LA QUINTA DEL COLEGIO SAN JOSÉ
La historia de
esta quinta de Almagro se remonta a la llegada al país de
ocho sacerdotes bayoneses de los Bajos Pirineos (Francia),
encabezados por Diego Cazenave Barbé (1813-1869).
Los clérigos
habían arribado a Buenos Aires en 1856. Alquilaron a Tomás Rebollo, heredero de
la quinta de Miserere, una modesta casa en el rincón NE de la
finca, que coincide con la actual esquina SO de las calles Bartolomé Mitre y
Azcuénaga.
Allí fundan
el 19 de marzo de 1858 el Colegio San José que, pese a las
dificultades iniciales, crecerá y se trasladará a un terreno mucho más amplio,
a los fondos de la Iglesia de Balvanera, con frente sobre la calle
Azcuénaga.
El Padre Barbé
y sus colaboradores, ante la necesidad de un lugar más amplio para el
esparcimiento del alumnado, profesores y religiosos de la orden del Sagrado
Corazón de Jesús de Betharram, adquirieron una quinta en un lugar no muy
lejano del colegio. Encuentran el sitio ideal a menos de dos kilómetros, en
el barrio campero de Almagro, perteneciente por
entonces al Partido de Flores. Se instalan allí, en una fracción de la extensa
quinta de las familias Lasala y Riglos, apellidos vinculados
al Cabildo de Buenos Aires, y que en ese momento pertenecía a los hermanos
Pedro y Luis María López.
La fracción
tenía 121,24 metros de frente sur sobre el Camino de
Gauna (actual Díaz Vélez), con idéntica medida a los fondos sobre
Segunda Cangallo (hoy Potosí). Limitaba al Este con la calle Tramway
(hoy Medrano) y al Oeste con Almagro (actual Francisco Acuña de
Figueroa); lindante con la quinta de Vélez Sarsfield.
La ubicación
era privilegiada, ya que se encontraba a menos de 100 metros de la
desaparecida Estación Almagro del primer Ferrocarril al Oeste, que
se levantaba en la confluencia de la actual calle Lezica con el Pasaje Peluffo.
El precio de la
operación se convino en 140.000 pesos moneda corriente, y fue escriturada
en 1865 a nombre de Diego Barbé, de la congregación, ya que era de
éste el principal aporte. No obstante, Barbé hizo testamento a favor de los
presbíteros Chirou, Harbustán, Sardoy y Sampay, con la condición de que ninguno
individualmente pudiera ejercer acto de dominio, sino todos en común, de manera
que el último sobreviviente quedara como dueño exclusivo. El complejo mecanismo
testamentario se puso en práctica a partir del 13 de agosto de 1869, al
fallecer Barbé a consecuencia de una neumonía.
EL COLEGIO SAN JOSÉ DE AZCUENAGA Y PERÓN
La quinta fue
bautizada como “Santa María”. Sobre el frente paralelo al
Camino de Gauna se construyó un edificio de dos plantas, con un modesto
mirador (clásico en todas las construcciones de esa época) y un sencillo
oratorio, todo gracias al aporte del padre Sampay (a quien llamaban “viejito”
pese a sus 41 jóvenes años), único heredero
desde 1881 por los sucesivos fallecimientos de los otros tres legatarios.
En aquellos
tiempos –según el recuerdo de un ex alumno y el relato del Padre Sarthou– “la
zona era agreste y sólo existían unos ranchos de adobe, entre yuyos y abrojos, donde un hombre a caballo apenas descollaba. Había
allí unos mansos caballos de faena que montábamos de a tres; mientras unos
visitaban los corderos, vacas y terneros añorando la estancia familiar, otros
ayudaban al quintero a plantar y regar las verduras, cosechando como
premio alguna fruta”.
“Al regresar
de un paseo tropezamos con un pantano, en el cual el carro de un paisano se
hallaba hundido hasta el cubo de las ruedas. Los caballos, embarrados hasta el
pecho, se negaban a arrancar pese a los rebencazos. El padre Pommés calculó la
suerte, se ofreció al dueño, saltó al pescante, blandió el látigo y arrancó tan
presto que todos quedamos sumidos en sorprendida admiración”.
A la imagen
pueden agregarse los infaltables montes de frutales, especialmente durazneros,
de las quintas cercanas en las que aún perduraban los cercos de cina-cinas y
pitas.
Se acostumbraba
premiar con una estadía en el lugar a los alumnos mayores, los que montaban a
caballo y ayudaban al quintero a cosechar sabrosas frutas y
verduras, aprendiendo así los secretos de la vida rural. Los domingos y
los jueves por la tarde acudían a la quinta también religiosos y profesores del
colegio, y muchos de ellos pasaban sus vacaciones allí. La quinta era
atendida por un casero permanente, junto a los hermanos coadjutores Jean Marie
y Jeatin Quilhahauquy.
Con el tiempo
las quintas vecinas se fueron dividiendo, y el avance de la edificación invadió
poco a poco la zona, amenazando así las posibilidades de que aquello siguiera
siendo un lugar de placidez campestre. Por ello, las autoridades del Colegio
decidieron comprar un terreno más alejado, en la provincia, aunque no demasiado
apartado de la Capital, ubicado en el camino de San Isidro a Morón, naciendo
entonces la quinta de Caseros, más tarde Martín Coronado.
Entonces, en la
quinta de Almagro se instala en 1897 el noviciado y el estudiantado de la
congregación, y pasan a residir allí los padres Magendie y los entonces
sexagenarios padres Pommés, Sampay y Permasse.
Después de una
larga serie de traspasos hereditarios, hacia 1899 se constituye finalmente
la “Sociedad del Colegio San José”, a la que transfieren la
propiedad de la quinta y otros bienes hasta entonces personales de sus
adherentes. Finalmente, en 1908, como se explicará enseguida, la “Sociedad”
decide la venta de la quinta, para financiar distintas obras en el interior de
país y en la hermana República del Uruguay.
Desde la
Quinta del San José y la Congregación Bayonesa de origen
francés, se tendió un puente para atender espiritualmente a la naciente
parroquia de San Carlos de la Congregación Salesiana de origen
italiano, seguidores de Francisco de Sales (1567-1622) y Juan Bosco
(1815-1888). Éstos habían llegado al barrio en 1878, al instalarse en la calle
Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Estevarena (hoy Quintino Bocayuva), donde
levantaron el primer templo consagrado a San Carlos Borromeo.
Volviendo a la
“Quinta del San José”, digamos que en marzo de 1908 –año del cincuentenario del
Colegio– fue vendida en 48 lotes, y los fondos se destinaron a costear gastos
de varias fundaciones de Rosario, La Plata y Asunción. Era el momento
en que por la calle Díaz Vélez rugía y centelleaba el tranvía eléctrico, cuando
el barrio de Almagro abandonaba su tradición campera, para entrar en el
“modernismo”.
Miguel Eugenio
Germino
Fuentes:
-Cutolo, Vicente, Historia de las calles y sus
nombres, Tomo I, Elche, 1994.
-Llanes, Ricardo M., El barrio de Almagro, Cuadernos
de Buenos Aires, 1968.
-Periódico Primera Página, nº 91 de noviembre de
2001 y 117 de abril de 2004.
-Rezzónico, Carlos Alberto, La Quinta del
Colegio San José, Historias de la Ciudad, n°146 de junio de 2008.
Colaboró en esta nota: Mabel S. de Coni Molina.
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