viernes, 3 de octubre de 2008

MATANZA DE TLATELOLCO



2 DE OCTUBRE DE 1968: A 40 AÑOS DE LA MATANZA DE TLATELOLCO

“…En Tlatelolco, plaza que ya fue moridero de indios y conquistadores, ocurre la encerrona. El ejército bloquea todas las salidas con tanques y ametralladoras. En el corral, prontos para el sacrificio, se apretujan los estudiantes. Cierra la trampa un muro continuo de fusiles con bayonetas caladas… Los muros de Tlatelolco tienen los poros llenos de sangre…” Eduardo Galeano Copete: El México “lindo y querido” había sido designado sede de los XIX Juegos Olímpicos de 1968. Convertido en una vidriera para el mundo, 5.531 atletas, 113 países y 172 especialidades esperaban impacientes el 12 de octubre para su inicio. Pero el país revelaba dos realidades contradictorias: una imagen de paz y prosperidad hacia afuera y una de grave deterioro social lo minaba por dentro. El estudiantado encabezaba las protestas en demanda de las libertades democráticas cercenadas. El 2 de octubre, a las 6.10 de la tarde, durante una multitudinaria concentración estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, de la que participaban más de 200 mil personas, un grupo paramilitar vestido de civil, que se identificaba con un guante blanco en su mano izquierda, ante una señal con luces de bengala, comienza la balacera y la masacre contra la masa estudiantil inerme. El gobierno hablará de “complot comunista” y sólo reconocerá 20 muertos, cuando en realidad hubo más de 300 muertos, 1.500 heridos y miles de detenidos. Nunca se supo oficialmente la magnitud de la matanza.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS


“¡Pobre México! tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” es un dicho popular que se trasmite de generación en generación desde 1848, cuando el país perdió la guerra con aquella potencia y fue obligado a capitular, por el tratado de Guadalupe-Hidalgo. Entonces pierde más de la mitad de su territorio: Texas, California, Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada y Utah, hoy en manos del Imperio.
En 1910 detona el grito popular del campesinado “¡Viva Zapata!” y las huestes del líder popular junto a Pancho Villa producirán la Revolución Agraria, arrebatándole al terrateniente el monopolio de la tierra. En 1919 es asesinado Zapata y en 1923 Pancho Villa, y con ello vuelve la oligarquía al poder. En 1928 Plutarco Elías Calle forma el Partido Nacional Revolucionario, que en 1938 pasa a denominarse Partido Revolucionario Mejicano y en 1946 Partido Revolucionario Institucional (PRI). Aglutinará en su seno a obreros y campesinos, con una base corporativa y un carácter nacionalista que se fue diluyendo en el tiempo y que dominará completamente el espectro político. Durante las primeras cuatro décadas el proceso se dio en llamar “Milagro Mexicano”, con tasas de alto crecimiento económico; el régimen permaneció nada menos que 71 años en el poder. El PRI se organizó autoritariamente. Dominó desde el Ejecutivo a los poderes legislativo y judicial. Manejó por completo la escena política, circunstancia facilitada por la escasa presencia opositora. Con Tlatelolco en 1968, el PRI resulta herido hasta perder el gobierno en el año 2000. Mediante una política exterior independiente supo atraer aliados y amistades difíciles durante la llamada “Guerra Fría” y la Revolución Cubana, con cuyas autoridades mantuvo cordiales relaciones a pesar del bloqueo a Cuba de los EE.UU. y de la expulsión de la OEA que había sufrido la Isla. Fluían capitales extranjeros a México, que vivía una prosperidad apreciable en comparación con las otras naciones latinoamericanas; se aspiraba a pasar del tercer al primer mundo. El 95% del turismo local provenía de los Estados Unidos, sin embargo, aquel bienestar convivía con la miseria de 10 millones de indígenas y con campesinos empobrecidos, por el abandono del cultivo agrícola. Durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, el año 1968 será crucial para México y el mundo: la guerra de Vietnam, los acontecimientos de Biafra, los asesinatos de Luther King y Robert Kennedy, y la noche negra de Tlatelolco.

LAS OLIMPÍADAS DE 1968


México había sido distinguido por el Comité Olímpico Internacional como anfitrión de la XIX edición de los Juegos en 1968, lo que era un “premio mayor”. Además, mareado por la riqueza que le producía el petróleo, había abandonado el cultivo de la tierra, con los previsibles trastornos futuros que luego se verificaron.
La Villa Olímpica fue levantada en menos de un año, con numerosos complejos deportivos, edificios, hoteles y estadios. Albergaba en el mismo lugar una Olimpíada Cultural, donde se exhibieron las riquezas espirituales del país; no podrían escatimarse esfuerzos ni gastos, debía ser un modelo para el resto de América Latina. Lo cierto era que aquella sofisticación de un gobierno acostumbrado a resolver las cuestiones del poder como propiedad del partido y de sus dirigentes, se convertía en hostil y difícil de digerir para los olvidados de siempre.


