Una artista con todas las letras
Talentosa y sensible, fue
una de las actrices más notables de la historia del teatro y el cine argentinos.
Nacida el 3 de febrero de 1895 en Buenos Aires, su nombre verdadero era María
de los Milagros de la Vega pero fue conocida como Milagros de la Vega a secas. Vivió
un tiempo en Salguero al 500, en el barrio de Almagro, en la que fue su casa
natal. Se educó en Chile, donde a los 5 años estudió en el Conservatorio
Nacional. Cuando regresó a Argentina, ingresó al Conservatorio de Teatro y al
de Música. Actuó en Montevideo y fue pilar de la Comedia Nacional Argentina. Dueña
de una trayectoria teatral extensa e impecable, actuó en el Teatro Cervantes y
sobre todo en el Teatro San Martín, donde descolló en un amplio repertorio de
piezas clásicas.
En 1915 interpretó a
Manuelita Rosas en la obra Amalia, de
José Mármol, un duro retrato de la etapa rosista. Otros trabajos teatrales
memorables fueron en La casa de Bernarda
Alba, de García Lorca, en 1958, donde compartió el elenco con Margarita
Xirgu en la última aparición de esta renombrada actriz;Romance de lobos, de Ramón Del Valle Inclán, dirigida por Agustín
Alezzo; Un guapo del 900, donde hizo
una composición brillante en el papel de Natividad,en 1967, y Las aguas del mundo, ambas de Samuel
Eichelbaum; Los mirasoles, de Julio
Sánchez Gardel.En 1950 tuvo el privilegio de estrenar en Buenos Aires La muerte de un viajante, de Arthur
Miller, junto a Narciso Ibáñez Menta, y años más tarde también se lució en otro
personaje del mismo autor, al actuar en Las
brujas de Salem en 1972, con Alfredo Alcón y la dirección de Alezzo.
Asimismo, participó en otras obras como Israfel,
de Abelardo Castillo; Todo en el jardín,
de Edward Albee; Ollantay, con la
dirección de Luisa Vehil; El último perro,
dirigida por Carlos Gorostiza y con música de Astor Piazzolla. Con su esposo Carlos
Perellirealizó largas y exitosas giras por Argentina y los países limítrofes.
Ejerció la docencia en el Conservatorio Julián Aguirre de Banfield y tuvo una
importante carrera en la radio.
En cuanto a su labor en
el séptimo arte, en 1919 debutó en el cine mudo en El mentir de los demás, de Roberto Guidi, a la cual siguióEl último centauro, en 1923, donde su
marido interpretaba a Juan Moreira. Cuenta con 26 películas, entre ellas, La chismosa;Veinte años y una noche;Malambo,
con música de Alberto Ginastera; El
pecado de Julia, basado en la obra de August Strindberg; La bestia debe morir; La pasión desnuda; La
Quintrala; La patota; La cifra impar; El reñidero, con Alcón; El loro de la soledad; Los orilleros, con guión de Borges y
Bioy Casares; Saverio el cruel. Su
despedida del cine fue una colaboración en el documentalBuenos Aires, la tercera fundación(1980), de Clara Zappettini.
Se dio el lujo de ser
dirigida por realizadores de la talla de De Zavalía, Soffici, Saslavsky,
Amadori, Del Carril, Bayón Herrera,Viñoly Barreto,Tinayre, Antín, Mugica, Kuhn,
Wullicher. Algunos datos merecen subrayarse. Por ejemplo, en uno de sus
primeros filmes, La chismosa (1938),
tuvo la posibilidad de trabajar con la gran Lola Membrives y de ser dirigida
por Enrique Susini, uno de los legendarios “locos de la azotea”, inventores de
la radio. Con Mirtha Legrand compartió elenco en Vidalita (1948) y el clásico La
patota (1960); trabajó con Pepe Arias en Todo un héroe (1949).También fue compañera de Atahualpa Yupanqui en
Horizontes de piedra (1956), basada
en la novela Cerro Bayo del mítico
folklorista, quien además compuso la música de la película.
Entre sus ciclos
televisivos se destacan No me digas que
no, en 1960, en Canal 13, y El teatro
de Alfredo Alcón, en 1966, en Canal 9. En ese mismo año fue galardonada con
el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes junto al dramaturgo Armando
Discépolo. En 1979 se publicó su libro de memorias En aguas del recuerdo, testimonio recogido por el periodista Julio
Ardiles Gray.Esta esplendorosa artista falleció el 11 de diciembre de 1980 en
Buenos Aires, a los 85 años.
Una anécdota que cuenta
Alcón refleja su ternura y su nobleza:“Eran
sus últimos días, estaba muy enferma, en cama. Yo la visitaba bastante. Era
como un romance el que teníamos. Yo era un pibe y ella una señora grande. Un
día, poco antes de que se muriera, yo me iba y me dijo: ‘¿Te gustan los
proverbios árabes, che?’. Sí, le dije yo. ‘A ver si te gusta éste: «Cada vez
que veas caer la hoja de un árbol, soy yo que me estoy despidiendo».‘¿Te gusta?’.
Le contesté que me parecía hermoso. ‘Bueno, no es un proverbio árabe, lo
escribí pensando en vos’ ”.
Laura Brosio
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