las principales avenidas. Marchan al ritmo de las cacerolas y al grito de “¡que se vayan todos!!”, una modalidad de protesta contundente, que se mantiene vigente durante los siguientes meses. El 20 de diciembre desde la mañana los oficinistas, las amas de casa, las madres, los militantes de todos los partidos populares, todos, convergen hacia la Plaza de Mayo. A medida que avanza el día y, enterados por la televisión de la dura represión policial que se transmite en forma directa, son más los que se dirigen a la Plaza. Con el transcurrir de las horas se llega a saber de los primeros cuatro muertos, que se suman a los del día anterior, y que finalmente arrojará un saldo de 39 casos fatales, 108 heridos y 328 detenidos. Fracasan los pedidos desesperados de De la Rúa para dialogar. Desoído, no le queda otro camino que la renuncia y una precipitada y cobarde huída en helicóptero desde la terraza de la Casa de Gobierno. Se cierra así un capítulo más de la historia de las “puebladas”, pero continúa con largos meses de marchas y asambleas callejeras por el “¡que se vayan todos!”. Simultáneamente los ahorristas, día tras día, martillo en mano, obligan a los bancos a bajar las persianas. Vidrios rotos, paredes y vidrieras pintadas, y sobre todo una muchedumbre popular que noche a noche se reúne en las esquinas a debatir para luego marchar a Plaza de Mayo. La crisis económica y política no encuentra salida, en diez días cambian cinco presidentes. A de la Rúa le sucede Ramón Puerta, luego Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Caamaño y finalmente Eduardo Duhalde, todos ellos en un intento por ser timoneles de tormenta en un mar incontrolable. Entre las primeras medidas de emergencia se anuncia el fin de la convertibilidad, que trae aparejada la consiguiente estampida de los precios en más de un 200%. Al Fin de Año Negro seguirán los meses de un verano negro, que marcará el ocaso de la llamada clase media. Se romperá la cadena de pagos, se entrará en una aguda recesión y se perderán millones de puestos de trabajo.
LOS PIBES DE FLORESTA
Pero ¿quiénes eran Maxi, Cristian y Adrián, las víctimas de aquel 29 de diciembre de 2001? Eran como todos los chicos de su edad viviendo en una época que no le brinda a la juventud demasiadas oportunidades más que para reuniones con amigos, pero pocas para el estudio, la música y los proyectos; sobre todo proyectos para construir un futuro difícil de alcanzar. Maximiliano Tasca, 25 años era un apasionado por la cultura egipcia y un entusiasta investigador de temas relacionados con aquella época. Cristián Gómez, 25 años, tenía una banda de nombre “La Gaucha”; era “fana” de los Redonditos de Ricota, además de hincha del Club All Boys. Adrián Matassa, 23 años, era alumno notable, egresado con diploma de honor del Mariano Moreno de Almagro; había comenzado la carrera de medicina.
LOS HECHOS
Todo comenzó a las 4 de la mañana de aquel caluroso sábado 29 de diciembre de 2001, en el barcito de la estación de servicio al que concurrían asiduamente. Y como en esos días se vivían momentos de plena ebullición popular por el corralito y el “que se vayan todos”, los cuatro muchachos presenciaban por TV las secuencias de las tantas marchas, represiones, grescas y asambleas que se sucedían diariamente. Entonces, según relata una testigo presencial, Sandra Bruno, empleada del turno noche del minimercado, que vio todo de cerca a menos de tres metros “todavía me cuesta darme cuenta por completo de lo sucedido, pero jamás me lo voy a olvidar…En el lugar había diez personas, otro empleado, el playero, dos clientes, los cuatro chicos y el policía, que también hacía el turno noche, de 22 a 8 de la mañana.” Recuerda Sandra que “el policía es bajo y algo panzón, usaba chaleco antibalas y anteojos negros que no se los quitaba, ni aun de noche.” Los chicos tomaban unas cervezas sentados en abanico frente al televisor. Uno de ellos comentó lo que veía sobre algunos manifestantes agrediendo a un policía, tal vez recordaban la brutal represión policial del día 20 en la Plaza y alrededores. En ese momento Juan de Dios Velaztiqui (61 años), policía retirado, indignado, fuera de sí y sin mediar aviso, saltó como una fiera sobre los muchachos. “A Maxi le apuntó a la sien y disparó, a Cristian le dio un balazo y lo remató de otro en la nuca, cuando estaba en el piso, a Adrián lo vi venir agarrándose el estómago, se tiró debajo de la caramelera, le dije que se quedara quieto, que así iba a pensar que estaba muerto y no le dispararía más…”, testimonió la empleada. No fue necesario, Adrián, murió en aquel rincón. Sandra conocía a los chicos, desde hacía seis años, cuando había comenzado a trabajar al lugar. “El policía tomó el teléfono público y llamó a alguien, unos segundos antes había arrastrado a Maxi y a Cristian hasta los escalones que hay afuera del local… les había disparado y se los llevó a la rastra como si fueran animales y arrojó un cuchillo al lado de los cuerpos para simular un enfrentamiento”, siguió relatando la testigo. No pudo consumar el armado de la escena del crimen. No fue casual que a poco del asesinato Radio 10 “informara” que “un ex policía mató a tres chicos en Floresta tras un intento de robo”.
LA REACCIÓN POPULAR
La reacción del vecindario no se hizo esperar. Pronto rodearon la comisaría, donde fueron recibidos con gases y balas de goma. Al día siguiente, durante otra protesta, destrozaron el barcito. Por muchos días se efectuaron marchas de antorchas y de silencio, y finalmente se relevó a la plana mayor de la Comisaría 43 y, tras un juicio teñido también de movilizaciones, se condenó al policía a cadena perpetua. En la actualidad el vecindario teme que cuando Velaztiqui cumpla 70 años le concedan prisión domiciliaria. Corre por Floresta el fantasma del “gatillo fácil”, imposible de ahuyentar porque ¡Floresta no olvida!
DOCUMENTAL FUSILADOS EN FLORESTA
Este documental, realizado por Diego Ceballos, avanza a través de dos relatos bien diferenciados pero que se entrelazan. Por un lado está la voz de la familia y de los allegados de los chicos de Floresta, y por otro, las opiniones de especialistas, sobre todo sociólogos, periodistas y organismos de derechos humanos, que le agregan al trabajo un análisis histórico-social sobre el “gatillo fácil” como práctica para llevar adelante “asesinatos que son enmascarados por una estructura que se usa tanto para combatir el delito como para cometerlo”.
Miguel Eugenio Germino
FUENTES
-Clarín, sábado 28 de diciembre de 2002.
-http://latangente.fullblog.com.ar/post/7 -años-de-la-masacre-612306... -http//laesquinadelcroto.blogspot.com/2009/09/lo-que-fue-la-masac… -http://Argentina.Indymedia.org/news/2002/12/71922.php -http://www.buenosaires.gov.sr/areas/educación/programas/memoria -http://es.wikipedia/Wiki/Crisis_de_diciembre_de_2001_Arge…
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