El dirigente socialista abanderado de las causas de los
trabajadores y de las mujeres
Una de las calles más importantes del barrio de Almagro –que
nace en Av. Rivadavia y se extiende quince cuadras–
lleva el nombre de una personalidad descollante de nuestra historia. Se trata
de Mario Bravo: dirigente
socialista, legislador, periodista, poeta, docente. Orador brillante y analista
punzante de la realidad, cumplió una destacada labor en el Congreso de la
Nación, en la cual priorizó los proyectos de ley del área social, relacionados
con los sectores más vulnerables: los trabajadores, las mujeres, los niños.
También participó –con su estilo vigoroso– en debates de cuestiones centrales para el
país como la Ley de Presupuesto.
Bravo nació el 27 de junio de 1882 en La Cocha,
Tucumán, en el seno de una familia humilde. Creció en medio de un paisaje de
ensueño de selva y montañas. Estudió en el Colegio Nacional de la capital de su
provincia y posteriormente decidió radicarse en Buenos Aires para cursar la
carrera de Derecho en la UBA. Se recibió de abogado en 1905 y se doctoró con
una tesis sobre Legislación del Trabajo, un alegato en defensa de los derechos
de los trabajadores. Ese mismo año se afilió al Partido Socialista. Su primer
contacto con este movimiento consistió en una visita que hizo al local de
México 2070, sede del periódico La
Vanguardia y de la Secretaría del Comité Ejecutivo del partido. Unos
obreros amigos de Tucumán le habían encargado unos folletos socialistas que
terminó leyendo.
Ya consustanciado con la causa de la agrupación, fue
secretario de Redacción de La Vanguardia y,
entre 1907 y 1908, su director, función que repetiría entre 1939 y 1940.
Asimismo, se desempeñó como redactor del semanario Argentina Libre.
En 1913 fue elegido diputado nacional, cargo que
ocupó hasta 1922. En su primera actuación parlamentaria propuso que los
empleados que ganaban menos de 100 pesos tuvieran un aumento, lo que fue
aprobado. Presentó varios proyectos significativos como el de derechos civiles
de la mujer, de divorcio –toda una osadía
para la época (1917), que despertó la reacción de la Iglesia y fue rechazado
por sólo dos votos–, reglamentación del
trabajo de las mujeres y los niños, y descanso dominical. A Bravo lo marcó a
fuego la huelga en los ingenios azucareros de 1906. Denunció las condiciones
inhumanas que soportaban los obreros y redactó el proyecto de reglamentación
del trabajo en dicha industria.
En 1923 fue elegido senador nacional, banca que
ocupó hasta 1930 y luego volvería a ocupar de 1932 a 1938. Durante su mandato
presentó un proyecto sobre los derechos políticos de la mujer, de reforma de la
Constitución Nacional para separar la Iglesia Católica del Estado, pensiones a
la vejez y protección a la maternidad. En 1928 emprendió una gira por Europa y
participó en el Congreso Internacional Socialista de Bélgica. Culminó su labor
parlamentaria como diputado en 1943.
Al ocurrir el golpe del 30,
analizaría ese proceso desde la columna denominada Mirador de La Vanguardia; esos textos fueron compilados
en el libro La Revolución de ellos
(1932). A propósito de este hecho, pronunció un encendido discurso en un teatro
cordobés en el marco de un acto del partido: “Yo sé que hablo bajo la censura
de la autoridad. Pero deseo que mi palabra de protesta llegue hasta donde
alcance a transmitirla este micrófono, y digo que el pueblo argentino no merece
que un militar haya puesto sobre sus espaldas la planta de sus botas. Y afirmo
que el pueblo sabrá resistir con todas sus fuerzas la mutilación de sus libertades”.
Recibió una estruendosa ovación. Al llegar a Buenos Aires, fue encarcelado.
Su obra es prolífica, abarcando textos políticos,
legislativos, una novela, cuentos y poemas: La
huelga de Mayo y Poemas del campo y
la montaña (1909); Movimiento
Socialista y Obrero (1910); La ciudad
libre y Canciones y poemas (1918);
Canciones de la soledad (1920); Cuentos para los pobres (1923); Capítulos de legislación obrera (1925); Sociedades cooperativas (1926); Derechos civiles de la mujer (1927); En el surco (novela, 1929).
Antes de fallecer en Buenos Aires, en 1944, legó su
biblioteca personal a la Facultad de Derecho de la Universidad de Tucumán.
Sus poemas están plagados de belleza y
sensibilidad. En este sentido, merece remarcarse la Canción de la paz, incluida en el libro Canciones y poemas: “El sol fecunda las campiñas / los sembrados
sembrando van / grandes cosechas colman el mundo: / ésa es la paz / A la
distancia en la llanura / se eleva el humo del dulce hogar / vuelan en torno
las golondrinas: / ésa es la paz / En los jardines florecidos / desgrana perlas
el fontanal / hay un idilio junto a la fuente: / ésa es la paz”.
Asimismo, resulta muy emotiva la Canción de la huelga general,
perteneciente al mismo libro: “Como un mar resonante la multitud avanza / la
multitud avanza, flamean sus pendones / parece que latieran todas las
rebeliones / en el coro del himno que invoca una esperanza / Y en tanto que el
desfile las calles estremece / enmudecen las pampas, la ciudad enmudece / y
hasta la vida misma se detiene y espera!”.
Laura Brosio
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