Fernando estaba sentado en el living de su casa con su familia cuando empezó a recibir los mensajes en su celular. Para no asustar a su hijo, prefirió usar el Whatsapp para contarle a su mujer, sentada en el mismo sillón que él, lo que estaba pasando. “Es difícil manejar el miedo de los chicos, pueden llegar a pensar que hay un auto afuera de tu casa esperándote”, le dijo a Diagonales. Cintia estaba sentada frente a la computadora trabajando cuando recibió el mensaje de Fernando: “Nos espió la AFI”. El resto del día se le fue en responder mensajes a amigos preocupados. “Una amiga me dijo: ¡Te hurgaron el cajón de las bombachas! Es una definición tragicómica, pero expresa muy bien la sensación de invasión, el sentirte observada”, dice Cintia. Gerardo se enteró por TV: “Estaba mirando un programa en el que pasaban la lista, hasta que llegó el número 71 y escuché mi nombre; cuando empezaron a llamarme mis amigos y compañeros, les dije que jugaran el 71 en la quiniela”. Sol también estaba trabajando cuando su mamá le escribió preocupada para que la llamara. “El impacto en el entorno de una es muy fuerte, la familia, los amigos, los compañeros… generó mucha preocupación”, explica. Ignacio se enteró a las dos de la mañana. Dice: “Recibí un mensaje de una amiga con una nota de un portal; al principio no entendía y hasta me dio gracia. Al día siguiente recibí mil llamados de gente preocupada, y ahí sí caí en lo que estaba pasando”.
Fernando Torrillate (responsable de comunicación del municipio de Morón), Cintia Luján (responsable de géneros de Nuevo Encuentro), Gerardo Rico (responsable del Movimiento Evita de Santa Fe), Sol González Cap (dirigente estudiantil de Nuevo Encuentro, gerente de ANSES Rosario) e Ignacio Petunchi (fotógrafo de Ambito Financiero) tienen al menos dos cosas en común: expresaron críticas al gobierno de Macri desde la militancia o el trabajo, y fueron espiados por la estructura ilegal que respondía al ex presidente. Aunque algunos de ellos lo hubieran pensado alguna vez y otros no, todos coinciden en la sorpresa y el estupor que cualquier persona sin una alta exposición pública podría sentir al saber que el aparato del Estado se utilizó para espiarla.
Fernando Torrillate
“Nunca se me ocurrió que pudieran espiarme, y menos a causa de mi profesión, de mi trabajo. Uno piensa que espían a gente más importante”, dice Ignacio, fotógrafo de Ámbito Financiero a quien los servicios de inteligencia le abrieron una ficha personal por haberse acreditado para cubrir el G20. En esa ficha pusieron una foto suya que no era la que presentó en su acreditación, ni tampoco la que tenía en sus perfiles de redes sociales en ese momento. También lo indicaban como alguien muy crítico al gobierno (de Macri), lo cual le valió la calificación amarilla, y consignaban que recibió un balazo de goma en la represión policial el día de la reforma jubilatoria. “Supuestamente sólo revisaron nuestras redes, pero tenían información precisa, como la fecha exacta de mi ingreso al medio donde trabajo, que pueden haber sacado de la ANSES. Si querían encontrar un terrorista no creo que revisar las redes fuera el único ni el mejor método, nadie publica que es un terrorista”. Ignacio tiene 27 años.
Sol tiene 28, y cuando la AFI macrista se interesó en su correo electrónico era responsable nacional del frente estudiantil de Nuevo Encuentro. “Me preocupa no saber hasta dónde llegó, y me preocupa por la gente que me rodea, por mis compañeros; intenté ni entrar a ver qué tenía en el mail que ellos pudieran haber visto”, cuenta.  Tampoco se imaginó nunca que la podían estar espiando, aunque tiene claro el objetivo que podía perseguir el espionaje del que fue víctima: “Fue contra la política, contra la participación. Hubo mucha persecución política durante el macrismo, causas forzadas a partir de pruebas forzadas que buscaban criminalizar la protesta social”. Hoy, Sol es gerenta de la UDAI IV de la ANSES Rosario y, medio en broma medio en serio, dice que hay gente que ahora no quiere llamarla por teléfono: “Hay una cierta paranoia alrededor de esto, como un estigma. Y se entiende, ellos espiaron para tener información y usarla como un factor disciplinador. Hay compañeros que quizás tienen hijos, por ejemplo, y es entendible que elijan no exponerse. Y eso termina siendo un riesgo para la democracia”.
