lunes, 30 de abril de 2012

A 35 AÑOS DE LA CREACIÓN DE MADRES DE PLAZA DE MAYO

Frente al monumento a Belgrano
reprimidas en plena dictadura

arrugas de años de lucha

ronda en la pirámide 1981
El País

Las Madres de Plaza de Mayo cumplen 35 años de militancia

La entidad creada por Azucena Villaflor de Devicenti, desaparecida por la dictadura, es la voz más sonora de los miles de perseguidos. Josefina García de Noia, Pepa, es la mayor del grupo.
30-04-2012


BUENOS AIRES– “Era sábado al mediodía, me senté en un banco de la plaza y me puse a fumar… Estábamos yo y las palomas, hasta que llegaron las otras madres”, así describía Josefina García de Noia –Pepa– el 30 de abril de 1977 en el que un grupo de mujeres sembró la semilla del movimiento más poderoso que supo enfrentar a la dictadura cívico militar: las Madres de Plaza de Mayo.

Pepa es la mayor de ese puñado de 14 mujeres que crearon la agrupación convencidas por Azucena Villaflor de Devincenti que hace 35 años y desde la capilla Stella Maris, en Retiro, selló para siempre su vocación de líder y las convocó con un “Basta, tenemos que ir a la Casa de Gobierno”, el objetivo era reclamar por sus hijos.

Cumplirá 91 años el 6 de julio y desde el 13 de octubre de 1976 no dejó de buscar a su hija María Lourdes de Mezzadra, psicóloga, docente universitaria, que militaba en Montoneros y fue secuestrada en su domicilio junto a su esposo Enrique, cuando tenía 29 años.

“La vi por última vez el día anterior, cuando vino a almorzar a mi casa de Castelar y al irse acompañada por su hermana Margarita para la facultad de Morón, le dije: ‘Lourdes, cuidate, por favor’, porque ya sabíamos lo que estaba pasando”, recordó en una entrevista con Télam en su casa de Villa Devoto.

“Al otro día se la llevaron, primero a su marido (luego liberado) y más tarde a Lourdes y dejaron a su hijito Pablo Enrique con los vecinos que llamaron a los abuelos paternos para que se quede con ellos”, prosiguió.

A Pepa le dio la noticia otra consuegra que la visitó al día siguiente: “Vino a la mañana, una cosa rara y mientras yo preparaba mate, dijo como en voz alta: ‘Yo se lo tengo que decir’ y me lo dijo...”.

Ese día marcó la vida de Pepa, quien decidió dejar todo e ir a buscar a su marido al trabajo y a empezar a andar. “Fui a comisarías, iglesias, embajadas, despachos de las Fuerzas Armadas, Tribunales, pedí habeas corpus y empecé a conocer a otras madres y compartir con ellas mi desesperación”.

El año 1976 golpeó sin piedad a la familia Noia, compuesta por los padres y cuatro hijos: el mayor, que trabajaba en la multinacional Ford, se anticipó al horror y se fue a Australia dos meses antes del golpe.

El mismo camino siguió otra hija que, aunque no militaba, viajó junto a su marido 10 días antes del secuestro y desaparición de Lourdes, quedando la familia quebrada en pocos meses, con Pepa, su marido y Margarita, compañera de búsqueda que milita en Hermanos y Hermanas de Detenidos-Desaparecidos.

La memoria de Noia sobre aquel 30 de abril registra que fue la primera en llegar a la cita, alrededor de las 12.30, “y fumando, como siempre, cigarrillos largos que nadie quería fumar”.

“La reunión era a las 14 pero yo fui antes, llena de ansiedad, me fumé dos paquetes, hasta que llegó María Adela Antokoletz y después más madres y nos quedamos como dos horas hablando ,pero sin ser recibidas por ningún funcionario porque era sábado”, relató.

Sin pañuelos blancos aún, ni rondas alrededor de la Pirámide, “eso llegaría después”, recalca, decidieron volver el viernes siguiente y después acordaron que fuera jueves, a pedido de una madre que asociaba el viernes al “Día de Brujas”.

Sobre lo que siguió después, durante todos los años siguientes, reconoce: “Al principio confiábamos en los que nos decían, hasta que nos dimos cuenta de que todos nos mentían”.

De monseñor Emilio Grasselli, vicario castrense que recibía a las madres en la iglesia Stella Maris para obtener información, guarda los peores recuerdos, como del condenado Alfredo Astiz, a quien Azucena “cuidaba como a un hijo”.

“Una vez que crucé a Grasselli en Tribunales, le dije si se acordaba de mí, y al reconocerme iba a poner su mano en mi hombro pero yo le dije: ‘No me toque, sus manos están sucias en sangre de nuestros hijos’. Él dio media vuelta y se fue mientras yo seguía diciéndole cosas”.

De su primera visita a la Casa de Gobierno recuerda que fue con otra madre “a ver al ‘señor’ Videla, así le decía yo” y tras esperar un rato son llevadas a distintos despachos en forma separada, y ante la misma pregunta, responden: “‘Venimos por nuestros hijos’, no dijimos una palabra más”, y reciben como respuesta: “‘Lo vamos a tener en cuenta’. Nos fuimos muy asustadas”. concluye Pepa, la mayor de un grupo de valientes mujeres.

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