EL CUIDADOR
de Harold Pinter con
dirección de Agustín Alezzo
Otro clásico del teatro
del absurdo, pero vigente aún a través de los temas que aborda. Premio Nobel en el 2005, Harold Pinter
no solo fue un excelente dramaturgo, sino también guionista, poeta, actor y
director. Escribe esta obra en 1959 y
se transforma en el autor inglés más
importante de la segunda mitad del siglo XX.
Dos
jóvenes hermanos y un hombre mayor que vive en la calle protagonizan escenas en
las que la palabra, la solidaridad, la comprensión y la piedad carecen de
sentido, y no pueden evitar el fracaso de los protagonistas.
Todo
transcurre dentro de una habitación, un microcosmos que refleja al macrocosmos,
al mundo, la realidad que los rodea, en ese cuarto: opresivo, oscuro, lleno de
objetos que no sirven para nada, frío, hostil, incómodo,
los tres personajes dialogan aunque, en rigor de verdad, monologan. Cada uno
dice su verdad, expone su intimidad y sus obsesiones más ocultas.
Los
diálogos de Pinter tienen algunas características que reflejan su pertenencia
al teatro del absurdo: las repeticiones, la
violencia, el humor, la incoherencia, la dificultad que tienen los personajes
para expresarse. En este sentido, las palabras que éstos
pronuncian son intercambiables entre ellos porque en el fondo los tres están
solos, buscan desesperadamente algo que les dé sentido a su vida, se engañan
con planes que nunca van a cumplir y pasan alternativamente de la euforia al
silencio, o de la tranquilidad a la agresión.
Las
actuaciones de José María López, Santiago Caamaño y Federico Tombetti encuentran el tono justo
para hacer visible al espectador ese horror a lo desconocido que, según
declaraba Pinter, forma parte de nuestra vida cotidiana. Los matices en las
voces, las expresiones y hasta la postura corporal les dan cierta
individualidad a los personajes que se transforman
en un intento desesperado por conseguir esa salvación o esa redención que jamás
llegará.
Un
acierto de la puesta es la escenografía que apunta a otra de las constantes en
Pinter: los objetos y los espacios como algo amenazador, sin orden y sin
sentido, a modo de metáfora de la vida misma, una cocina desconectada, papeles,
pinturas, maderas, restos de objetos, etc., todos en exceso y usurpando el
lugar de los personajes. Es significativo que muchos de los diálogos giren en
torno a arreglar el lugar, transformarlo, limpiarlo y ordenarlo, como un
intento inútil de acomodar la vida de cada uno.
Alezzo traduce
en las actuaciones de los personajes, en las que
se ve la mano de alguien que sabe cómo conseguir que la puesta de una obra
teatral refleje lo que el texto y el autor quisieron transmitir. Un buen
director establece una orientación, confiere unidad a la representación, deja
su huella, tal como se ve en esta versión. Hay que destacar que la iluminación
y la musicalización son parte fundamental de esa representación del universo
Pinter.
Un
párrafo aparte merece la traducción de El cuidador, a cargo de uno de
los actores, Federico
Tombetti. A través de ésta, él supo mantenerse
fiel al original inglés, pero con algunas licencias que acercan el texto a un
espectador de Buenos Aires y permiten que no sienta el texto tan ajeno e imposible no salir pensando después de ver la obra.
Iluminación: Félix “Chango” Monti, escenografía: Marcelo Salvioli, vestuario:
Agustín Alezzo y Andrea Lambertini. Asistencia de dirección: Germán Gayol.
Diseño gráfico y fotografía: Ramiro Gómez. Traducción de textos: Federico
Tombetti.
Sábados 20 y 22 hs.
y domingos 18 hs.
en “El Camarín de las musas“, Mario Bravo 960.
Marta Romero
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