LA
PULPERA DE SANTA LUCÍA
Vals
Era rubia y sus ojos
celestes
reflejaban la gloria del día
y cantaba como una calandria
la pulpera de Santa Lucía.
Era flor de la vieja parroquia
¿quién fue el gaucho que no la quería?
Los soldados de cuatro cuarteles
suspiraban en la pulpería.
Le cantó el payador mazorquero
con un dulce gemir de vihuelas.
En la reja que olía a jazmines
en el patio que olía a diamelas:
"Con el alma te quiero, pulpera
y algún día tendrás que ser mía",
mientras llenan las noches del barrio
las guitarras de Santa Lucía.
La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta moría;
ya no alumbran sus ojos celestes
la parroquia de Santa Lucía.
No volvieron los trompas de Rosas
a cantarle vidalas y cielos;
en la reja de la pulpería
los jazmines lloraban de celos.
Y volvió el payador mazorquero
a cantar en el patio vacío
la doliente y postrer serenata
que llevábase el viento del río:
"¿Dónde estás con tus ojos celestes
oh pulpera que no fuiste mía?
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
las guitarras de Santa Lucía!".
reflejaban la gloria del día
y cantaba como una calandria
la pulpera de Santa Lucía.
Era flor de la vieja parroquia
¿quién fue el gaucho que no la quería?
Los soldados de cuatro cuarteles
suspiraban en la pulpería.
Le cantó el payador mazorquero
con un dulce gemir de vihuelas.
En la reja que olía a jazmines
en el patio que olía a diamelas:
"Con el alma te quiero, pulpera
y algún día tendrás que ser mía",
mientras llenan las noches del barrio
las guitarras de Santa Lucía.
La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta moría;
ya no alumbran sus ojos celestes
la parroquia de Santa Lucía.
No volvieron los trompas de Rosas
a cantarle vidalas y cielos;
en la reja de la pulpería
los jazmines lloraban de celos.
Y volvió el payador mazorquero
a cantar en el patio vacío
la doliente y postrer serenata
que llevábase el viento del río:
"¿Dónde estás con tus ojos celestes
oh pulpera que no fuiste mía?
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
las guitarras de Santa Lucía!".
HISTORIA:
Hay muchos personajes
increíbles, que van enriqueciendo la historia de los barrios y que por
transmisión oral, han quedado guardados en la memoria de los porteños, pero una
de las más famosas fue la de la “hermosa
pulpera de ojos celestes de Barracas”, que con sus encantos atraía a los
soldados de los cuarteles del Restaurador.
No se sabe si fue una anécdota o si realmente existió, pero investigando en la literatura sobre el tema, el periodista León Bouché, en su libro “Pulperías, mojón civilizador” (Ediciones República de San Telmo, 1970) cuenta que Flora Valderrama, propietaria de la legendaria pulpería, en su juventud había sido cocinera de una adinerada familia de la elite porteña y que el dueño de casa, el señor Bustos unitario y ex-secretario de Rivadavia, perseguido por la mazorca tuvo que huir a la Banda Oriental, seguido por su fiel sirviente, el mulato Pastor Valderrama, esposo de Flora.
En el año 1836 la parda Flora con el dinero que le dejó el Sr. Bustos, instaló la pulpería en la calle Larga (actual Avenida Montes de Oca) y la muchacha rubia que atendía a los parroquianos que asistían a la pulpería, detrás de las rejas, despertaba el amor de varios mazorqueros y payadores.
Cuenta que la “rubia del saladero” en realidad se llamaba Ramona Bustos y era hija del fugitivo unitario, que como era viudo le encargó la niña a su fiel servidora Flora para que la cuidase hasta su regreso de la Banda Oriental, cuando las persecuciones políticas se aplacaran, pero nunca regresó, no se sabe qué ocurrió después de su huida.
Los historiadores concuerdan en otros detalles, como que un tal Miranda, un unitario, mozo poeta y guitarrero, asiduo visitante de la pulpería, se había enamorado perdidamente de Ramona y una noche se la llevó con él, quién sabe dónde, con la anuencia de la negra Flora. Fue en el mes de abril del año 1840, cuando arreciaron en Buenos Aires las matanzas de los unitarios por los mazorqueros de Rosas.
Se supone que huyeron a la Banda Oriental por dos razones, primero porque el padre de Ramona se encontraba exiliado allí y segundo porque la proximidad de la pulpería al Río de la Plata haría factible que ellos se embarcaran en sus costas rumbo al hoy Uruguay.
Ignacio Corsini llevó al disco el vals “La pulpera de Santa Lucía” escrita por Héctor P. Blomberg y musicalizada por Enrique Maciel, el 22 de abril de 1929, sin sospechar que esta pieza sería tan famosa durante tantos años.
No se sabe si fue una anécdota o si realmente existió, pero investigando en la literatura sobre el tema, el periodista León Bouché, en su libro “Pulperías, mojón civilizador” (Ediciones República de San Telmo, 1970) cuenta que Flora Valderrama, propietaria de la legendaria pulpería, en su juventud había sido cocinera de una adinerada familia de la elite porteña y que el dueño de casa, el señor Bustos unitario y ex-secretario de Rivadavia, perseguido por la mazorca tuvo que huir a la Banda Oriental, seguido por su fiel sirviente, el mulato Pastor Valderrama, esposo de Flora.
En el año 1836 la parda Flora con el dinero que le dejó el Sr. Bustos, instaló la pulpería en la calle Larga (actual Avenida Montes de Oca) y la muchacha rubia que atendía a los parroquianos que asistían a la pulpería, detrás de las rejas, despertaba el amor de varios mazorqueros y payadores.
Cuenta que la “rubia del saladero” en realidad se llamaba Ramona Bustos y era hija del fugitivo unitario, que como era viudo le encargó la niña a su fiel servidora Flora para que la cuidase hasta su regreso de la Banda Oriental, cuando las persecuciones políticas se aplacaran, pero nunca regresó, no se sabe qué ocurrió después de su huida.
Los historiadores concuerdan en otros detalles, como que un tal Miranda, un unitario, mozo poeta y guitarrero, asiduo visitante de la pulpería, se había enamorado perdidamente de Ramona y una noche se la llevó con él, quién sabe dónde, con la anuencia de la negra Flora. Fue en el mes de abril del año 1840, cuando arreciaron en Buenos Aires las matanzas de los unitarios por los mazorqueros de Rosas.
Se supone que huyeron a la Banda Oriental por dos razones, primero porque el padre de Ramona se encontraba exiliado allí y segundo porque la proximidad de la pulpería al Río de la Plata haría factible que ellos se embarcaran en sus costas rumbo al hoy Uruguay.
Ignacio Corsini llevó al disco el vals “La pulpera de Santa Lucía” escrita por Héctor P. Blomberg y musicalizada por Enrique Maciel, el 22 de abril de 1929, sin sospechar que esta pieza sería tan famosa durante tantos años.
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