lunes, 3 de octubre de 2016

"DOS"; EL CUENTO QUE SIEMPRE QUISE ESCRIBIR





Sé que hay muchos maestros de escuela y profesores de instituto que utilizan mis cuentos en sus clases, porque alguno o, mejor dicho, alguna maestra o profesora se ha tomado la molestia de pedirme permiso para utilizarlos, sobre todo en Latinoamérica.
En México, en Perú, en Colombia, en Argentina… Al otro lado del mundo. (Me encanta escribir al otro lado del mundo, siempre que tengo ocasión encuentro una excusa para incluir ese complemento circunstancial de lugar en lo que escribo, hace poco gané un concurso de relatos en el que aparecían también estas palabras, siempre en el mismo orden y al principio de la frase: Al otro lado del mundo).
A las profesoras les gusta incluir en sus horas de clase, especialmente, los cuentos Pintura azul, La chica de la cámara de fotos y El libro del dragón y, cuando llega la Navidad, Inocencia y Las figuras rotas, que es el último cuento que escribí. Lo que no sé es si saben que con la pintura azul me refiero al color que tienen los aparcamientos de los discapacitados en España, que el que escribe la carta de La chica de la cámara de fotos en realidad soy yo escondido en la voz de un narrador y que todo lo que se cuenta en él es cierto, incluso cuando hablo de mi mala caligrafía. Lo único que no es cierto es que al llegar del trabajo no recibí ninguna carta, igual que en Inocencia; y que El libro del dragón no es un cuento fantástico, es un padre contándole a su hija la historia de su divorcio a través de un cuento, que en realidad soy yo contándome a mí mismo la historia del divorcio de mis padres.
He de confesar que ninguno de esos cuentos son el cuento que siempre quise escribir o quizá sean sólo el camino hacia el cuento que siempre he querido escribir, que a lo mejor tampoco es este cuento, aunque quiera que lo sea porque lo titule así: El cuento que siempre quise escribir.
Seguramente los chicos o, mejor dicho, las chicas comprendan mejor lo que quiero decir que los propios docentes. Escribir es como resolver ese problema de matemáticas por el que no sabes por dónde empezar, pero que sabes que tiene solución, aunque todavía no sepas cuál es. Además, la solución es lo de menos. Que el resultado dé cincuenta y siete o tres poco importa. La cifra final es fútil (fútil es una palabra preciosa que ya casi nadie dice, me da pena ver morir a las palabras). Lo importante es el método que se aplica para encontrar la solución y encontrarla. El bolígrafo rojo del maestro o del profesor otorgándonos los puntos el día del examen.
Escribir cuentos es parecido a enamorarse, te enamoras pero no sabes si serás capaz de enamorar a la persona de la que te has enamorado, si ella ya lo estaba de ti antes o si simplemente ni tú ni ella encontraréis la solución para estar juntos, unidos por un igual. Cinco menos tres, igual a dos. Cien menos noventa y ocho, igual a dos. Uno más uno, igual a dos. Lo importante en el amor es que la equivalencia, el resultado, sea igual a dos, nunca a uno y mucho menos a cero o a un número negativo.
Cuando escribo un cuento me enamoro de la historia, pero las palabras están distraídas pensando en otra cosa y, aunque trato de robarles una mirada de reojo o trato de cruzarme con ellas disimulando que sea de improvisto, no me ven y yo me las quedo mirando desde lejos, solo, observando cómo se marchan a algún lugar ignoto desde la ventana de mi casa, viendo como toman el autobús o el tren o alguien las toma de la mano o las invita a entrar a un coche sin saber que las estoy mirando.
Más tarde pienso que son ellas las que cruzan el cielo en cualquier avión que pasa. Entonces, cuando ya se han marchado, las recuerdo y las pongo por escrito, como un pintor que pinta a la mujer que ama de memoria para estar siempre con ella, como un músico que fuera capaz de encerrar la noche en los acordes menores.
El cuento que siempre quise escribir es un cuento que alguien lee al otro lado del mundo. Al otro lado del mundo, donde consigo que las palabras, ¡al fin!, recuerden la historia de la que me había enamorado. Y esa historia eres tú, la persona que lee, nosotros, uno más uno, dos.

Fernando José Palacios León






No hay comentarios: