jueves, 5 de enero de 2012

EL VIENTO DE VERANO


Relato

Cierto día, el Viento de Verano llegó al pequeño pueblo de Summerfun. Había soplado, corrido y bailado por varios pueblos y ahora le tocaba a Summerfun.
Él llegó rápido, había corrido por muchos parajes despoblados, llenos de árboles y hierbas, matorrales y matojos, flores y plantas, pero ninguna alma humana que cerrara sus ojos, dejara que sus cabellos flotaran y abriera sus brazos para sentir que el Viento la abrazaba, la recorría, se alejaba de ella y volvía para refrescar su cara del calor del Verano.
Nada más entrar en Summerfun vio niños jugar en la orilla del río, perros correr alrededor de ellos, hombres sentados en sus sillas de enea fumando o arreglando sus cañas para pescar en el río, y mujeres amasando pan en sus cocinas con las ventanas abiertas de par en par o tendiendo las blancas sábanas en cuerdas que iban de palo a palo.
El Viento de Verano llegó rápido y empezó a soplar para refrescar al pueblo, pero lo hizo con tanta impaciencia que sopló demasiado fuerte. Los niños dejaron de jugar y comenzaron a correr hacia sus casas, los perros ladraron y corrieron detrás de los niños, los hombres recogieron sus sillas, sus pipas y sus cañas, y las mujeres, gritando asombradas por la repentina ventisca, cerraron sus ventanas y recogieron sus sábanas.
En unos minutos todos los habitantes de Summerfun se habían encerrado en sus casas. Los niños estaban con sus madres, los hombres comentaban con sus mujeres lo repentino de aquel viento y las mujeres intentaban colocar las sábanas lo mejor posible para que no se ensuciaran de nuevo.
El Viento de Verano se sorprendió de que la gente no agradeciera su llegada, de que corrieran a esconderse como si hubieran visto al demonio. Él, que había llegado para refrescar la tarde veraniega, ahora se encontraba sólo, soplando un viejo pueblo que parecía fantasma. Así que se enfadó y comenzó a soplar más fuerte, cada vez más y más fuerte. Los árboles se doblaban, las ramas se quejaban, algunas hojas salían volando. Los habitantes de Summerfun se asustaron y comenzaron a apuntalar puertas y ventanas, también fueron a sus despensas y contaron cuánta comida les quedaba por si el viento, que había aparecido de repente como un huracán, duraba mucho y traía con él lluvias y tormentas.
Él soplaba y soplaba, se llevaba por delante pelotas olvidadas y pinzas que se habían quedado sin recoger con las prisas. Estaba muy enfadado y no tenía intenciones de dejar de soplar para darles a los habitantes de ese pequeño pueblo una lección por no saber ser agradecidos.
De repente, oyó gritar a alguien, pero apenas podía escuchar sus palabras debido al ruido que formaba con sus grandes soplidos y, cuando paró un segundo a coger aliento para volver a soplar con fuerza, creyó escuchar:
¡Viento de Verano! ¡Viento de Verano!
Era un pequeña florecilla que parecía no poder soportar más tiempo agarrada a la tierra y amenazaba con salir volando sin remedio.
Viento de Verano! ¿Por qué soplas con tanta fuerza?
Porque estas personas desagradecidas han salido huyendo cuando yo he llegado. En lugar de agradecer el frescor que les traigo en una tarde tan calurosa, me dan la espalda y se esconden para que no les vea.
¡No es eso! –gritaba la florecilla intentando hacerse oír- Es que les has asustado. Has llegado con tanto ímpetu y has soplado tan fuerte que han pensado que se trataba de un viento maligno y han corrido a guarecerse de sus desgracias. No saben que eres el Viento de Verano. No saben que eres la brisa que les refresca.
Realmente tú no eres así, ¿Por qué no pruebas de calmarte y soplar como haces siempre?
El Viento de Verano pensó que quizás esa pequeña florecilla tenía razón y comenzó a soplar suave, con una brisa refrescante y agradable. Los habitantes de Summerfun oyeron desde sus casas que ya no hacía tanto viento y abrieron sus ventanas para asomar la cabeza. Cuando comprobaron que lo que quedaba era una pequeña y agradable brisa comenzaron a abrir sus puertas, a sacar sus sillas de enea, a tender sus sábanas blancas, los niños a buscar sus pelotas perdidas y los perros comenzaron a correr aquí y allá y hubo un momento en que todos pararon, cerraron sus ojos, dejaron que sus cabellos flotaran y abrieron sus brazos para agradecer que el Viento de Verano hubiera refrescado la tarde y les regalara los perfumes de las flores.

Yolanda Campiñez García
mailto:spike09buffy@hotmail.com

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