CARLITOS
Con los años, Carlitos, se convirtió en un personaje típico del “reterismo de poca monta” del barrio de Balvanera. En un constante visitante de las comisarás 7º y 9º.
De contextura delgada, y estatura media, barba de dos días, de indumentaria de sencilla, tirando a desprolija, vivía de las pequeñas rapiñas en los supermercados de la zona, para luego malvenderlas al mejor postor ocasional con el que entrara en cierta confianza.
Tras pasar por las más ponzoñas pensiones --que las hay en el barrio--, terminó pernotando en la misma calle, en algún pórtico., o simplemente a la luz de la luna, eso sí del barrio, porque a Carlitos le costaba alejarse del barrio, a pesar de que era un personaje “junado por los tiras”.
Con esta situación límite y la declinación de su aspecto, más deprimente y escasamente aseado, se vio privado de sus habituales fechorías que le permitían subsistir con su democrático sándwich y su pócima diaria de alcohol, como mitigante de su miserable existencia.
Sin embargo, nuestro personaje tenía un aliciente particular, parecía conformarle su estado de lumpendad, lo que a pesar de todo le proporcionaba una libertad, dentro de su mediocre existencia. Claro está cuando no se encontraba encanado, situación ésta última que le brindaba al menos un mísero techo, y expuesto al consiguiente maltrato, típico de “autoridad” excedida en esos menesteres.
Renegaba constantemente con los camioneros de CLIBA, cuando intentaban llevarle el desvencijado colchón donde reposaba sus huesos, única pertenencia por fuera de su maltrecha ropa, cada vez más misérrima.
Lo extrañarían en ésta etapa, tanto los encargados de los supermercados, cuando se le pegaba cualquier cosa al alcance de su mano, había que reconocerle su cualidad de ligereza y destreza en aquel accionar.
En muchos casos, más de una vez, para evitar el dolor de cabeza de llamar a la policía, lo compensaban experimentando su trasero, la marca del zapato del encargado o custodio del autoservicio.
En su etapa “floreciente”, se lo veía regateando con los posibles compradores de su mercancía mal habida, haciendo valer el precio de la rapiña, tal vez más allá de su racional costo, aunque en la mayoría de las veces debía contentarse por el menor y más vil valor de reventa.
Además, Carlitos, tenía otra virtud adicional, su agilidad, para “poner los pies en polvorosa” cuando la circunstancia lo ameritaba y era posible alejarse de su perseguidor. Con o sin uniforme.
Hoy nuestro Carlitos, no es siquiera la sombra devaluada de aquella época de esplendor, en el apogeo de sus andanzas, ahora convertido en un mendigante vagabundo, debe agradecer el trozo de pan que algún alma caritativa le alcance. Eso sí, nuestro personaje no ha perdido ni la libertad ni su pertenencia --por derecho adquirido-- al barrio e Balvanera.
Horacio Rivera
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