El hombre que siempre hablaba del amor
Diez
años atrás, en una ronda de vecinxs, alguien quiso referirse a él pero no se
acordaba de su nombre, entonces dijo: “El que siempre habla del amor”. Todxs
supimos quién era. Y alguien lo nombró: Bassignana.
Esto se
lo conté a él un tiempo después, porque me pareció que era lindo que lo supiera
y, también, que su familia, que su nieta, supieran de qué forma era conocido,
reconocido, identificado.
Hablaba
del amor y hablaba de la hermandad, aún en contextos hostiles o quizás sobre
todo en contextos hostiles. A veces, en medio de discusiones, terciaba de un
modo que parecía descolgado, convocando a la concordia, recordándonos para qué
estábamos ahí y cuál era nuestra condición: la de hermanxs, pares, compañeres.
Y alguien decía: “¿Pero no ve que estamos discutiendo?”. Claro que lo veía. Justamente por eso,
porque estaba mirando más allá, intervenía.
Siempre
de buen humor, cordial, propenso a generar risas y sonrisas, él era el primero
en soltar la carcajada ante sus propias ocurrencias. Recibía con entusiasmo a
cada uno y a cada una que llegaba a una reunión, escuchaba, preguntaba,
prestaba atención a sus pares y también a les jóvenes. Se interesaba en darle
fuerza a esa quimera de organización colectiva que son las Comunas, la
participación ciudadana en los asuntos públicos.
Hablaba
de los sueños, de los ideales, de las utopías, de "valorar cada minuto de
esta hermosa vida en el mejor país". Pero también denunciaba al
“capitalismo salvaje”, que pone por delante el dinero y convierte todo en
mercancía. Lo recuerdo criticando a la derecha inescrupulosa, a esta sociedad
injusta y cruel, planteando que no teníamos que quedarnos a mitad de camino en
la transformación: el viejo más joven del mundo.
En
marzo me había compartido un texto por whatsapp: "De verdad alguien pudo
creer que esta generación (viejas y viejos de 60 a 90 años) que colaboró paso a
paso con la vuelta a la democracia, que volvió a levantar un país con memoria,
verdad y justicia, que se sacudió el dolor y lo convirtió en resistencia, que
padeció una dictadura de curas, empresarios, mediocres distraídos y militares
asesinos, que logró reinventarse a sí misma para romper cánones y prejuicios,
iba a diluirse en una vejez irrelevante, sin sentido, resignada y conformista?
NO. Hay mucho para hacer”.
Quedate
siempre con nosotres, Rubén; que la fuerza de tus palabras, tus denuncias y tus
risas nos impulsen a lxs que estamos y a lxs que vendrán. Que nunca sea cierta
tu ausencia: seguí acompañándonos, inspirándonos, para construir ese mundo de
hermanxs que nos ayudaste a soñar.
Virginia Samar
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