9 de octubre de 1841: la
muerte del general Lavalle
Fue Lavalle uno de los
hombres más controvertidos de la historia nacional, un hombre de acción, un
guerrero que luchó con valentía a las órdenes del general San Martín, pero que
a su vez adhirió a la causa unitaria, la que llevará durante toda su vida junto
con el remordimiento de haber fusilado a Dorrego, en un período infausto de la
patria atravesada por la profunda grieta entre unitarios y federales, que
perduró por más de cien años de historia y aún no quedó definitivamente
saldada.
El hombre adulto
Juan Galo de La Valle nació en Buenos Aires, el 17 de octubre de 1797; ya en su adultez suprimió
el "de" de su apellido y lo apocopó, probablemente, a fin de evitar su vinculación con los
apellidos españoles, ya que la Revolución de Mayo le
resultó claramente adversa a la familia “De
La Valle” por su subordinación a las autoridades españolas. Su padre,
Manuel José de La Valle y Cortés, era descendiente directo del conquistador de
México.
San Martín, tras el derrocamiento
del Primer Triunvirato, decidió encarar la formación de un conjunto de jóvenes
voluntarios que se incorporarían como cadetes, en el que Lavalle pidió su alta
y fue aceptado en agosto de 1812.
Valeroso en los campos de
batalla, participó de la campaña de San Martín. Había recibido su bautismo
de fuego en Montevideo en 1814, destacándose en las prácticas rigurosas
impuestas por San Martín, de quien rápidamente se
ganó su respeto, participando de la campaña del Ejército de Los Andes, y
descollando en la batalla de Chacabuco en 1917, además
participó de la campaña
al Ecuador y de los combates de Riobamba y Pichincha.
Héroe en las campañas de
San Martín y Bolívar, aunque respondió más tarde al pensamiento unitario, al que defendió ciegamente
hasta el fin de sus días. Allí se produce la
primera gran grieta histórica.
El 1º de diciembre de 1828
encabeza un
incruento golpe de Estado y derroca a Manuel Bernabé Dorrego (Buenos Aires, 11 de junio de 1787 -
Navarro, 13 de diciembre de 1828).
Algunos unitarios se
dirigieron a Lavalle para presionarlo sobre lo que debía
hacerse con el gobernador ya capturado en Navarro. Salvador María del
Carril y Juan Cruz Varela, entre otros, opinaban que había que fusilarlo. Finalmente Lavalle lo decide en soledad, y así lo
anuncia en un Bando de su
autoría: "Participo al Gobierno Delegado que el coronel Dorrego
acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La
historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no
morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él
puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público". El remordimiento lo llevará a cuestas durante corta su vida, de apenas
44 años.
Había señalado repetidas
veces: "Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada,
por mi honor de soldado, que haré un acto de profunda expiación: rodearé de
respeto y consideración a la viuda y los huérfanos del Coronel Dorrego".
Con el advenimiento al
poder de Juan Manuel de Rosas, comienzan las desgracias de Lavalle, que debió exiliarse en
la Banda Oriental como consecuencia de una fuerte campaña de prensa en la cual
Don Juan Manuel hablaba de Manuel Dorrego como un mártir de la patria y de
Lavalle como un salvaje asesino.
Lavalle retorna con la
"Liga del Interior", que pretendía acabar con los caudillos federales
de las distintas provincias, aliados de Rosas. Instigado nuevamente por
Salvador María del Carril, emprendió entonces una invasión a Entre Ríos desde
la Banda Oriental. El objetivo era el avance sobre el litoral para reunirse con
Paz, pero fue dos veces derrotado.
La tropa de Lavalle fue
constantemente perseguida y su líder fracasó en todos los intentos de
reorganizar su maltrecho ejército, que en su larga retirada arriba a San
Salvador de Jujuy, llevando a cuestas junto con su fracaso, el remordimiento y
el tormento por el fusilamiento de Dorrego.
Su dramática muerte
Llega así el despuntar del alba de aquel sábado 9
de octubre de 1841. Una partida federal de
unos 30 hombres, al mando del teniente coronel Fortunato Blanco, alcanzó al
paso de sus cabalgaduras las cercanías de la casa donde se alojaba Lavalle, quién al advertirlo salió
al segundo patio cubierto con una bufanda de vicuña, pese a su ya delicadso estado de salud. De valor personal, temerario
y de acuerdo a su costumbre, no es extraño que se presentara en el momento de
peligro sin ceñir su espada.
El acero que lo acompañó
en las guerras de la independencia lo extravió su asistente en la batalla de
Famaillá, por lo cual su secretario le obsequió una espada que fue la que le
acompañó hasta su muerte. Procuraba disponerlo todo por sí mismo con su arrojo
e intrepidez ante el peligro, se acercó a la puerta, cuando una de las balas
disparadas por la partida atravesó la cerradura hiriéndolo de muerte.
Estudios posteriores
hacen surgir dudas que aquella
bala que habría penetrado por la cerradura pudiera haber dado en el corazón de
un hombre alto como era Lavalle. La
observación de la puerta de la casa de Zenavilla, que está en el Museo
Histórico provincial de Jujuy, con sus
ciento cincuenta años de vida, puede palpársela, sólida en su cedro macizo, con
los agujeros que recuerdan los lugares que ocuparon el aldabón y la cerradura.
En las hojas pueden verse algunas roturas superficiales que, de deberse a balas
como lo aparentan, demuestran palmariamente que los tiros de tercerolas
federales no pudieron atravesarla jamás, ni dieron en la cerradura.
¿Quién
mató a Lavalle entonces?
Es otro de los tantos
misterios de la historia.
