23 DE AGOSTO DE
1812:
A 200 AÑOS DEL ÉXODO
JUJEÑO
Aficheta de la Municipalidad de Jujuy por el bicentenario |
“Mucho me falta para ser un verdadero padre de
la patria;
me contentaría con ser un hijo de ella”
Manuel Belgrano
El Éxodo
Jujeño fue una verdadera epopeya, una estrategia planificada por Belgrano,
dada la precaria situación del Ejército del Norte en 1812.
Tras la retirada, se les
dejaba a los españoles una ciudad arrasada que les hacía imposible todo
reabastecimiento.
El repliegue hacia Tucumán
posibilitó el refuerzo de las tropas patrióticas y el posterior triunfo en las
batallas de Tucumán el 24 de septiembre de 1812 y Salta el 20 de febrero de
1813. Retomemos la historia volviendo un poco más atrás.
EL MOMENTO
POLÍTICO
Después del triunfo de Castelli y Balcarce en Suipacha (7 de
noviembre de 1810) que liberó a las provincias del norte del dominio español,
sobreviene la derrota de Huaqui (20 de junio de 1811), el relevo de Castelli y
el repliegue a Salta conducido por Juan Martín de Pueyrredón. Así se marcó el
abandono del Alto Perú a las fuerzas realistas; no obstante, durante la
retirada Balcarce vino reclutando milicias a fin de formar una caballería
gaucha.
Mientras tanto en Buenos Aires,
tras el envenenamiento de Moreno en alta mar el 4 de marzo de 1811 se constituye
el Primer Triunvirato el 23 de
septiembre de ese año, órgano de gobierno que Rivadavia homogeneizaba desde el
ministerio de Guerra.
Manuel Belgrano: Cerebro del éxodo |
Los hechos se producen
vertiginosamente, y se elige a Manuel
Belgrano para conducir aquel ejército diezmado por las batallas, con
centenares de heridos y enfermos, desmoralizado por las derrotas y desatendido
militarmente por las autoridades de Buenos Aires.
Belgrano deberá enfrentar a
dos enemigos simultáneamente, a las tropas españolas bajo el mando de Pío
Tristán por el norte, y al desabastecimiento producido por la desidia del
Triunvirato, al punto de que se ve obligado a pelear sin armas, municiones, ni
pólvora.
Vanos eran los reclamos a
Buenos Aires, nunca contestados; debía arreglárselas como pudiera. Había ideado
como medio de dispensar subsistencia a sus tropas hambreadas –se les adeudaba
meses de sueldo– el cultivo de una huerta de hortalizas y legumbres. Mientras
tanto, en Buenos Aires los gobernantes se repartían los beneficios del
monopolio del puerto y de la aduana.
Uno de los partes enviados por
Belgrano lo denunciaba de esta forma:
"Digan lo que quieran los hombres
sentados en sofás o sillas muy bonitas, que disfrutan de comodidades mientras
los pobres diablos andamos en trabajos; a merced de los humos de la mesa
cortan, tallan y destruyen a los enemigos con la misma facilidad con que
empinan una copa (…) Si no se puede socorrer al ejército, si no se puede pagar
lo que éste consume, mejor despedirlo.”
El repliegue |
Es que su ejército de
liberación no tiene donde caerse muerto: “Ni tiempo, ni suelas, ni cosa alguna
tenemos: todas son miserias; todo es pobreza, así amigo que yo me entiendo”, le
escribe a Martín Güemes.
Poco después le escribe a
Pueyrredón: “Todas son miserias en este ejército. No dinero, no vestuario, no
tabaco, no yerba, no sal, en una palabra: nada que pueda aliviar a esos
hermanos de armas sus trabajos ni compensar sus privaciones”. Y
enseguida: “La deserción está entablada como un consiguiente al estado de miseria,
desnudez y hambre que padecen estos pobres compañeros de armas”.
Sin embargo Belgrano no bajará
la guardia, afrontará las consecuencias, y conseguirá restaurar la confianza de
sus hombres.
Monumento a los héroes del éxodo (en Humahuaca) |
Como respuesta a sus reclamos
de refuerzos y equipo, el 17 de julio recibía una nota de reconvención por su
audacia del Rosario y un verdadero ultimátum por su agravada reincidencia del
25 de mayo en Jujuy. ¡La bandera era casi un crimen! “Ha comprometido usted nuestra
política exterior –dice, poco más o menos, el gobierno–.
Oculte disimuladamente la bandera, reemplácela por esta otra que enviamos (¡la
de la Colonia!) y procure en lo sucesivo no anticiparse al gobierno. Debemos
igualmente prevenirle que esta será la última vez que el gobierno sacrificará
hasta tan alto punto los respetos de su autoridad. A vuelta de correo dará V.S.
cuenta de lo que haga en cumplimiento de esta superior resolución”.
EL REPLIEGUE
A las cinco de la tarde de
aquel 23 de agosto de 1812, partió la gran columna de hombres, mujeres, niños y
ancianos, llevando todo lo que podían, en carros, carretas y caballos, ganado y
mascotas, muebles y enseres y los archivos documentales de la ciudad.
