EDITORIAL ABRIL
Nº 216
Dos grandes acontecimientos marcaron
el pasado mes de marzo la página de la historia mundial: la muerte del líder y apóstol laico venezolano Hugo Chávez Frías,
combativo luchador por la Patria Grande Latinoamericana, y la trascendencia de
la elección como Papa de un sacerdote argentino,
Jorge Mario Bergoglio.
No es para menos la
circunstancia histórica. Muere un dirigente de una envergadura que nadie puede
negar, ya sean éstos admiradores o detractores de su figura. Mientras
que por otro lado, una noticia asombrará a tirios y troyanos, el selecto
cónclave de solo 115 cardenales (la dignidad
cardenalalicia es el más alto grado que solo conceden los papas),
elige un Papa argentino.
En esta oportunidad
fue por la renuncia del Papa 265º
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), el papa alemán que no pudo apagar los
fuegos eclesiásticos encendidos en momentos en que la Iglesia Católica transita
un difícil camino marcado por la corrupción, las intrigas, las prácticas
pedófilas, los escándalos financieros en el Vaticano y la constante pérdida de
adeptos.
Tras esta inesperada y sorpresiva elección –Bergoglio no era uno de los candidatos que se barajaban– se produce, especialmente en nuestro país, una encendida polémica
entre los que ven en la elección un hecho positivo para la Argentina y el
mundo, y quienes perciben un conjunto de dudas sobre el momento y la oportunidad de tal elección.
Latinoamérica está atravesando
el período más substancial de su historia, que puede definirse como un creciente
avance en la consolidación de su
verdadera independencia, que le fue escamoteada por los sucesivos gobiernos
dóciles a la influencia extranjera. Ocurrió así el despojo de sus recursos naturales
y el sometimiento de sus pueblos, los que se debatieron en el atraso, la
postergación, la miseria y el hambre.
Con la Cumbre de las Américas de Mar del Plata del
año 2004, donde se le extendió la partida
de defunción al ALCA, se inicia en la zona una nueva era, encabezada por
Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba, que marcó rumbos, a la que
adhieren entre otros, Argentina, Brasil y Uruguay.
Nacen nuevos
organismos zonales como la CELAC (Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños), el
Mercosur, el Banco del Sur y el ALBA, que tienden a garantizar la integración,
la independencia y el desarrollo armónico de sus pueblos y sus gobiernos.
Hay quienes ven en la
designación del nuevo Papa Francisco una
mano traviesa tendiente a frenar este
histórico proceso emancipador, claro
que es deseable que quienes piensan así se equivoquen para bien de la marcha
antiimperialista.
Otra de las sombras
que está en debate es el papel que desempeñó el entonces Principal de la Orden Jesuita, Jorge Mario Bergoglio durante la noche de la dictadura, en sonados casos de
secuestros, torturas, asesinatos y apropiación de bebés, y su actuación en la agrupación juvenil peronista y
cuasi marcial “Guardia de Hierro”,
regenteada por Alejandro (gallego) Álvarez.
Advertía Estela de Carlotto (de Abuelas)
al brindarle un condicionado voto de confianza al nuevo Papa, que éste "nunca se acercó" a los organismos de derechos humanos. Y decía que si durante la última dictadura cometió "un delito o un error"
debe hacer un "mea culpa". Se iluminarán así las sombras y las dudas ante las
denuncias de complacencia, omisión o silencio.
Que se aclaren debidamente los sonados casos de Elena de la Cuadra, de
los sacerdotes jesuitas secuestrados Yorio y Jalics, y la designación de Doctor
Honoris Causa del dictador Massera por la jesuita Universidad Del Salvador. El mero paso del tiempo no cicatriza
las heridas.
Vale recordar
que durante la dictadura fueron asesinados 150 sacerdotes, entre ellos el obispo Enrique Ángel Angelelli.
Tampoco puede asombrar la vida austera de un pontífice jesuita, ya que los franciscanos deben hacer votos de pobreza, por lo que cumplir
con aquella pauta de vida es una obligación de todos los discípulos de
Francisco de Asís.
Vale entonces otorgar un voto de confianza a Francisco, el primer Papa sudamericano.
Y es de esperar sus
próximos pasos en la confrontación de
Latinoamérica con el imperialismo y los organismos internacionales
de las finanzas, verdaderos hambreadores de pueblos enteros. Habrá que definir la dilatada excomunión de los genocidas de la dictadura, que
exhibieron provocativamente cintas vaticanas, amarillas y blancas en su
comparecencia ante los tribunales que los juzgan, ¡una vergüenza!, y
abrir los archivos papales sobre los crímenes de la dictadura argentina.
Que así sea, que el Papa Francisco se ilumine y produzca
en la iglesia católica la renovación que comenzó con el Papa Juan
XXIII en 1959 con su Concilio Vaticano II,
que luego truncaron los
Papas que le siguieron, el
polaco Karol
Józef Wojtyła (Juan Pablo II) y el alemán Joseph
Ratzinger, Benedicto
XVI, este último renunciante envuelto en la impotencia y la
corrupción.
No obstante, no se puede
pretender que la iglesia solucione los graves problemas que los laicos no supieron o no quisieron resolver.
Hasta la próxima
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