jueves, 29 de noviembre de 2018

LAS QUINTAS DE LA FAMILIA ALÉM


Las dos quintas de la familia Alén en Almagro y en Balvanera



La quinta de Almagro


LEANDRO ANTONIO ALEN


La suculenta historia de la familia Alén, en su paso por estos dos barrios, comienza a mediados del siglo XVIII, cuando Francisco Alén nacido en 1736 (abuelo del Leandro que todos conocemos), inmigra al Río de la Plata, procedente de su Galicia natal, de la pequeña parroquia de Santa Eulalia de Mondáriz, como tantos otros españoles, atraídos por el deseo de “hacer la América”.

Para ello debió soportar un largo y penoso viaje a bordo de un barco de tres palos, travesía que tardó seis meses, toda una aventura difícil de imaginar en los tiempos actuales. ¿Cuantos días de poder ver solo cielo y agua?

Ya instalado en el barrio de Almagro, emplazó una pulpería y comenzó a afianzar una posición económica adquiriendo una quinta de aproximadamente 6 hectáreas, ubicada (poco más o menos) entre las hoy calles Independencia, Treinta y Tres Orientales, Venezuela y Yapeyú. Se lo consideraba “un hombre de bien”, ya que oficiaba misas para enterrar a sus esclavos, además de oficios y responsos, lo que parecía una rareza en aquellas épocas.

En 1789 se casa con María Isabel Ferrer, una joven de sólo 18 años, matrimonio del que nacen cinco hijos, entre los cuales se destacará políticamente Leandro Antonio, que adquiriría fama por su trayectoria durante el Gobierno de Rosas, como integrante de la temible “Mazorca”.

Don Francisco fallece en 1798, dejando hijos pequeños de entre ocho años y cuarenta días.

Veinte meses después la viuda contraerá nuevas nupcias con Ramón Vera; al poco tiempo venden la quinta a José Iturramendi, y más tarde es vendida a su vez a Sinforeana Ramona Candelaria.

Ésta donará los terrenos donde en 1904 se levantará la Capilla de San Antonio, liderada por el Padre Lorenzo Massa, que dará cobijo a los integrantes del Club “Los forzosos de Almagro”, origen del Club San Lorenzo de Almagro.





Leandro Antonio Alén



Leandro Antonio había nacido en Almagro el 12 de marzo de 1795, un niño rubio y de ojos celestes, quedando huérfano de padre de muy chico, recibió escasa instrucción. Durante un tiempo se ganó la vida como herrador, matarife, policía y pulpero; sembraba su quinta, lo que le permitió ahorrar y comprar solares, levantando casas. A los 30 años, el 30 de setiembre de 1825, contrajo matrimonio con Tomasa Ponce Gigena (de 17 años, de sangre indígena), con la que tuvo 8 hijos.

En 1834 Rosas lo designa vigilante 1º de caballo; prestó servicios a las órdenes del comandante Ciriaco Cuitiño, vinculándose también con Andrés Parra, convirtiéndose en ferviente adherente al Partido Federal, violentamente enfrentado al bando Unitario. Naciendo o profundizándose así una de las “grietas” que se mantendrá latente durante la complicada historia de la política Argentina.

Hacia 1840, “cuando aquel año moría” según la canción, y Lavalle retira sus tropas de las proximidades de Buenos Aires, recrudece el enfrentamiento y Alén desplegará una febril actividad, patrullando a caballo especialmente por las noches la desierta parroquia, en busca de sus enemigos, embozado en su poncho rojo, estremeciendo a sus vecinos al escuchar su ronca voz impartiendo órdenes.

Después formó parte de la Mazorca Sociedad Popular Restauradora y a la caída de Rosas se retiró de la ciudad. Cuando el coronel Hilario Lagos al frente de la revuelta sitiaba a Buenos Aires, se incorporó a esas fuerzas con otros partidarios federales. Vencido Lagos, regresó a la ciudad donde fue aprehendido junto a sus compañeros Badía, Troncoso, Cuitiño, Reyes y otros.




Todos fueron sometidos a un largo proceso por decreto del 11 de agosto de 1853, y con Ciriaco Cuitiño tomaron como abogado defensor al doctor Marcelino Ugarte, cuyo hijo hacia el año 1900 sería gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pese a la brillante actuación de éste, se los condenó a muerte.

Las audiencias se habían llevado a cabo del 19 al 21 de diciembre. La crónica ha documentado que mientras Cuitiño guardó profundo silencio durante la lectura de los cargos, Alén interrumpía negando todas las acusaciones. Durante todo el proceso sufrió una profunda depresión moral y material, debiéndose suspender la confesión por haber padecido una congestión cerebral, según el informe médico. Se le imputó y responsabilizó del crimen de seis personas.