Lo que no podía llevarse debía
ser destruido, nada debía quedar en pie que pudiera servir de abastecimiento a
las tropas invasoras de Pío Tristán que acechaban desde la Quebrada de
Humahuaca, como lo habían comprobado los voluntarios de Díaz Vélez que se
habían acercado a la avanzada española.
Los sectores más humildes del
pueblo jujeño apoyaban la extrema decisión, en cambio Belgrano desconfiaba de los
adinerados locales, y tenía datos suficientes de los contactos de éstos con el
enemigo para hacer negocios con las probables nuevas autoridades, y habrían
recibido garantías de que sus vidas y sus bienes iban a ser respetados.
Las órdenes eran terminantes,
o se plegaban al éxodo o serían fusilados, no les quedaban alternativas.
“…Entended todos que al que se encontrare
fuera de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las
hay, o que intente pasar sin mi pasaporte, será pasado por las armas
inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual pena sufrirá aquel que
por sus conversaciones o por hechos atentase contra la causa sagrada de la
Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que inspirasen
desaliento, estén revestidos del carácter que estuviesen, serán igualmente
pasados por las armas con sólo lo deposición de dos testigos… Que serán tenidos
por traidores a la patria todos los que a mi primera orden no estuvieran
prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la
clase y condición que fuesen… No espero que haya uno solo que me dé lugar para
poner en ejecución las referidas penas, pues los verdaderos hijos de la patria
me prometo que se empeñarán en ayudarme, como amantes de tan digna madre, y los
desnaturalizados obedecerán ciegamente y ocultarán sus inicuas intenciones.
Más, si así no fuese, sabed que se acabaron las consideraciones de cualquier
especie que sean, y que nada será bastante para que deje de cumplir cuanto dejo
dispuesto. Cuartel General de Jujuy, 29 de julio de 1812.”
La larga columna era custodiada por las tropas
patriotas y recorrió en el cortísimo tiempo de cinco días los 250 kilómetros hasta
su destino, la ciudad de Tucumán. Los planes eran resistir en aquella ciudad,
desobedeciendo las órdenes de Buenos Aires de retirarse hasta Córdoba.
El último en abandonar la
ciudad de Jujuy fue Belgrano, para supervisar en persona el estricto
cumplimiento de sus órdenes. A la retaguardia quedaba Eustaquio Díaz Vélez,
para hostigar permanentemente a los realistas y cubrir la seguridad el éxodo.
Los españoles, alentados por
la retirada, atacaron la retaguardia de Belgrano en el Combate de Las Piedras,
el 3 de septiembre de 1812, pero fueron derrotados, dejando en el campo de
batalla una importante cantidad de pertrechos, 50 muertos y 2 oficiales más 40
soldados capturados.
Así se llega a la trascendente
Batalla de Tucumán el 24 de septiembre
de aquel año 1812, con un triunfo concluyente de las fuerzas patriotas, que
persiguieron al enemigo hasta Salta
donde volvieron a derrotarlos el 20 de febrero de de 1813. Sin embargo la
guerra de la independencia no terminaría allí, estos triunfos serían jalones de
una etapa de aquella gesta.
Por aquellas victorias
Belgrano recibió de la Asamblea del año 13 un premio de 40 mil pesos oro (algo
así como hoy un millón y medio de dólares), que el prócer donaría para la
construcción de escuelas de primeras letras.
“He creído propio de mi honor
y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de mi patria, destinar los
expresados 40.000 pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de
primeras letras en las que se enseñe a leer y a escribir, la doctrina
cristiana, y los primeros rudimentos y obligaciones del hombre en sociedad”.
Pero la construcción de estas
escuelas se fue dilatando en el tiempo, Belgrano no tuvo la satisfacción de ver
ninguna, la última de ellas recién se concretó en el año 2006, ¡a 183 años de
instituido el premio y la donación!
Belgrano nunca cobró los
sueldos de su campaña al Norte, y debió pagar con su reloj los gastos de
medicina poco antes de morir en la más extrema pobreza
el 20 de junio de 1820, en momentos en que arreciaba la crisis política en
Buenos Aires, con aquel día recordado como Día de los Tres Gobernadores.
No dejó de pedir, hasta su
último aliento, que se cumpliera su legado. Ni tampoco se cansó de calificar a
los responsables de los incumplimientos, como parásitos, inútiles y
especuladores. Esto es parte de la historia que nunca se enseñó en las
escuelas.
Hombres de tal naturaleza,
valentía y desprendimiento se hacen acreedores a la admiración y el
reconocimiento de las siguientes generaciones, hasta hoy y para siempre.
Miguel Eugenio
Germino
Fuentes:
--http://www.apjr.com.ar/GralBelgrano.htm
--http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/independencia/el_exodo_jujeno.php
--http://adhilac.com.ar/?p=2100
--http://www.taringa.net/posts/info/3240477/23-de-agosto-Exodo-Jujeno.html
--http://www.me.gov.ar/efeme/3dejunio/index.html
--http://foro.seprin.com/showthread.php?66517-Mi-general-y-para-darle-el-gusto-a-flordeliz
--Pigna Felipe, Los Mitos de la Historia
Argentina, Tomo 1, Norma, 2004.
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