domingo, 20 de junio de 2021

MANUEL BELGRANO


«¡Juro a la patria, y a mis compañeros, que si 

a las tres de la tarde del día inmediato el 

virrey no hubiese sido derrocado, a fe de 

caballero, 

yo le derribaré con mis armas!” Con estas 

palabras, el 24 de mayo de 1810, Manuel 

Belgrano, entonces mayor del regimiento de 

Patricios, mostraba su determinación de no 

permitir que se burlara la voluntad popular.



En estos días de tanta discusión y poco debate se hace necesario recurrir a aquellos que pensaron el país antes que nosotros. Recurrir al pensamiento de uno de nuestros padres fundadores, el primero que pensó económicamente estas tierras, a las que soñó distintas, prósperas y justas. Se llamaba Manuel Belgrano y había nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego en España, en las Universidades de Valladolid y Salamanca. Llegó a Europa en plena Revolución Francesa y vivió intensamente el clima de ideas de la época. Así pudo tomar contacto con las ideas de Rousseau, Voltaire, Adam Smith y al fisiócrata Quesnay. Se interesó particularmente por la fisiocracia, que ponía el acento en la tierra como fuente de riqueza y por el liberalismo de Adam Smith, que había escrito allá por 1776 que “La riqueza de las Naciones” estaba fundamentalmente en el trabajo de sus habitantes, en la capacidad de transformar las materias primas en manufacturas. Belgrano pensó que ambas teorías eran complementarias en una tierra con tanta riqueza natural por explotar. En 1794 regresó a Buenos Aires con el título de abogado y con el nombramiento de Primer Secretario del Consulado, otorgado por el rey Carlos IV. El consulado era un organismo colonial dedicado a fomentar y controlar las actividades económicas. Desde ese puesto, Belgrano se propuso poner en práctica sus ideas. Había tomado clara conciencia de la importancia de fomentar la educación y capacitar a la gente para aprendiera oficios y pudiera aplicarlos en beneficio del país. Creó escuelas de dibujo técnico, de matemáticas y de náutica. Las ideas innovadoras de Belgrano quedarán reflejadas en sus informes anuales del Consulado en los que tratará por todos los medios de fomentar la industria y modificar el modelo de producción vigente. Desconfiaba de la riqueza fácil que prometía la ganadería porque daba trabajo a muy poca gente, no desarrolla a la inventiva, desalentaba el crecimiento de la población y concentraba la riqueza en pocas manos. Su obsesión era el fomento de la agricultura y la industria. Daba consejos de utilidad práctica para el mejor rendimiento de la tierra recomendando que no se dejara la tierra en barbecho, pues “el verdadero descanso de ella es la mutación de producción”... Aconsejaba el sistema que se usaba en aquel tiempo en Alemania, que hacía de los curas párrocos verdaderos guías de los agricultores, realizando éstos, gracias a sus conocimientos, experimentos de verdadera utilidad, enseñándoles las prácticas más adelantadas. Belgrano, el más católico de todos nuestros próceres, entendía que estas eran funciones esenciales de los curas que encuadraban dentro de su ministerio, “pues el mejor medio de socorrer la mendicidad y miseria es prevenirla y atenderla en su origen”. El secretario del Consulado proponía proteger las artesanías e industrias locales subvencionándolas «un fondo con destino al labrador ya al tiempo de las siembras como al de la recolección de frutos». Porque «La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación». Esta era, a su entender la única manera de evitar “ los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan». En Memoria al Consulado 1802 presentó todo un alegato industrialista: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas.” En unos de sus últimos artículos en el Correo de Comercio, resaltaba la necesidad imperiosa de formar un sólido mercado interno, condición necesaria para una equitativa distribución de la riqueza: “El amor a la patria y nuestras obligaciones exigen de nosotros que dirijamos nuestros cuidados y erogaciones a los objetos importantes de la agricultura e industria por medio del comercio interno para enriquecerse, enriqueciendo a la patria porque mal puede ésta salir del estado de miseria si no se da valor a los objetos de cambio y por consiguiente, lejos de hablar de utilidades, no sólo ven sus capitales perdidos, sino aun el jornal que les corresponde. Sólo el comercio interno es capaz de proporcionar ese valor a los predichos objetos, aumentando los capitales y con ellos el fondo de la Nación, porque buscando y facilitando los medios de darles consumo, los mantiene en un precio ventajoso, así para el creador como para el consumidor, de que resulta el aumento de los trabajos útiles, en seguida la abundancia, la comodidad y la población como una consecuencia forzosa.” Belgrano fue el primero por estos lares en proponer a fines del siglo XVIII una verdadera Reforma Agraria basada en la expropiación de las tierras baldías para entregarlas a los desposeídos: “es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades ( …) que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley, motivo porque no adelantan …». Se trata como puede leerse de un pensamiento sabio, muy avanzado para la época, de una actualidad que asombra y admira, la de aquel hombre que se nos fue un 20 de junio de 1820 en medio de la indiferencia general, mientras en plena guerra civil Buenos Aires tenía tres gobernadores en un mismo día, aquel genial Manuel Belgrano que alcanzó a decir “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias.» 

