lunes, 2 de octubre de 2017

LA MUERTE DEL GENERAL LAVALLE

9 de octubre de 1841: la muerte del general Lavalle





Fue Lavalle uno de los hombres más controvertidos de la historia nacional, un hombre de acción, un guerrero que luchó con valentía a las órdenes del general San Martín, pero que a su vez adhirió a la causa unitaria, la que llevará durante toda su vida junto con el remordimiento de haber fusilado a Dorrego, en un período infausto de la patria atravesada por la profunda grieta entre unitarios y federales, que perduró por más de cien años de historia y aún no quedó definitivamente saldada.


El hombre adulto

Juan Galo de La Valle nació en Buenos Aires, el 17 de octubre de 1797; ya en su adultez suprimió el "de" de su apellido y lo apocopó, probablemente, a fin de evitar su vinculación con los apellidos españoles, ya que la Revolución de Mayo le resultó claramente adversa a la familia “De La Valle” por su subordinación a las autoridades españolas. Su padre, Manuel José de La Valle y Cortés, era descendiente directo del conquistador de México.
San Martín, tras el derrocamiento del Primer Triunvirato, decidió encarar la formación de un conjunto de jóvenes voluntarios que se incorporarían como cadetes, en el que Lavalle pidió su alta y fue aceptado en agosto de 1812.
Valeroso en los campos de batalla, participó de la campaña de San Martín. Había recibido su bautismo de fuego en Montevideo en 1814, destacándose en las prácticas rigurosas impuestas por San Martín, de quien rápidamente se ganó su respeto, participando de la campaña del Ejército de Los Andes, y descollando en la batalla de Chacabuco en 1917, además participó de la campaña al Ecuador y de los combates de Riobamba y Pichincha.





Héroe en las campañas de San Martín y Bolívar, aunque respondió más tarde al pensamiento unitario, al que defendió ciegamente hasta el fin de sus días. Allí se produce la primera gran grieta histórica.
El 1º de diciembre de 1828 encabeza un incruento golpe de Estado y derroca a Manuel Bernabé Dorrego (Buenos Aires, 11 de junio de 1787 - Navarro, 13 de diciembre de 1828).
Algunos unitarios se dirigieron a Lavalle para presionarlo sobre lo que debía hacerse con el gobernador ya capturado en Navarro. Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela, entre otros, opinaban que había que fusilarlo. Finalmente Lavalle lo decide en soledad, y así lo anuncia en un Bando de su autoría: "Participo al Gobierno Delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público". El remordimiento lo llevará a cuestas durante corta su vida, de apenas 44 años.
Había señalado repetidas veces: "Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada, por mi honor de soldado, que haré un acto de profunda expiación: rodearé de respeto y consideración a la viuda y los huérfanos del Coronel Dorrego".
Con el advenimiento al poder de Juan Manuel de Rosas, comienzan las desgracias de Lavalle, que debió exiliarse en la Banda Oriental como consecuencia de una fuerte campaña de prensa en la cual Don Juan Manuel hablaba de Manuel Dorrego como un mártir de la patria y de Lavalle como un salvaje asesino.
Lavalle retorna con la "Liga del Interior", que pretendía acabar con los caudillos federales de las distintas provincias, aliados de Rosas. Instigado nuevamente por Salvador María del Carril, emprendió entonces una invasión a Entre Ríos desde la Banda Oriental. El objetivo era el avance sobre el litoral para reunirse con Paz, pero fue dos veces derrotado.
La tropa de Lavalle fue constantemente perseguida y su líder fracasó en todos los intentos de reorganizar su maltrecho ejército, que en su larga retirada arriba a San Salvador de Jujuy, llevando a cuestas junto con su fracaso, el remordimiento y el tormento por el fusilamiento de Dorrego.