Aún muerto Lavalle es acosado en aquella la última
persecución sin cuartel en la huida post mortem de su cuerpo inanimado colocado en su
tordillo y en una caravana triste y silenciosa. Así comenzó la tortuosa
peregrinación hacia la catedral de Potosí, tras el jefe muerto, puesto a la
vanguardia para evitar que cayese en poder de las fuerzas de Oribe, que lo
ansiaban tenazmente para llevar su cabeza a Rosas.
A veinticuatro leguas de
Jujuy, como la descomposición del cadáver del general dificultaba la marcha,
dispusieron descarnarlo, y el coronel don Alejandro Danel practicó aquella
penosa operación.
Con el propósito de
disecar mejor los huesos, fueron tendidos al sol sobre el techo de un rancho,
inesperadamente un cóndor descendió vertiginosamente de las nubes y
apoderándose del cúbito del brazo derecho de Lavalle, remontó a las alturas. Aquel
cóndor, expresión de gallardía y fiereza de esos inmensos dominios solitarios y
agrestes de la montaña y el espacio, tal vez quiso levantar en alto llevando y
mostrando como trofeo el hercúleo brazo sableador del quien fuera granadero de
San Martín.
La caravana hizo 163
leguas. El 22 de octubre de 1841, a las 21, llegó a Potosí, siendo recibida por
el presidente de Bolivia, quien dispuso que los restos del general Lavalle
fueran depositados en la Catedral.
En 1858, finalmente los
restos del General Lavalle fueron trasladados al cementerio de la Recoleta en
Buenos Aires, donde sus restos paradojamente descansan a metros de la tumba de
Dorrego, no pudiendo cumplir con su juramento y acto de profunda expiación.
La actual denominación de la Plaza Lavalle (primitivamente
Parque Argentino, luego Plaza del Parque) obedeció a la persistencia de los
odios entre "unitarios" y "federales" generados durante las luchas internas. Se denominará entonces con el nombre de Lavalle a la plaza que existía frente al
“Palacio Miró” –la mansión de la familia Dorrego–, que se
encontraba en la manzana actualmente delimitada por las calles Viamonte,
Libertad, Córdoba y Talcahuano.
Durante décadas la familia Dorrego
tapió las ventanas que daban a la plaza, para que no pudiera verse desde la
mansión la columna levantada en memoria de Lavalle. El palacio fue demolido
en 1937 y
ese espacio fue arrasado para ampliar la plaza. Otra paradoja cruel de la
historia, de aquellos dos apellidos en constante desavenencia.
Sabato
y Lavalle
Evoca Sábato: “Publiqué ‘Sobre héroes y tumbas’ en el
año 1961, en el que escribí la tragedia final del general Juan Lavalle, su
decisión de tomar Buenos Aires después de organizar en Montevideo el plan de
derrocamiento de Dorrego. Se han escrito muchísimas páginas de historia sobre
aquel desdichado acontecimiento, una de las tantas consecuencias de las luchas
entre federales y unitarios. Cuando decidí tomarlo para mi novela, no era, en
modo alguno, el deseo de exaltar a Lavalle, ni de justificar
el fusilamiento de otro gran patriota como fue Dorrego, sino el de lograr
mediante el lenguaje poético lo que jamás se logra mediante documentos de
partidarios y enemigos; intentar penetrar en ese corazón que alberga el amor y
el odio, las grandes pasiones y las infinitas contradicciones del ser humano en
todos los tiempos y circunstancias, lo que sólo se logra mediante lo que debe
llamarse poesía, no en el estrecho y equivocado sentido que se le da en nuestro
tiempo a esa palabra, sino en su más profundo y primigenio significado”.
En la historia trágica de
nuestra patria, es indudable que
la figura de Juan Lavalle constituye un prototipo del caballero desdichado. El
retrato de este épico guerrero es magníficamente reproducido por la letra de
Ernesto Sábato y la música de Eduardo Falú. Entre estos dos artistas han
compuesto un moderno Cantar de Gesta
que tiene a Lavalle como su protagonista principal.
Las vicisitudes de la
derrota sumada al amor de la tropa que huye desesperadamente de sus enemigos,
con la cabeza y el corazón de su jefe, ante la seguridad de la represalia
contra el cadáver, son perfectamente gratificadas en lo que se dio en llamar “Romance de la muerte de Juan Lavalle”. Un verdadero romance de
amor, coraje y muerte.
Ésta es la historia de un
caballero
valiente y desgraciado;
La historia de la larga retirada
de un hombre atormentado por el recuerdo
y el infortunio.
valiente y desgraciado;
La historia de la larga retirada
de un hombre atormentado por el recuerdo
y el infortunio.
El romance del fin y muerte
del General Juan Galo de Lavalle,
descendiente de Pelayo
y Hernán Cortés,
el soldado quién San Martín llamó
el primer espada del Ejército Libertador.
del General Juan Galo de Lavalle,
descendiente de Pelayo
y Hernán Cortés,
el soldado quién San Martín llamó
el primer espada del Ejército Libertador.
Peleó en ciento cinco
combates
por la libertad de este continente
y murió en la miseria y el desconcierto.
por la libertad de este continente
y murió en la miseria y el desconcierto.
Miguel
Eugenio Germino
Fuentes:
-Igarzábal, Josué, Reflejos del pasado, Círculo Militar, Buenos Aires, 1964.
-http://guadasociales.blogspot.com.ar/2010/04/la-muerte-de-lavalle.html
-http://pacoweb.net/Cantatas/Romance.htm
-http://www.fcaglp.unlp.edu.ar/~sixto/sabato/romance/
1 comentario:
1) Una herida en la garganta hace sospechar un ataque de un vampiro
2) Al descarnar el cadaver, sus hombres le sacaron el corazon y la cabeza. Eso es una manera efectiva de impedir que un muerto vuelva como vampiro.
O sea que da que sospechar...
Publicar un comentario