Fuente: Felipe Pigna - www.elhistoriador.com.ar


TAMBIÉN EL 20 DE JUNIO SE CONMEMORA EL DÍA DE LA BANDERA - HOY UN TANTO DEVALUADA Y REDUCIDA A UN PATRIOTERISMO EN MANOS DE LOS SECTORES MAS RECALCITRANTES QUE NADA TIENEN DE PATRIÓTICOS


«Saludo a La Bandera»

Letra: Leopoldo Corretjer

Salve, Argentina,
bandera azul y blanca.
Jirón del cielo
en donde impera el Sol.
Tú, la más noble,
la más gloriosa y santa,
el firmamento su color te dio.

Yo te saludo,
bandera de mi Patria,
sublime enseña
de libertad y honor.
Jurando amarte,
como así defenderte,
mientras palpite mi fiel corazón.

«Mi Bandera»

Letra: Juan Chassaing
Música: Juan Imbroisi

Aquí está la bandera idolatrada,
la enseña que Belgrano nos legó,
cuando triste la Patria esclavizada
con valor sus vínculos rompió.

Aquí está la bandera esplendorosa
que al mundo con sus triunfos admiró,
cuando altiva en la lucha y victoriosa
la cima de los Andes escaló.

Aquí está la bandera que un día
en la batalla tremoló triunfal,
y llena de orgullo y bizarría
a San Lorenzo se dirigió inmortal.

Aquí está como el cielo refulgente
ostentando sublime majestad,
después de haber cruzado el Continente,
exclamando a su paso: Libertad!
Libertad! Libertad!

Historia:

El tema fue cantado por primera vez por los soldados de Campo de Mayo en 1906. La letra fue compuesta por el porteño Juan Chassaing nacido el 15 de julio de 1839 y la música por el italiano Juan Imbroisi.

Chassaing, hijo de un artesano francés, nació en Buenos Aires el 15 de julio de 1839. Se recibió de abogado en 1862 y se destacó como soldado, periodista y además parlamentario. Trabajó en el periódico «La Espada de Lavalle», pasó por «El Nacional» y en 1864 fundó el diario «El Pueblo» donde también fue redactor.

Imbroisi había nacido en Paola (Italia) en1866 y llegó al país a fines del siglo XIX. Se instaló en Córdoba donde estudio música. En 1889 formó parte del Ejército como Director de Banda. También formó parte de la Escuela de Música Militar y fue maestro de la banda del Regimiento 7 de Infantería. Compuso la música de varias marchas y canciones patrióticas. Murió en 1942.

 

«Aurora»

Letra: H.C. Quesada y L. Illica
Música: Héctor Panizza

Alta en el cielo, un águila guerrera
audaz se eleva en vuelo triunfal;
azul un ala del color del cielo,
azul un ala del color del mar.

Así en la alta aurora irradial,
punta de flecha el áureo rostro imita,
y forma estela al purpurado cuello.

El ala es paño, el águila es bandera.
Es la bandera de la patria mía,
del sol nacida, que me ha dado Dios;
es la bandera de la patria mía,
del sol nacida, que me ha dado Dios;
es la bandera de la patria mía,
del sol nacida que me ha dado Dios.

Historia:

El aria «Alta en el cielo» ó «Canción a la Bandera» (conocida simplemente como «Aurora»), perteneciente a la ópera Aurora del compositor y director argentino Panizza (1875-1967), es utilizada en Argentina como himno de tributo a la bandera.

La ópera Aurora es considerada la primera ópera nacional argentina; fue un encargo del gobierno argentino para la inauguración de la primera temporada del Teatro Colón. Originalmente en italiano, compuesta por Héctor Panizza y libreto de Luigi Illica (autor de los textos de Madame Butterfly entre otros éxitos de la época), acompañó a Héctor Quesada en su versión en castellano.





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