La fragilidad política de Perú
La esperanza por el origen humilde del
presidente Castillo se consumió pronto. No hubo forma que el nuevo mandatario
lograra una base política para sostenerse con solidez. Apenas asumido, se alejó el partido que lo había llevado al
poder y esto convirtió al gobierno peruano en un sitio de intrigas más parecido
a una serie de Netflix que a un poder ejecutivo soberano.
Durante su breve mandato, el presidente de Perú
fue sorteando las distintas hostigaciones del Parlamento
que buscaron destituirlo. La última se suponía que tenía el mismo destino de
fracaso, pero tal vez una operación política encubierta logró convencer al
entorno de Castillo que iba a ser destituido. El mandatario quiso anticipar la
jugada, pero el autogolpe pronto quedó vacío
de apoyo.
Así, Castillo comparte cárcel con Alberto
Fujimori, el primer mandatario que encabezó un autogolpe en Perú. La nueva presidenta tampoco tiene asegurado un tiempo de
mandato definido, si bien el que ahora cumple debería terminar en 2026, la
inestabilidad y la violencia desatada en las calles peruanas llevaron a Dina
Boluarte a anunciar elecciones para el año que viene.
Más allá de los nombres, todas estas idas y
vueltas prolongan una crisis que es previa a la asunción de Castillo y se
inició en 2018 con el ex presidente Kuczynski que renunció por numerosas denuncias de
corrupción y también por el asedio de un Congreso que igualmente le era hostil.
De final abierto, la crisis política de Perú parece no tener un horizonte de solución inmediato, todos cuidan su quintita y nadie arriesga nada. Enorme desafío para una presidenta que vive el día a día y trata de sobrevivir como puede.
Pablo Salcito
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