Su dramática muerte






Llega así el despuntar del alba de aquel sábado 9 de octubre de 1841. Una partida federal de unos 30 hombres, al mando del teniente coronel Fortunato Blanco, alcanzó al paso de sus cabalgaduras las cercanías de la casa donde se alojaba Lavalle, quién al advertirlo   salió al segundo patio cubierto con una bufanda de vicuña, pese a su ya delicadso  estado de salud. De valor personal, temerario y de acuerdo a su costumbre, no es extraño que se presentara en el momento de peligro sin ceñir su espada.
El acero que lo acompañó en las guerras de la independencia lo extravió su asistente en la batalla de Famaillá, por lo cual su secretario le obsequió una espada que fue la que le acompañó hasta su muerte. Procuraba disponerlo todo por sí mismo con su arrojo e intrepidez ante el peligro, se acercó a la puerta, cuando una de las balas disparadas por la partida atravesó la cerradura hiriéndolo de muerte.
Estudios posteriores hacen surgir dudas que aquella bala que habría penetrado por la cerradura pudiera haber dado en el corazón de un hombre alto como era Lavalle. La observación de la puerta de la casa de Zenavilla, que está en el Museo Histórico  provincial de Jujuy, con sus ciento cincuenta años de vida, puede palpársela, sólida en su cedro macizo, con los agujeros que recuerdan los lugares que ocuparon el aldabón y la cerra­dura. En las hojas pueden verse algunas roturas superficiales que, de deberse a balas como lo aparentan, demuestran palmariamente que los ti­ros de tercerolas federales no pudieron atravesarla jamás, ni dieron en la cerradura.
¿Quién mató a Lavalle entonces?
Es otro de los tantos misterios de la historia.
Aún muerto Lavalle es acosado en aquella la última persecución sin cuartel en la huida post mortem de su cuerpo inanimado colocado en su tordillo y en una caravana triste y silenciosa. Así comenzó la tortuosa peregrinación hacia la catedral de Potosí, tras el jefe muerto, puesto a la vanguardia para evitar que cayese en poder de las fuerzas de Oribe, que lo ansiaban tenazmente para llevar su cabeza a Rosas.
A veinticuatro leguas de Jujuy, como la descomposición del cadáver del general dificultaba la marcha, dispusieron descarnarlo, y el coronel don Alejandro Danel practicó aquella penosa operación.
Con el propósito de disecar mejor los huesos, fueron tendidos al sol sobre el techo de un rancho, inesperadamente un cóndor descendió vertiginosamente de las nubes y apoderándose del cúbito del brazo derecho de Lavalle, remontó a las alturas. Aquel cóndor, expresión de gallardía y fiereza de esos inmensos dominios solitarios y agrestes de la montaña y el espacio, tal vez quiso levantar en alto llevando y mostrando como trofeo el hercúleo brazo sableador del quien fuera granadero de San Martín.
La caravana hizo 163 leguas. El 22 de octubre de 1841, a las 21, llegó a Potosí, siendo recibida por el presidente de Bolivia, quien dispuso que los restos del general Lavalle fueran depositados en la Catedral.
En 1858, finalmente los restos del General Lavalle fueron trasladados al cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, donde sus restos paradojamente descansan a metros de la tumba de Dorrego, no pudiendo cumplir con su juramento y acto de profunda expiación.
La actual denominación de la Plaza Lavalle (primitivamente Parque Argentino, luego Plaza del Parque) obedeció a la persistencia de los odios entre "unitarios" y "federales" generados durante las luchas internas. Se denominará entonces con el nombre de Lavalle a la plaza que existía frente al “Palacio Miró” la mansión de la familia Dorrego, que se encontraba en la manzana actualmente delimitada por las calles Viamonte, Libertad, Córdoba y Talcahuano.
Durante décadas la familia Dorrego tapió las ventanas que daban a la plaza, para que no pudiera verse desde la mansión la columna levantada en memoria de Lavalle. El palacio fue demolido en 1937 y ese espacio fue arrasado para ampliar la plaza. Otra paradoja cruel de la historia, de aquellos dos apellidos en constante desavenencia. 





Sabato y Lavalle

Evoca Sábato: Publiqué Sobre héroes y tumbas en el año 1961, en el que escribí la tragedia final del general Juan Lavalle, su decisión de tomar Buenos Aires después de organizar en Montevideo el plan de derrocamiento de Dorrego. Se han escrito muchísimas páginas de historia sobre aquel desdichado acontecimiento, una de las tantas consecuencias de las luchas entre federales y unitarios. Cuando decidí tomarlo para mi novela, no era, en modo alguno, el deseo de exaltar a Lavalle, ni de justificar el fusilamiento de otro gran patriota como fue Dorrego, sino el de lograr mediante el lenguaje poético lo que jamás se logra mediante documentos de partidarios y enemigos; intentar penetrar en ese corazón que alberga el amor y el odio, las grandes pasiones y las infinitas contradicciones del ser humano en todos los tiempos y circunstancias, lo que sólo se logra mediante lo que debe llamarse poesía, no en el estrecho y equivocado sentido que se le da en nuestro tiempo a esa palabra, sino en su más profundo y primigenio significado. 
En la historia trágica de nuestra patria, es indudable que la figura de Juan Lavalle constituye un prototipo del caballero desdichado. El retrato de este épico guerrero es magníficamente reproducido por la letra de Ernesto Sábato y la música de Eduardo Falú. Entre estos dos artistas han compuesto un moderno Cantar de Gesta que tiene a Lavalle como su protagonista principal.
Las vicisitudes de la derrota sumada al amor de la tropa que huye desesperadamente de sus enemigos, con la cabeza y el corazón de su jefe, ante la seguridad de la represalia contra el cadáver, son perfectamente gratificadas en lo que se dio en llamar “Romance de la muerte de Juan Lavalle”. Un verdadero romance de amor, coraje y muerte.

Ésta es la historia de un caballero
valiente y desgraciado;
La historia de la larga retirada
de un hombre atormentado por el recuerdo
y el infortunio.

El romance del fin y muerte
del General Juan Galo de Lavalle,
descendiente de Pelayo
y Hernán Cortés,
el soldado quién San Martín llamó
el primer espada del Ejército Libertador.

Peleó en ciento cinco combates
por la libertad de este continente
y murió en la miseria y el desconcierto
.

Miguel Eugenio Germino

Fuentes:
-Igarzábal, Josué, Reflejos del pasado, Círculo Militar, Buenos Aires, 1964.
-http://guadasociales.blogspot.com.ar/2010/04/la-muerte-de-lavalle.html
-http://pacoweb.net/Cantatas/Romance.htm
-http://www.fcaglp.unlp.edu.ar/~sixto/sabato/romance/









1 comentario:

Adriana dijo...

1) Una herida en la garganta hace sospechar un ataque de un vampiro
2) Al descarnar el cadaver, sus hombres le sacaron el corazon y la cabeza. Eso es una manera efectiva de impedir que un muerto vuelva como vampiro.

O sea que da que sospechar...