jueves, 31 de diciembre de 2020

LIBRERÍAS DE VIEJOS EN BALVANERA

 “Librerías de viejos” y Florentino Ameghino en Balvanera

 

                                FLORENTINO AMEGHINO 


Balvanera, como muchos barrios de la ciudad está sembrada de “Librerías de viejos”, todo un placer para aquellos buscadores de antiguos libros, muchos de ellos ignorados, agotados o desaparecidos. Entrar en una de ellas, es huir por igual del orden y del desorden, es entender que éstas existen sólo para lectores que detestan hacer preguntas, desean buscar, revolver, indagar terrenos desconocidos, quieren conseguir todo por sí mismos, nunca saben lo que están buscando hasta que lo encuentran.

El nacimiento del concepto no es claro, probablemente surgió en España hacia fines del siglo XIX. La frase completa sería “librería de libros viejos”, pero su uso diario lo sintetizó y, elipsis mediante, pasó a ser “librería de viejo”.

 Lo que por añadidura remite a lo que solían ser sus vendedores, viejos huraños y centenarios, poco dados a la palabra, aunque sin embargo otros no son tan viejos y conforman una fuente cortesía y sabiduría al servicio de quienes las frecuentan.

Éstas, perduran en la memoria humana de dos maneras: una a través del recuerdo de sus concurrentes y la otra, más nostálgica, atravesando su marca geológica: con el sello de la librería estampado en la página inicial del libro. No todas las librerías de viejo marcaban los libros, pero sí lo hicieron muchas. Esas marcas son el testimonio mudo de una de las formas más particulares del comercio de venta de libros usados.

Algunas librerías que se extinguieron en fechas no muy lejanas fueron: la librería El arca de Juan (Defensa 1476); la librería Antigua (Bartolomé Mitre 1592) de Víctor Contreras, considerado el gran empresario de revistas viejas y publicaciones periódicas; la Feria del libro (Av. de Mayo 637) de Filkenstein, que era conocida por sus continuas y jugosas ofertas o la librería Antiquitas (Sarmiento 1685) del viejo Cafure, verdadera cueva de papel viejo.

Tres librerías de viejos tienen su historia ligada al barrio de Balvanera, la primera El Gliptodonte desaparecida, que abrió Florentino Ameghino en el año 1882; las otras dos perduran para gloria de la memoria: Aquilanti, en la calle Rincón 79 y la homónima (en homenaje a Ameghino), de la calle Ayacucho 734.

 

 

Florentino Ameghino,

 

 PLACA EN LA LIBRERÍA  QUE FUERA DE FLORENTINO    AMEGHINO  EN LA PLATA

Paleontóloga, antropólogo, primer naturista y gran científico argentino nacido en Luján, provincia de Buenos Aires el 18 de septiembre de 1854. Falleció el 6 de agosto de 1911.

Los primeros años de Ameghino tuvieron como panorama habitual las barrancosas riberas del río Luján. Un día paseando a las orillas de ese río, encuentra unos caracoles y se los muestra a su padre, preguntándole cómo es que estaban allí, el padre le contestó que los traería la corriente; Florentino no quedó conforme porque pensó que la corriente los podría traer, pero no incrustarlos en la barranca y allí empezó a elaborar sus propias teorías.

Los muchachos de su edad lo apodaron "El loco de los huesos" por su costumbre de hurgar con pico y pala las cercanías del río Luján en busca de restos fósiles.

Pero ni rápido ni siempre su obra fue reconocida, sino casi después de su muerte, debiendo matizar su obra investigativa con el oficio de librero para ganarse la vida. En distintos lugares, una de ellas en Balvanera, la otra en La Plata, a la que llamó Rivadavia, en la esquina de la calle 11 y avenida 60, donde una placa lo recuerda.

Ameghino hizo sus primeros estudios en medio de la mayor pobreza y a los 14 años leyó las obras de Darwin y Lyell; no sólo leía en castellano e italiano, su lengua materna, sino que había aprendido francés de la mano de su monitor de Luján, el Sr. Tapie y su maestro, el director de la Escuela Municipal Carlos D’Aste, lenguaje éste que le permitió ingresar a lo último del pensamiento científico de la época.

Investigó, colecciono fósiles, viajó a Europa, los vendió, fue director del museo de La Plata y escribió tratados. Un estudioso de la época, que advertido sobre la necesidad de resolver el problema de las grandes inundaciones y sequías, pensó un sistema mediante de canalizaciones que permitiese retener en la región los volúmenes de agua excedentes, para ser utilizados en períodos de grandes sequias.

En 1881, a su regreso de París y exonerado de la escuela primaria que dirigía en Mercedes, Ameghino se radica en Buenos Aires y abre, en 1882, para ganarse la vida, la librería “El Glyptodón”, en un local con vivienda, en Rivadavia al 2200 allí escribiría su tratado Filogenia (1884), hace pintar por un artista improvisado una imagen de un gliptodonte gigante, en el cartel de su negocio.

El primer local de aquella librería, era atendido por él en forma personal, en una vieja casona ubicada entre Rincón y Pasco, luego se trasladó a la calle Rivadavia, entre Ombú (actual Pasteur) y Azcuénaga, más tarde cuando se trasladó a Córdoba, era atendida por su hermano Juan, quien vivía en el mismo local con su madre.

En aquel oscuro cuchitril, se mezclaban los útiles escolares con pintorescos folletines y textos de segunda mano.

El local se encontraba retrepado sobre la línea de la vereda, lo que denotaba la antigüedad del vetusto edificio, a mayor altura que el resto de las edificaciones, y debía accederse por una doble sección de peldaños.

En 1884 se creó el Museo de La Plata y su director vitalicio Francisco P. Moreno pidió al gobierno que designara a Florentino Ameghino como subdirector y secretario, y éste aportó su colección para enriquecer el departamento paleontológico del nuevo museo.

Su ajetreada vida de científico, director de escuela, de museos, recolector de muestras fósiles, fue matizada con la de librero, una de las primeras librerías de viejos, en las que también se vendía papeles y útiles escolares y se exhibían muestras fósiles.

El nombre y el ejemplo fueron tomados por Alejandro López para bautizar su actual librería de Ayacucho 734.

 

 

LIBRERÍA EL GLIPTODONTE DE AYACUCHO 734


                             LIBRERÍA "EL GLIOTODONTE DE AZCUÉNAGA 735


 El cartelito de la entrada ofrece una bienvenida certera e inequívoca: “Los buenos libros forman la esencia de los hombres libres”, se lee sobre el papel gastado por los años y apenas atrapado por algunas chinches una frase de José de San Martín que puede aplicarse a muchísimos de los 60 mil textos que atiborran El Glyptodón, una librería anticuaria donde el tiempo se apaga y las bocinas de aquel tramo de la transitada Ayacucho, ya no se escuchan. estamos en una cueva literaria de otra década, de otro siglo.

En sus dos ambientes que tienen un aire recoleto, apto para la búsqueda minuciosa y para la lectura, se tiene derecho con sólo abonar un peso disponer hasta de un mes por libro.

Alejandro López Medus, que la regentea, un ropavejero supuestamente más culto, como se definió alguna vez cuando lo vinieron a entrevistar de Página 12, atiende con una calidez y una erudición impropia de esta época, en la que visitar una librería se parece cada vez más a ir a un shopping, el periódico Primera Página, estuvo hace ya algunos años con él y comprobó esta afirmación.

La pelea resulta desigual, tal vez injusta: El Glyptodón, la osadía de un hombre simple, se enfrenta y pelea contra esas tiendas de sucursales numerosas y dineros abundantes. Y mientras éstas se nutren con ediciones flamantes, impolutas; Alejandro sale a caminar con los ojos clavados en la vereda, en las aceras, donde siempre encuentra libros perdidos y sucios abandonados por lectores sin memoria.

“Con los años hemos aprendido que las viudas y los porteros son nuestros mejores proveedores. Las viudas porque quieren desprenderse de la biblioteca de sus esposos fallecidos; y los porteros porque siempre son los que están al tanto de todo lo que sucede en los edificios, y si saben de algún libro, vienen y me avisan”, explica Alejandro, quien todavía lamenta no haberse enterado a tiempo de que la Facultad de Economía de la UBA decidió tirar, hace algunos años, una parte de su biblioteca, una locura.

Aquí, en este recinto de tapas raídas y tomos astrosos, los inmortales están más vivos que en cualquier otro lado. El Glyptodón tal vez sea el único lugar de la Argentina (o de Latinoamérica, o del mundo) donde se encuentre la primera edición de El hombre que ríe (1869), del francés Víctor Hugo; o las copias originales del General Bonaparte en Egipto (1798); o un mapa de 1597 de Calatia, en el sur de Italia, cerca de Nápoles. Todo o hasta lo más impensado puede hallarse aquí a veces, las reliquias de papel tienen precios sorprendentes (los facsímiles de Napoleón Bonaparte, por ejemplo, cuestan 600 euros), aunque no se tarde demasiado en entender el porqué: los ejemplares que hay en el mundo se cuentan con los dedos de dos manos. Sin embargo, esos libros pueden permanecer años en el mismo estante, sólo recorridos por las pulgas o los ácaros que los merodean.

“El arte de vender libros es el arte de malvenderlos”, dice entre risas Alejandro, mientras toma un café negro sobre una mesa con papeles y un velador tenue. “Lo único positivo de los coleccionistas es que sabemos lo que queremos, Yo, por ejemplo, quiero montar un archivo sin ningún tipo de criterio estilístico: donde haya material desde Historia o Arte Clásico hasta de Herpetología (especialidad en reptiles y anfibios)”.

