El entrañable y cautivante animador de la
actividad teatral
Periodista,
crítico teatral, autor y traductor de textos dramáticos, ensayista, docente, caricaturista
bajo el nombre de Pucho, Edmundo Guibourg fue una de las
personalidades más encumbradas de la cultura porteña. Nació en el barrio de Balvanera el 15 de noviembre de 1893.
Aunque apenas cursó hasta el primer año de la escuela normal, tuvo una
formación autodidacta en disciplinas como la historia del arte y la estética,
de las cuales se constituyó en una verdadera autoridad.
Guibourg comenzó
como caricaturista en el diario Última
Hora. En 1912 apareció su primera crítica teatral en la revista Tribuna. En
tanto, al año siguiente –convocado por el político Mario Bravo- ingresó a La
Vanguardia, el tradicional órgano oficial del Partido Socialista, dirigido en
ese momento por Enrique Dickman, en el cual llegó a ser Secretario de Redacción.
Posteriormente, en 1917, pasó al diario Crítica, de Natalio Botana, donde
permaneció durante 26 años y se convertiría en uno de los periodistas más
prestigiosos de nuestro medio. De 1927 a 1932 se desempeñó como corresponsal en
París, y al regresar a Buenos Aires, creó la famosa columna Calle Corrientes, mediante la cual quedó
en la historia del periodismo argentino; allí se ocupaba del mundo de la
farándula y de la actualidad teatral. Fue director de la página de Teatro y Secretario
de Redacción de Crítica. Asimismo, colaboró en los diarios La Prensa y La
Nación.
El dramaturgo
escribió los libros El sendero de las
tinieblas (drama, 1921), Cuatro
mujeres (comedia, 1922), La dicha que
me diste (drama, 1965) y Al pasar por
el tiempo (memorias, 1985). Además, es autor del capítulo Los hermanos Podestá 1851-1945 de la
colección ¿Quién fue en el teatro nacional?,
lanzada por la Secretaría de Cultura en 1969. Sus columnas en Crítica están
reunidas en Calle Corrientes (1978). También
tradujo las obras teatrales de Luigi Pirandello y fue prologuista del libro de
Tita Merello La calle y yo (1972).
Guibourg no
fue ajeno al mundo del cine. Fue guionista y director de Bodas de sangre (1938), basada en la obra homónima de Federico García
Lorca, con la actuación de Margarita Xirgu y Pedro López Lagar. La pieza se
había estrenado en el Teatro Maipo en 1933 y había tenido un éxito rotundo
–frente a la débil recepción en España- gracias al comentario elogioso de la misma
que efectuó el periodista en el citado vespertino. También participó en el
documental Gardel, el alma que canta
(1985), dirigido por Carlos Orgambide.
Fue un
aficionado al turf y un íntimo amigo de Carlos Gardel. En una entrevista en el
diario La Opinión, realizada en 1975, rememoraba con gracia ese vínculo: “Se
podría decir la primera vez que lo vi. Fue en un comité político conservador de
Balvanera, ubicado en la calle Anchorena, entre Zelaya y Tucumán. […] No
tendría yo trece años y me acuerdo que iba al comité con mi guardapolvo blanco
escolar. Había un muchacho, un gordito que tenía tres o cuatro años más que yo
y cantaba con la guitarra. El gordito era Gardel”. […] Y agregó:
“Dio
la coincidencia que el vespertino Crítica me nombrara, en 1927, corresponsal en
Europa y yo tuviera que viajar en el mismo barco que Gardel. Empezamos a
recordar juntos nuestros años del Abasto y los maestros comunes que habíamos
tenido aunque fuéramos a escuelas distintas. Pero todo nos era familiar: los
puesteros, el mercado, el olor de las frutas y las verduras” […] También comentó que juntos
recorrieron toda Europa: “Cuando estábamos en París éramos
noctámbulos que nos levantábamos al mediodía. En una oportunidad, a eso de las
10 de la mañana, se me aparece Gardel y me despierta. ‘Levantate -me dice-
tenés que venir a almorzar’. Me extrañó porque estaba a dieta. ‘Es que nos
espera Don Jacinto Benavente’ ”.
Es muy jugosa
la visión del ensayista acerca de su larga estadía en Crítica, según se
desprende de la mencionada entrevista. Allí recordaba que trabajaba en un
escritorio desvencijado junto a Roberto Arlt (crónica policial), en distintos
horarios, de modo que nunca se encontraban. Entonces, se comunicaban por
papelitos. Cuando Arlt terminaba una nota, le dejaba un mensaje en el cajón donde
le preguntaba qué opinaba sobre lo que había escrito y Guibourg le contestaba
de la misma manera. “Se trabajaba muy intensamente. En aquellos años no había horario, no
había relojes; sin embargo, nadie faltaba a sus deberes, Botana tenía por lema
‘el desorden organizado’. No éramos amanuenses, escribíamos lo que se nos daba
la gana. Escribíamos aun contra los intereses del diario, cosa que hoy en día
no se puede hacer”, expresaba con orgullo.
Guibourg conquistó
numerosas y relevantes distinciones: recibió el Premio Konex de Honor en
Comunicación – Periodismo en 1987 (póstumo) y el Gran Premio Nacional de las
Artes en tres ocasiones. A su vez, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad
de Buenos Aires. Fue presidente de Argentores (Sociedad General de Autores de la
Argentina) y director del Fondo Nacional de las Artes.
Este
carismático e insigne trotamundos falleció en Buenos Aires el 12 de julio de
1986 a los 92 años.
Laura Brosio
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