jueves, 1 de agosto de 2013

HIPÓLITO YRIGOYEN





El gran caudillo radical que marchó a paso firme






Balvanera lo vio nacer el 12 de julio de 1852, y lo albergó varios años de su vida. Fue uno de los dirigentes políticos más relevantes de la historia argentina, dos veces presidente de la Nación.

El 3 de julio se cumplieron 80 años de su fallecimiento. Estamos hablando de Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen, conocido como Hipólito Yrigoyen a secas, el gran caudillo radical, el primer presidente electo bajo el libre sufragio. Fue bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad. Durante la infancia, vivió en la casa familiar ubicada en Rivadavia y Matheu. Estudió en el Colegio San José –de Cangallo y Azcuénaga– y en el Colegio de la América del Sud.

A los 15 años comenzó a trabajar en el estudio jurídico de su tío Leandro Alem y al poco tiempo comenzó a incursionar en la arena política de su mano, como miembro del Partido Autonomista de Adolfo Alsina. Por influencia de Alem, a los 20 años fue nombrado comisario de Balvanera. En 1878 terminó la carrera de Derecho en la UBA y fue elegido diputado provincial. Dos años más tarde se convertiría en diputado de la Nación.

En 1882 se inició como profesor de Historia Argentina, Instrucción Cívica y Filosofía en la Escuela Normal de Maestros. Tomó por costumbre donar su salario al Hospital de Niños.

Se retiró de la vida política por algunos años para dedicarse a la actividad agropecuaria, gracias a la cual logró enriquecerse. En 1889 se reincorporó a la Unión Cívica y, al año siguiente, participó en la denominada Revolución del Parque, encabezada por su tío Alem, en reclamo por el sufragio libre y universal, además de fundar junto a éste   la Unión Cívica Radical; asumió también como presidente del Comité de la Provincia de Buenos Aires. Tanto la Revolución de 1890 como la de 1893 –que organizó, condujo y financió– fracasaron. Por cuanto desconfiaba en la capacidad de liderazgo de  aquel,  decidió enfrentarlo y conformar la UCR de la provincia como partido autónomo. Tras el suicidio de Alem y desde su cargo distrital, Yrigoyen consiguió imponer su postura de que el partido se abstuviera hasta que se abrieran comicios libres. En 1905, promovió otra revolución que también falló, pero que preparó el terreno para las tratativas que llevaría adelante con el presidente Roque Sáenz Peña con vistas a la reforma electoral. Esta norma, conocida como Ley Sáenz Peña, se sancionó finalmente en 1912, y por ella se consagraba el voto universal masculino, secreto y obligatorio, lo que permitió que Yrigoyen fuese electo presidente en 1916.

Durante su mandato buscó la integración política y la participación popular, aunque en varias ocasiones intervino las provincias. Comprometió su gestión con la clase media de profesionales asalariados y con la clase obrera urbana, asimismo apoyó la reforma universitaria.

Su gobierno se declaró neutral durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Finalizada la confrontación, se produjo una paulatina recuperación del comercio exterior que vino acompañada de una gran inflación, lo que benefició a los exportadores agropecuarios al mismo tiempo que perjudicó a los asalariados urbanos. Se sucedieron importantes protestas obreras como durante la denominada Semana Trágica, en los talleres metalúrgicos Vasena, y la de los peones rurales en la Patagonia. Ambas rebeliones terminaron aplastadas con una feroz represión.

El primer período de Yrigoyen finalizó en 1922. Después de la gestión del radical Marcelo T. de Alvear, en 1928 resultó electo por una abrumadora mayoría para un nuevo mandato.

Durante su segunda presidencia (1928-1930) se desató la crisis financiera mundial que provocó la caída del salario y una creciente desocupación. La UCR perdió estrepitosamente las elecciones parlamentarias de marzo de 1930. Con el partido oficialista dividido y la debacle política y económica, se acentuó la debilidad del gobierno, que además no tenía diálogo con la oposición. La clase media, clave para su llegada al poder, dejó de respaldar a Yrigoyen. De esta manera, el 6 de septiembre de 1930 un golpe de estado encabezado por el General José Félix Uriburu lo destituyó del poder. Detenido y confinado en la Isla Martín García, en enero de 1833, anciano y enfermo, regresó a Buenos Aires para vivir en la casa de una hermana, ya que había perdido todos los bienes a lo largo de su trayectoria pública. Murió el 3 de julio de ese año; su entierro en el Cementerio de la Recoleta convocó a una multitud.

“El poder, a pesar de ser uno de los medios más eficaces para hacer práctico un programa, no es el fin al que pueda aspirar un partido de principios ni el único resorte que pueda manejar para influir en los destinos del país. Sólo los partidos que no tienen más objetivo que el éxito aplauden a benefactores que los acercan al poder a costa de sus propios ideales”, señaló en una oportunidad. Todo un legado para ser escuchado por los políticos de hoy.

 Laura Brosio
 


 



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