jueves, 2 de enero de 2020

"FLORES PORTEÑAS" - ANTIGUA CONFITERÍA DEL ONCE


“Flores Porteñas”, histórica panadería y confitería del Once


FRENTE ACTUAL DEL LOCAL DE RIVADAVIA 3129 - QUE CONSERVA SU ESTRUCTURA CASI ORIGINAL

En el local de avenida Rivadavia 3129 todavía se puede respirar un poco de aquella atmósfera pueblerina que tenía el antiguo Buenos Aires de un tiempo más pausado, que se fue escurriendo lentamente en la historia, y de la que la confitería “Flores Porteñas”, fue parte y protagonista.
Lo de “flores” se remonta a las tres hijas del primer dueño, allá por el año 1885, de las que aún se conserva su imagen en el logo y en otros elementos, como las clásicas latas de su confitura. La estructura histórica conservada del local hace que se considere un sitio emblemático del barrio; fue reconocida en el año 2015 por la Cámara de Diputados de la Nación, como pionera en esa actividad. Y recibió también otro diploma, por su valor patrimonial, de parte de la Ciudad.


EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

Como un eufemismo de la historia, hoy el pan es casi un artículo de lujo, escasamente accesible en muchas mesas humildes, en un país que cayó en una profunda recesión.
El noble producto (pan) derivado de la harina de trigo tuvo su origen en la región asiática comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates, en la zona de Mesopotamia. Desde Oriente Medio el cultivo del trigo se difundió en todas las direcciones.
Los historiadores y arqueólogos cuentan que las primeras formas de trigo recolectadas por el hombre datan desde hace más de doce mil años. Las más antiguas evidencias arqueológicas vienen de Siria, Jordania, Turquía e Irak.
La historia señala que los primeros panaderos de Buenos Aires fueron españoles –sobre todo catalanes–, franceses e italianos del Norte.
 Sin embargo comprar pasteles en Argentina pudo haber sido un acto de reivindicación anarquista.
En las confiterías argentinas no era lo mismo pedir una berlinesa que un suspiro de monja, aunque en ambos casos el cliente recibirá un pastelito de masa con crema. Sin embargo, optar por uno u otro nombre puede mostrar una actitud que se remonta a los orígenes del movimiento anarquista en el país.
A finales del siglo XIX, las ideas anarquistas alcanzaban popularidad en las clases obreras; aquellas propuestas de una sociedad con criterios más humanistas, que le daban alta prioridad a lo sindical, buscaban ser la base para tener una vida sin un gobierno que dirigiera a las comunidades. El anarquismo creía que las normas sociales debían surgir de acuerdos voluntarios que marcaran las reglas de convivencia sin imposiciones autoritarias.
En 1885, el pensador y militante anarquista Errico Malatesta decidió establecerse en Argentina, país sudamericano que parecía un buen lugar para escapar de la persecución de las autoridades europeas de los gobiernos de Suiza, España, Rumania, Francia, Bélgica, Inglaterra y, por supuesto Italia, su país natal, de donde había sido expulsado.
En Buenos Aires, Malatesta comenzó a divulgar el ideario anarquista entre los trabajadores. Con su ayuda y la de Ettore Mattei, surgieron los primeros sindicatos libertarios argentinos. Entre ellos se destacaba en 1887, la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, cuya mayoría eran de tendencia anarquista, ya que el trabajo nocturno facilitaba el horario para sus reuniones y actividades secretas.


                  Periódico histórico de 1899 obrero anarquista


El sindicato de panaderos fue conducido por dirigentes anarquistas durante varias décadas. Los trabajadores comenzaron a bautizar a sus creaciones con nombres que recordaban la lucha proletaria. Denominaciones que hacían referencia a la acción directa, se burlaban de la policía y se mofaban de la Iglesia católica. Aparecieron así: los cañoncitos, las bombas, los vigilantes, los sacramentos y las bolas de fraile, también llamadas suspiros de monja. Tal vez sin proponérselo, de repente, la población argentina comenzó a ser partícipe de la difusión de los idearios libertarios a través de los pasteles.

LA HISTORIA DE “FLORES PORTEÑAS”, LA MÁS ANTIGUA PANADERÍA Y CONFITERÍA DE BUENOS AIRES

 Abrió sus puertas en el año 1885, cuando el barrio apenas despertaba de su letargo suburbano, sobre un lote que perteneció a Josefina Sarmiento, hermana del ex presidente Domingo Faustino.


logo original de la panadería de más de 100 años 

Seguramente –según relatan diferentes historiadores–, Julio Cortázar acodado en el mostrador de esta confitería, bosquejó algunas de las líneas de La escuela de noche, aquel cuento –curiosamente en su obra de infrecuencia temporal y lineal– ambientado en una Argentina convulsionada. El autor de Rayuela es mencionado como un habitué de Flores Porteñas, ya en la década del 30, cuando estudiaba para maestro y profesor de Letras en la Escuela Normal Mariano Acosta, ubicada a dos cuadras de esta emblemática confitería.
Aquel relato lo publicó mucho tiempo después de aquellos años, “cuando a Carlitos se lo llevaron”, según invoca el tango, existen registros sobre el paso de Cortázar por este local del Once y dan cuenta de su afición por tomarse un café con ensaimadas mientras escribía prematuramente sobre el mobiliario de madera lustrosa. Él, como tantos otros, se empoderó de este lugar emblemático.
 Las medialunas de la confitería son famosas, como el pan y todas las hornadas que continúan preparándose de manera artesanal, todos los días, en sus hornos de ladrillos refractarios de antaño, de los que ya quedan pocos en Buenos Aires. Otro dato adicional: el pan dulce se puede conseguir allí los 365 días del año.
Flores Porteñas tuvo varios dueños en su larga historia, y en una época llegó a tener mesas para tomar café, según relatan muchos vecinos e historiadores, que recuerdan que además de Cortázar, también frecuentaron el lugar: Leopoldo Marechal, González Tuñón, y Carlos De la Púa, que a su tiempo vivieron en la zona, y hasta Perón acostumbraba a solicitar las medialunas de esta confitería.