La sentencia fue rodeada de un cierto halo de misterio, debido a que la causa pudo ser consultada nada más que por un reducido número de personas, y lo más escandaloso fue que el legajo del proceso desapareció, aunque quedan testimonios periodísticos y la sentencia del juez en lo criminal Claudio Martínez, publicada por “La Tribuna”, periódico unitario propiedad de los hermanos Varela, en su edición del 30 de diciembre de 1853.

El 29 de diciembre de 1853, en la desaparecida Plaza de la Independencia del barrio de Monserrat, a las 9 de la mañana, se congregaron seis mil personas para presenciar las ejecuciones, en una típica escena de la Revolución francesa fue fusilado y luego colgado públicamente juntamente con Ciriaco Cuitiño por las tropas al mando del coronel Tejerina. La ejecución de los condenados fue acompañada de un sermón expiatorio a cargo del fray Olegario Correa. El día anterior, en la prisión, testó ante el escribano Marcos León Agrelo, sirviendo como testigos fray Nicolás Aldazor, Cristóbal Bermúdez y Salvador Maldonado. En ese documento se revela aparentemente tranquilo frente a la muerte, embargado su espíritu por un profundo respeto religioso.

CIRIACO CUITIÑO


Así desaparecía un hombre que en sus momentos de poderío tuvo en vilo a la parroquia de Balvanera, en aquellas noches lejanas y sombrías de otro hombre poderoso: Juan Manuel de Rosas, “El Restaurador”.

Su pequeño hijo Leandro Alén, de 12 años, habría sido obligado a presenciar la ejecución, creándole un trauma que lo perseguiría toda la vida; de aquí en más sería “el hijo del ahorcado” o “el hijo del mazorquero”, motivo por el cual cambiará su apellido, sustituyendo la “n” por una “m” y eliminando el acento (Alem).

LEANTRO N. ALÉM






La quinta de Balvanera



El 13 de junio de 1842, Leandro Antonio Alén comprará a los menores Natalio y Aniceto Lago, al precio de $ 55.000, una casaquinta de una manzana cuadrada entre las calles: Rivadavia, Matheu, Hipólito Yrigoyen y Alberti, quinta enfrentada a la por entonces del “unitario” Tomás Rebollo, heredero de la quinta de Miserere.

La quinta contaba con una pulpería (situada en la esquina de Rivadavia y Alberti) donde hoy una placa instalada por la Junta de Estudios Históricos de Balvanera la recuerda, con dos o tres trastiendas, dos casa de alquiler y una exuberante arbolada, totalmente cercada, empero por su frente pasaba un riacho, brazo de los famosos “Terceros”, que originaba en los días de lluvia un importante torrente y un pantano que hacía dificultoso el acceso a la pulpería.

Sin embargo la ubicación del negocio era inmejorable, próxima al Mercado del Oeste, al que llegaban carretas y con ellos troperos, carreteros y peones luego de una larga travesía y con ansias de consumir, divertirse y hasta relacionarse con alguna “chinita”, cuando el trabajo daba un respiro para concurrir a alguna de aquellas fondas o pulperías que existían en la zona.

En 1847 el juez de Paz de la parroquia de Balvanera, Eustaquio Giménez, acusó a Alén de haber atacado al alcalde Jerónimo Moreno y a la familia de éste, por lo que sufrió dos años de cárcel.

Tras la muerte de su marido ocurrida en 1853, doña Tomasa fue demandada por los hijos de Manuel Antonio Lago, quienes alegaban que Alén, aprovechando sus influencias políticas, había adquirido la quinta a un valor muy inferior al real: $ 55.000, cuando su valor sería de $ 250.000.

El juicio finalizó con una transacción por la que se reconoce a los demandantes cuatro cuartos (las manzanas se dividían en solares, cada uno en cuatro cuartos); en 1856 Tomasa debió hipotecar todos sus bienes, los inmuebles fueron rematados y otras fracciones testamentadas a sus hijos, con lo que se disuelve esta quinta tal vez la más turbulenta de la zona–, como históricamente y por diversas razones ocurrió con todas las quintas que durante casi un siglo bordeaban el ejido de la ciudad, para dar lugar a la expansión de la urbanización hacia el oeste, para lo que también contribuyó años más tarde el primer ferrocarril y luego los tranvías.



Miguel Eugenio Germino



Fuentes:

-Alén Lascano, Luis, Saldía y Alén, en Todo es Historia99, agosto 1975.

-Bouché León, Las pulperías un mojón civilizador, San Telmo, 1970.

-Ensayos Academia de Historia nº 14: Un juez de la dictadura, Bs. As. , 1973.

-Primera Página nº 45, septiembre de 1997.

-Quiroga Micheo, Ernesto, El mazorquero Leandro Antonio Allén, en Todo Es Historia nº 302, septiembre de 1992.

-Rezzónico, Carlos A., Antiguas quintas porteñas, Interjuntas, 1996.

-http://www.revisionistas.com.ar/?p=10309






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