Alejandro, quien debió aprender por su cuenta lo que la más bruta de las dictaduras argentinas le prohibió en sus años jóvenes, conocedor de la literatura y de la historia argentina, enfatiza en rescatar algunos escritos olvidados por la prensa y por el tiempo. No duda en gritar con vehemencia lo brillante que son Las moscas de Isabel, de Jorge Masciángioli, y el cuento El tío Facundo, de Isidoro Blaisten. “Son dos autores imprescindibles; sobre todo Masciángioli”, reseña Alejandro. No lo dirá, pero tiene la certeza de que quién los lea será un poco más libre.

La librería intenta una revolución librera, un cambio en la lógica del visitante, que aquí no es cliente: es lector. Además de vender y comprar libros, Alejandro López ofrece su lugar como biblioteca, cafetería y hasta como salón de exposiciones artísticas.

Además, inventó un sistema sorprendente. Con apenas comprar un mínimo de 50 pesos, el lector se asocia automáticamente, lo que le permite cambiar hasta cuatro veces el libro que adquirió, siempre y cuando conserve el estado. Otra curiosidad: a diferencia de las demás librerías comerciales, para ingresar a El Glyptodón no hace falta tener dinero. El dueño ofrece su salón de lectura y todos los libros a la vista de manera gratuita. Si no hay plata, uno lo puede leer igual. Y si tiene suerte, hasta puede tomarse un café mientras disfruta de las páginas antiquísimas.

 

LIBRERÍA AQUILANTI DE RINCÓN 79

 

                        LIBREERÍA AQUILANTI DE RINCÓN 79

Una librería ubicada en el barrio de Once de la capital argentina, custodia el pasado y atrae por igual a coleccionistas de ejemplares antiguos y a quienes encuentran placer en la lectura sin más. Se trata de la antigua librería Fernández Blanco, ahora llamada Aquilanti & Fernández Blanco, al haber unido dos locales, que son la casa de más de 200 mil libros.

Su responsable, Lucio Aquilanti, cuenta que "la librería se fundó en 1939 por el viejo Fernández Blanco, un gallego llegado a la Argentina, muy pronto la tomó su hijo Gerardo Fernández, y con el tiempo la adquiero yo, junto con mi padre, en el año 1996”.

"Hace poco tiempo la librería Fernández Blanco tuvo que mudarse por cuestiones de locación. Unimos las dos, lo que nos parece triste por dejar el otro local, pero a la vez una decisión acertada para estos tiempos expresó el librero es más fácil trabajar y desenvolvernos".

"La venta de libros antiguos es tradicional en la Argentina, el país con más librerías anticuarias de toda América latina. Hace muy poco se hizo una estadística a nivel internacional que dice que Buenos Aires tiene la mayor cantidad de librerías per capita del mundo", en tiempos como los actuales de prisas sin pausas, "se tiende a pensar que ya no quedan lectores, pero no es así, todo lo contrario".

"Cada vez hay más gente que lee, en distintos formatos. Desde mi casa hasta aquí paso por siete librerías. Buenos Aires es una ciudad llena de librerías, de lectores y de libreros anticuarios", afirmó, que comenzó a la actividad a los 18 años, a partir de un "oficio que viene heredado".

"Desde muy chico aprecié el amor de mi papá por los libros. En mi casa todos eran lectores, mi mamá profesora de Letras. Yo no era el más lector entre mis hermanos, pero me desarrollé como librero", recordó.

Con el correr de los años, la librería fue más allá: "Hemos editado muchos libros, de grandes autores argentinos en un período de 50 años", dijo Aquilanti.

Al referirse a quienes visitan el lugar, el librero mencionó a un "público lector, investigadores, coleccionistas, que son un público distinto y gente que busca libros por placer, pero se recibe a todos", señaló el mayor coleccionista en Argentina de la obra del argentino-belga Julio Cortázar, autor de la mítica obra Rayuela.

Entre los libros de literatura iberoamericana y argentina, como así también de historia, política, economía, arte, geografía y viajes, Aquilanti & Fernández Blanco custodia el acervo escrito del país.

Queremos destacar que en la ciudad de Buenos Aires hay centenares de librerías de viejos, aunque hoy muchas están cerrando por razones de alquileres y la recesión económica que las castiga, hay dos para mencionar: Tercera Fundación en Sarmiento 3099 y la de Portela, en la calle Azcuénaga 86.

 

Miguel Eugenio Germino

 

Fuentes:

-http://spanish.xinhuanet.com/2016-06/23/c_135459835.htm

-https://arbolesmuertosymuchatinta.wordpress.com/2018/07/26/librerias-de-viejo-cronicas-de-una-disciplina-que-nunca-muere/

-https://www.eldia.com/nota/2011-8-7-secretos-de-un-cientifico-que-dejo-huella-en-la-plata

-https://www.eldia.com/nota/2012-11-5-las-librerias-de-viejo-un-fenomeno-que- tiene-su-vigencia-en-la-ciudad

-https://www.todo-argentina.net/biografias-argentinas/florentino_ameghino.php?id=66




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