EL ESTUDIANTADO Y SU LUCHA


Ni la bonanza para unos pocos, ni la intensa campaña publicitaria podían ocultar la creciente agitación estudiantil, que levantaba la bandera de las libertades democráticas y lograba atraer a muchos otros sectores, entre ellos, el propio obispo de Cuernavaca. Una de las consignas fue repudiar la autocensura que se habían impuesto los medios de prensa.
Todo comenzó el 22 de julio, con una trifulca callejera entre dos grupos estudiantiles de fútbol americano, y que fue reprimida violentamente por el cuerpo policíaco de Granaderos, que detienen a varios estudiantes e incursionan en las instalaciones universitarias. Aquel hecho alteraría aún más los ánimos juveniles, y en consecuencia se establece un comité de huelga compuesto por 250 dirigentes estudiantiles que organiza una serie de marchas de repudio. Para ellos la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) era territorio libre de México. El rector de la Universidad, Javier Barros Sierra, se solidariza con el estudiantado. Ocurre una nueva detención, esta vez de 500 estudiantes, nuevas invasiones policiales a los campos universitarios y nuevas marchas, de manera que se recalentó la situación, al punto de que ya era imposible una vuelta atrás.

LA MASACRE DEL 2 DE OCTUBRE


En la tarde del 2 de octubre, el estudiantado se da cita en la Plaza de las Tres Culturas del barrio residencial de Tlatelolco. Logran una masiva concurrencia de aproximadamente 200 mil personas, custodiadas de cerca por más de 3.000 efectivos de la Policía y el Ejército. Hacia el final del acto, un helicóptero sobrevuela la plaza disparando tres bengalas de colores que cruzan el cielo. Aquella era la señal que daría comienzo a la tragedia.
Grupos de civil, que a modo de identificación llevaban un guante blanco en la mano izquierda, se infiltraron en la manifestación hasta llegar al palco levantado en el edificio Chihuahua, desde donde abrieron fuego contra manifestantes y militares, a fin de hacerles pensar a estos últimos que los estudiantes eran los agresores. La táctica dio resultado, los militares repelieron la agresión, aunque en la supuesta confusión los disparos fueron dirigidos al grueso de la multitud desarmada. A las ráfagas de ametralladoras se sumó el disparo de cañones, y la plaza se convirtió en una trampa mortal. El piso estaba cubierto de cadáveres y de cuerpos heridos; se estiman en más de 300 los muertos y en 1.500 los heridos, aunque el gobierno sólo reconoció una veintena. Muchas de las víctimas fueron transportadas en camiones militares con destino desconocido; nunca pudo confirmarse la cantidad de muertos. La cacería se prolongó durante toda la noche, en las calles, por las casas, en los departamentos cercanos a la plaza donde se habían refugiado estudiantes, y en otros barrios y departamentos aledaños. Temprano a la mañana siguiente, personal militar, policial y municipal limpiaron y barrieron las huellas de la matanza y durante años el gobierno se negó a realizar una investigación seria. Como justificación afirmaron que se trató de un complot comunista para boicotear los juegos olímpicos. Son desgarradores los testimonios de los sobrevivientes: “Yo estaba en el centro de la tribuna. Cuando comenzaron los disparos, me di la vuelta y, dando la espalda a la plaza, vi que el tercer piso se había llenado de gente que después supe era del Batallón Olimpia. Eran jóvenes como nosotros. Algunos traían una fusca en la mano; otros cargaban metralleta. Todos traían un guante blanco. A unos pasos de donde estaba, David (Vega) forcejeaba por el micrófono con uno del Batallón Olimpia, al que se le salió un tiro. Los del batallón les dieron tres instrucciones: ‘Todos a la pared, todos al suelo y al que alce la cabeza se lo lleva la chingada’. Mientras tanto, un tipo alto, fornido, con gabardina, disparaba contra la multitud.” (Testimonio de Florencio López Osuna, dirigente de la Escuela Superior de Economía). “En el balcón que estaba debajo, a mi izquierda, donde estaban los líderes hablando, vi cuando un hombre de guante blanco agarró a uno del cabello, le puso la pistola en la sien y le disparó... Yo lo vi. Ése fue el primer disparo que escuché y entonces comenzaron a entrar los soldados a la plaza. Entraron abriendo fuego contra la gente que estaba en la explanada. Después entraron una o dos tanquetas disparando contra el edificio Chihuahua…” (Testimonio de René Manning, músico). “Había dos niños de secundaria que, cuando vieron que los del guante blanco disparaban contra la gente, se les aventaron. Ahí mismo los mataron. Primero les dispararon y en el suelo los golpearon con las cachas de las pistolas. Iban con suéter café”. (Testimonio de Enrique Espinoza Villegas, de la Preparatoria 5.)