Cintia concuerda con esa mirada: “Fue un intento de condicionar la práctica política, pero de la manera más sucia posible”. Hoy en día trabaja en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, y es responsable de género de Nuevo Encuentro. “Pocas cosas tan patriarcales como meterse en la vida de las personas. Estos casos de espionaje son un clásico ejemplo de cómo funciona el patriarcado, de cómo violenta a las personas; la invasión es una lógica patriarcal”. Aunque bromeaba desde el ascenso del macrismo con la posibilidad del espionaje, nunca pensó que podría vivirlo en carne propia, porque se considera una militante como cualquiera, una laburante más. Cuenta que, al enterarse, le costó entenderlo y tuvo que releer varias veces las notas periodísticas a partir de las cuales supo que su mail estaba en la lista de la AFI. “No te lo imaginás como una posibilidad cierta, tal vez por ser una militante de segunda o tercera línea; al punto tal que una de las primeras cosas que pensé fue: ¡qué aburrido leer mi correo!”. Y aunque se lo toma con esa pizca de humor, Cintia no le resta un gramo de gravedad al tema: “No me imaginé que en plena democracia pudiese haber una estructura con métodos como los de la dictadura, porque esos métodos fueron los mismos”.
Cintia Luján
Fernando tiene más años sobre su lomo militante, y su mirada sobre estos espionajes hay que entenderla desde su experiencia de participación política desde finales de la dictadura y la recuperación de la democracia. Fue compañero de colegio de Martín Sabbatella, y empezó a militar con  él desde muy jóvenes. “En los 70 el espionaje tenía que ver con la represión directa de militantes, todos sabíamos que podíamos ser espiados y era un miedo corporal, porque buscaban secuestrar cuerpos, torturarlos. En los 80 nos preocupaba qué estaba haciendo la mano de obra represiva que había quedado desocupada con la democracia. Ese miedo físico fue mutando, pero sí siempre me imaginé que fuera posible que nos espiaran, porque crecimos como militantes con esa posibilidad”, reflexiona. A pesar de las diferencias de época, para él las conexiones y continuidades con la dictadura militar son claras y constitutivas de las prácticas ilegales del macrismo: “No me extraña esto de parte de Macri. Son un grupo económico que nació con la dictadura y se benefició siempre de estos métodos. Lo hicieron en la Ciudad cuando gobernaban. Tienen una obsesión con la guita, y el espionaje es un método para quedarse con empresas de otros, para beneficio de sus negocios; apunta al control político sobre tipos que te obstaculizan los negocios, sean jueces, sindicalistas, políticos, etc.”. Y explica que sin estas prácticas es difícil entender como hay tantas panquequeadas en política: “Cuando alguien se da vuelta, hace algo opuesto a lo que decía, se suele pensar en el soborno económico como la causa, pero está quedando cada vez más claro el impacto de los carpetazos. Y para eso espían, para perseguir y condicionar la práctica política, lo cual obstaculiza el funcionamiento de la democracia. Existió antes, pero el macrismo hizo un uso brutal de esa herramienta de condicionamiento”.
Gerardo Rico
Pero el espionaje M no se concentró en un solo partido. Gerardo Rico es responsable del Movimiento Evita de Santa Fe, y afirma que su organización también tiene siete compañeros cuyos mails estaban en esa primera lista de la AFI. “No tuve miedo, no sobrepasó mi estructura mental; a mí lo que me preocupa es la política neoliberal con la que Macri nos empobreció”, dice. Gerardo tiene 66 años y una enorme trayectoria política: en el 72, con solo 18 años, ya era parte de la JP; luego integró Montoneros, y debió exiliarse siete años por la persecución de la triple A. Desde Europa, militó en las relaciones internacionales de Montoneros, y ya con la democracia consolidada trabajó cuatro años en el Ministerio de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Néstor Kirchner, y fue Diputado Provincial por dos mandatos consecutivos entre 2007 y 2015. “Algo sé de inteligencia, y la verdad que esto que se está conociendo no es una forma inteligente de hacer inteligencia. Sobre todo porque no era necesaria, si toda nuestra actividad era pública. En la dictadura había actividad clandestina, tenía otra lógica el espionaje. Hoy me parece que la única explicación para algo así de masivo es que son unos tontos”. Para él, lo espiaron por estar del lado de los sectores populares, y si bien no le parece algo impensable, sí le sorprende el grado de impunidad con el que se manejaron los sectores que participaron del espionaje: “causa malestar que un gobierno democrático espíe, y sin orden judicial; esto demuestra fundamentalmente la impunidad, y lo que asombra es el grado de impunidad”. Gerardo dice haber visto mucho, y hoy piensa en formar nuevos compañeros para que el país camine hacia una democracia más justa y sin estos abusos del poder.
Sol González Cap
No era necesario ser CFK, Larreta, o un periodista estrella del prime time para ser víctima de la voracidad del espionaje macrista. Con varias causas profundamente documentadas cursándose en la Justicia, restará ver si la democracia argentina comienza de una vez por todas a desterrar estas prácticas tan nocivas para su propio desarrollo.

FUENTE: NUESTRAS VOCES