LA CONTAMINACIÓN VISUAL, AUDITIVA Y QUÍMICA EN BALVANERA Y ALMAGRO
No mirar al cielo, taparse los oídos y además llevar barbijo serían las indicaciones para transitar por ciertos sectores de alta contaminación en la Ciudad. Así ocurre en algunas esquinas de Balvanera y Almagro, agravado esto por el escaso espacio verde, de solo 0.20 m2 por habitante que poseemos. Sabido es que los espacios verdes tienen la virtud de reducir la polución ambiental, absorber los ruidos, y recrear la visión.
Si tomamos por ejemplo, la esquina de Corrientes y Pueyrredón a una hora “pico”,
como las 12 del mediodía, el panorama es el siguiente: gran circulación
vehicular, enjambres de personas transitando, un cielo casi invisible tapado
por grandes carteles, altos edificios, un cableado
descomunal sobre nuestras cabezas, y total ausencia de espacios verdes y
raleado arbolado urbano.
La contaminación por la entrada de
elementos extraños en el medio ambiente como
gases, ruidos, calor, visión obstruida, efecto invernadero, etc., etc.
llega a alterar el ecosistema necesario para el desarrollo de una calidad de vida
normal.
La saturación del aire
con sustancias contaminantes proviene de distintas fuentes, muy diversas, pero
en la mayoría de los casos están relacionadas con el escape de los vehículos de
transporte y de carga, que no son fáciles de controlar y generan un
veneno para los pulmones superior al que produce el cigarrillo.
Respecto a la contaminación visual, son las autoridades locales las responsables, por no establecer los mínimos controles tendientes a regular la instalación por ejemplo de carteleras enormes, que invaden el espacio público y se transforman en una verdadera forma de agresión al ciudadano, que para colmo paga altos impuestos. Muchas de las últimas de estas inmensas carteleras violan normas existentes y están reñidas con el buen gusto, lo que hace dudar de la voluntad oficial de sancionar a los responsables de tales anomalías.
En cuanto a la contaminación sonora, el
Instituto de Seguridad y Educación Vial (ISEV), verificó que en la Ciudad de
Buenos Aires, en la mencionada intersección de Corrientes y Pueyrredón, y en
otras como Rivadavia y Medrano, o Córdoba y Gascón, se alcanzan índices de
ruido que superan los 105 decibeles (dB), cuando superado el límite de 80 ya es
lesivo para la salud, por causar daños irreversibles. En estas zonas se entra
en el rango de riesgo auditivo, ello significa que provoca la pérdida gradual de la percepción
sonora, hasta llegar al límite de la sordera. No es extraño ver a
vecinos o gente de paso conversando a
los gritos para escucharse.
Este aumento de
la contaminación sonora en la Ciudad de Buenos Aires se viene acentuando en la
última década, en coincidencia con los dos períodos de la actual gestión
macrista.
Buenos Aires es la cuarta ciudad más ruidosa del
mundo, detrás de Tokio, París y Nueva
York. Semejante dato nos debe alertar sobre este "desorden" y sobre
nuestro comportamiento desaprensivo para con el lugar en que vivimos, sin duda
el corazón de un enorme conglomerado humano que conforma y rodea a la ciudad.
Tal desajuste aparece aquí poco vinculado a las perturbaciones propias del
ruido fabril e industrial de otros centros de desarrollo y producción, lo que debería
alertarnos sobre la magnitud del problema.
A no seguir despreocupándose de estas agresiones a
nuestro medio ambiente ciudadano. A exigir el cumplimiento de las normas
existentes y a estudiar otras que contemplen el bien común más allá del interés
particular.
Consejo de Redacción
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