LA APERTURA DE LOS ARCHIVOS SECRETOS


Hubo que esperar más de 30 años para la apertura de los archivos secretos mexicanos y estadounidenses, a partir de lo cual pudo reconstruirse lo ocurrido aquella tarde del 2 de octubre de 1968.
La lucha estudiantil era un obstáculo grueso para la imagen que el gobierno pretendía dar al mundo como sede olímpica. Aquel mismo día el embajador estadounidense en México Fulton Freedman trasmitió un mensaje secreto que informaba: “Tanto el Secretario de Gobernación (Luis Echeverría Álvarez), como el de Relaciones Exteriores (Antonio Carrillo Flores) habían asegurado por separado a funcionarios de las embajadas que el gobierno terminará con la agitación estudiantil, antes de los juegos olímpicos y que éstos no se verían alterados”. Tlatelolco fue parte de ese plan macabro para liquidar al movimiento estudiantil. Cada grupo tenía instrucciones precisas y distintas para aquel día. Los militares debían impedir que los concurrentes salieran de la plaza (la encerrona); el Batallón Olimpia (de civil) debía detener o matar a los líderes estudiantiles; el Equipo Zorro (paramilitares), disparar contra la multitud y el ejército, para obligarlo a actuar. El operativo le salió mal al gobierno, ya que cayó herido el General que mandaba las tropas de elite, lo que desató una violentísima reacción. Algunos estudiantes armados (no autorizados por la dirección de huelga) completaron la tragedia. Los medios de comunicación, cómplices, se impusieron la autocensura, y la escasa clase política opositora fue doblegada fácilmente. Debía lograrse un rápido olvido. El Comité Olímpico Internacional colaboró, ignorando el hecho. Todo debía parecer normal: “Aquí no ha pasado nada”. Los Estados Unidos siguieron una política de silencio y la Unión Soviética publicó una tibia condena, al igual que Cuba. Desde Buenos Aires el gobierno mexicano recibió la adhesión de tres escritores: Jorge Luis Borges, Manuel Peyrou y Adolfo Bioy Casares. Sin embargo, todos los cuidados no fueron suficientes para imponer la historia oficial; el crimen de Tlatelolco nunca fue olvidado, fue un puñal clavado en el corazón del régimen que duró treinta años, hasta que se abrieron los archivos y se llenó aquel vació histórico que había dejado mal parado al PRI. A pesar de todo, la justicia mexicana jamás enjuició a nadie por aquellos delitos aberrantes.

Miguel Eugenio Germino


FUENTES:
-Aguayo Quesada, Sergio, “Los archivos de la masacre”, Clarín, 27.9.1998.
-Fazio, Carlos, “Clase Mexicana (Tlatelolco)”, Zona, Clarín, 20.02.1998.

-Galeano, Eduardo, Memorias del Fuego III.
-http://Bolivia.indymedia.org/nude/1502
-http://es.wiki/masacre_de_Tlatelolco -http://urticuultura.blogspot.com/2007/10/masacre-de-Tlateloco.html -http://www.lafogata.org/mexico/mexico4.htm -Poniatowska, Elena, “La noche de Tlatelolco”, Clarín, 27.09.1998.-

3 comentarios:

Unknown dijo...

pinche puto el que organiso la matansa ojala que se pudra el culo pinche ojete lo ba a pagar antes de que muera o cuando muera mando a los putos militares con su pistolita vergera por que no los mando sin armas para darnos el la madre pinche puto presidente le ardio el culo x q savia que no iva a ganar y tuvo que mandar a los militares ojala le den por culo yo vivi y lo unico que se es que el puto me la pela y me vale madre si me quiere encontrar nos damos en la madre a fin que y estoy viejo y ya vivi

Anónimo dijo...

QUE COMENTARIO MAS ORRIBLE EL ANTERIOR . QUE NO SABE LO QUE DICE QUE SE JODA, QUE SU COMENTARIO SE LO MANDE POR DONDE MAS LE DUELA Y POBRE DE LOS QUE ESTUBIERON EN LA MATANZA .

Testimonio dijo...

Lo de Samael no fue comentario, fue desahogo y se justifica.
En cambio a Anonimo le parece orrible, pero no dice una palabra del horrible crimen cometido por el PRI-Gobierno...
Las mentadas de madre no matan, las balas y la lambisconeria complice sí.