jueves, 30 de enero de 2025

EVARISTO CARRIEGO



EVARISTO CARRIEGO

 

Breve esbozo de uno de los poetas porteños, amante de tertulias poéticas arrabaleras.

Evaristo Francisco Estanislao Carriego, más conocido simplemente como Evaristo Carriego.

Nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883 y falleció en Buenos Aires, víctima de tuberculosis, en el barrio porteño de Palermo, el 13 de octubre de 1912, a la edad de 29 años. Hoy, en ese sitio donde vivió con su familia, en la calle Honduras 3748, funciona un centro cultural que lleva su nombre.


En 1977 ese lugar estuvo a punto de ser demolido y gracias a la intervención del pintor José María Maravilla y a la Asociación de Amigos de Evaristo Carriego, se impidió tal demolición.


    CASA DE EVARISTO CARRIEGO EN Honduras 3748


A los 4 años, Evaristo Carriego se muda con sus padres y sus hermanos a Buenos Aires, a la calle Honduras entre Bulnes y Mario Bravo; en esta ciudad realizará sus estudios y sus obras más sobresalientes: "Misas herejes" y “La canción del barrio". Su obra literaria se extendió al teatro y al cuento, amén de varios poemas.

El escritor Jorge Luis Borges lo conoció a través de la amistad que tenía con su padre, ya que vivía a cuatro cuadras.

En el año 1930 Borges le dedicó un libro a Evaristo Carriego.

Más tarde, el compositor Eduardo Rovira le compone un tango en su homenaje, que en 1969 lo inmortalizará Osvaldo Pugliese.

Participó en publicaciones como "La Protesta", de orientación anarquista y también en la revista "Caras y Caretas".

Le gustaba participar en tertulias literarias y en movimientos de tipo intelectual, como "Ideas" y otros, influenciado también por literatos como Rubén Darío y Almafuerte.

Aquí unos de sus poemas:

 

El clavel

 

Fue al surgir de una duda insinuativa,

cuando hirió tu severa aristocracia,

como un símbolo rojo de mi audacia,

un clavel que tu mano no cultiva.

 

Quizás hubo una frase sugestiva,

o viera una intención tu perspicacia,

pues tu serenidad llena de gracia

fingió una rebelión despreciativa.

 

Y así, en tu vanidad, por la impaciente

condena de un orgullo intransigente,

mi rojo heraldo de amatorios credos

 

mereció, por su símbolo atrevido,

como un apóstol o como un bandido,

la guillotina de tus nobles dedos.

 

Marcelo Ricardo Beltore




 

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