jueves, 29 de noviembre de 2018

La antigua Paragüería Víctor



Un oficio que desafía a las leyes del mercado
 
frente del negocio


A pesar de los avances tecnológicos, hay oficios tradicionales que perduran y se resisten a desaparecer, como el de los paragüeros. Un ejemplo paradigmático en este sentido lo constituye la Paragüería Víctor, ubicada en el límite entre Almagro y Boedo, en la esquina de Av. Independencia y Colombres, desde hace casi cuarenta años.
Si hablamos de este local, debemos referirnos a la rica historia de su propietario, Elías Fernández, de 87 años. Elías llegó a Buenos Aires en 1950, a los 18 años, procedente de un pueblo de su Galicia natal, escapando del servicio militar. Aceptó la carta de llamada de un tío, lo que le permitió venir a probar suerte a nuestro país. Su primer trabajo fue en la entonces Papelera Argentina, en Bernal, donde permaneció hasta 1955, cuando renunció para dedicarse de lleno a los paraguas. Durante dos años se desempeñó como paragüero ambulante junto a sus primos.

interior del negocio

En 1957 dos acontecimientos alegraron y marcaron su vida: se casó con Haydée, hija y nieta de paragüeros, y abrió su primer negocio de compostura y venta de paraguas en Independencia 3910, en un local que le prestó su tío. Diez años después se trasladó a Independencia 3709 hasta que en 1979 se instaló en la esquina que ocupa hoy. En la actualidad la paragüería está a cargo de su único hijo, Víctor Fernández, en homenaje al cual fue nombrado el negocio. De todas maneras, Elías continúa yendo al local todos los días, a la mañana realiza los arreglos en el subsuelo y a la tarde se va con sus amigos a jugar a las cartas. Para él, seguir trabajando es como una terapia y un motivo para seguir adelante.
Esta paragüería es uno de los últimos negocios del rubro que quedan en Buenos Aires. En su vidriera pueden contemplarse toda variedad de paraguas, bastones artesanales, de madera, hechos en el país, abanicos y monederos. También pueden observarse algunas notas periodísticas sobre el local, prolijamente enmarcadas, así como el reconocimiento que el Museo de la Ciudad le otorgó al negocio en 2010 como Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana. Asimismo, se venden sombrillas, paragüeros, calzadores y capelinas. Un dato curioso: hasta hay paraguas para perros.
“Reparar paraguas en estos tiempos es un arte porque prácticamente ya no hay quien lo haga. Está mi padre y uno de los empleados del negocio, y muy pocas otras personas en Buenos Aires. Nadie lo hace en el resto del mundo porque los precios de los paraguas bajaron tanto que es mejor tirarlos y comprar uno nuevo. Muchas veces el valor del trabajo y del tiempo que demanda arreglarlos es superior al precio del mismo paraguas; en ese caso al paragüero no le conviene repararlo”, señala Víctor.
El encargado del local niega que todos los paraguas actuales sean de mala calidad. Afirma que hay de todas las calidades. Lo que ocurre es que la gente tiende a comprar los más económicos, que son muy malos. Los buenos son muchos más caros: van de los $ 400 a los $ 21.000. Toda la producción de paraguas se hace en China: Los clientes que tenemos vienen a comprar un paraguas de buena calidad. La gente que quiere un paraguas para el paso lo compra en cualquier lugar. En cambio, quienes quieren comprar paraguas que sean más resistentes, vienen hasta acá. Nosotros les explicamos que los paraguas pueden ser mejores pero en ningún caso son indestructibles, siempre depende de la acción del viento”.
A todos los clientes se les entrega un folleto donde se indica cómo se debe utilizar el paraguas. Los consejos que el hijo de Elías brinda al respecto son: abrir el paraguas enfrentando el viento, no sacudirlo ni girarlo bruscamente, dejarlo secar abierto y guardarlo sólo si está bien seco. Nunca se debe guardar ni siquiera ligeramente húmedo para evitar que se forme moho o se oxide.
Según Víctor, ahora la gente no concibe el paraguas como complemento de la vestimenta, como era antes, sino simplemente como un objeto para cubrirse del agua. Eso hace que compre artículos económicos que después no le dan resultado. No siempre se gasta lo que se debería, por ejemplo lo que se gasta en un par de zapatos o una cartera.
El encargado del local se refiere a las costumbres de las distintas épocas en relación al uso de los paraguas: “Desde el año 54, se empezaron a usar paraguas de colores para las mujeres, y después del año 80 también para los hombres. Siempre hubo paraguas para hombres en marrón y gris pero ahora los hay con estampados como los de las corbatas. La preferencia de cada uno es muy particular, no hay una predilección por un tipo de paraguas en especial. La gente compra tanto lisos como estampados, largos como plegables, manuales como automáticos”.
¿Qué le deparará el futuro a la entrañable y tradicional paragüería? ¿Seguirá incólume, desafiante, frentea las leyes del mercado, vendiendo y reparando paraguas?: “Hoy en día no hay un lugar donde se pueda aprender a ser paragüero, es algo que se trasmite de una generación a otra. Mi padre se lo enseñó directamente a un empleado nuestro, que es el que más ganas de aprender tuvo. A mí mucho no me entusiasmó, siempre me gustó más la venta. No obstante, hay secretos que sólo mi padre tiene y espero que en algún momento se los enseñe. El día que no esté mi padre continuaré con el negocio, siempre que se pueda”, manifiesta Víctor.

Laura Brosio





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