latas antiguas: el origen de las tres flores porteñas


El actual dueño, Leonardo Messina, recuerda: “un cliente Tomás Matamuelas, me contó que era sobrino de un antiguo dueño de la panadería y siendo joven venía a comprar el ministro de Hacienda de Perón, Ramón Cereijo. Por medio de él se hizo el contacto y contrataron a la panadería para llevar las facturas a la Casa Rosada y al Congreso”. Este hombre (Tomás), en aquel tiempo un jovencito, era el encargado de llevar las facturas a la Casa de Gobierno. Subía al despacho de Perón y le dejaba en un paquetito las facturas. Hoy con sus 84 años visita frecuentemente la panadería donde trabajó de pantalones cortos y añora: “Entré de pibe y fui aprendiendo todo. Fui mozo, repartidor, estuve al frente del servicio y llegué a estar a cargo de todo el boliche. Me habré ido tres o cuatro años antes de la Libertadora… El día de su caída yo estaba bajo bandera y me tocó escoltarlo antes de que se fuera al Paraguay. Nos dio la mano y nos agradeció a todos: 'Esta es la Policía soñada'”.
Continúa Leonardo Messina su relato:Perón no recordó aquel día que le estaba estrechando la mano a su panadero amigo, el que le llevaba sus medialunas preferidas. Una vez llegó tarde y Perón bajó con toda la comitiva, le dio una suerte de coscorrón en broma, y le dijo: ‘por culpa tuya me perdí el desayuno’… Como este querido cliente viene gente muy grande que te dice que venía de chiquito con su papá de la mano y se ponen a llorar, ¡es muy fuerte!".
 De las palabras de Leonardo fluyen diversos pormenores interesantes, como probar rigurosamente todo lo que se elabora, porque “hay que saber qué gusto tiene lo que se vende y si están bien colocadas las cantidades de ingredientes y el sabor de las especias”.



               Leonardo Messina y sus clásicas medialunas


 Una de las principales características de la casa es que todo se cocina en el horno de ladrillos de antaño y la mercadería entra y sale con pala, a la antigua y artesanal práctica; en este lugar se atiende los 365 días del año y se levantan las persianas a las seis en punto de la mañana. El pan se prepara por la tarde y se lo deja reposar para que leve. A la mañana siguiente vienen los panaderos a cocinar arrancando a las cuatro y media con las facturas y siguen con el pan.
Mucho cambió en la Av. Rivadavia, pero Flores Porteñas mantiene su estructura original. Messina confiesa que su padre le enseñó el oficio de maestro pastelero, un negocio más lucrativo que el de panadero, aunque no menos sacrificado. Se le nota el cariño con el que habla de su local y de los productos que elabora. Sus padres italianos siempre se dedicaron al rubro; su madre, que hasta los 83 años atendió la caja, era una buena anfitriona de los vecinos. La vida del panadero no es para cualquiera. “A las cinco y cuarto ya estoy acá para ponerme a armar el negocio. La mercadería tiene que estar muy bien exhibida y con prolijidad. A las seis, cuando se abre, llueva o truene, todos los días del año, ya hay gente esperando en la puerta”.
Se preparan medialunas todo el día, no menos de 100 bandejas salen del horno para poder tener productos frescos, y su ojo insistente le permite ver cuándo algo está fuera de lugar, no se le escapa detalle. “Exigencia, amor y pasión por la actividad”: ésta es su fórmula, tan perfecta como la de sus recetas.

Frente interior del local conservado en el tiempo

Rememora, aunque no lo vivió, que en la Buenos Aires del tiempo aquel de 1885, los carruajes paraban sobre una Plaza Miserere que no era más que un potrero, la línea ferroviaria que salía de la Estación Parque, donde hoy se ubica la Plaza Lavalle, tenía su parador en el Once y perseguía su rumbo hasta el entonces pueblo lejano de Flores.
Con los años, Once se convirtió en cabecera, impulsando el crecimiento de la zona en paralelo con el asentamiento de varias corrientes inmigratorias. Recién en 1896 se inauguraría parte del actual edificio renacentista de la estación –diseñado por el holandés John Doyer (1862-1939), que es hoy una de las joyas arquitectónicas de la ciudad. Fue el ferrocarril, sin dudas, uno de los motores que aceleró el desarrollo de la zona como uno de los rincones más comerciales y cosmopolitas de Buenos Aires.
El barrio fue cambiando, pero sigue siendo un abanico de nacionalidades. A doscientos metros de Plaza Miserere, la vereda de Flores Porteñas, sobre la avenida Rivadavia, es un ir y venir de transeúntes. El ojo observador y detallista puede encontrar allí una radiografía precisa de las corrientes inmigratorias internas y las que llegan desde el exterior. El barrio no perdió esa cualidad, esa capacidad de abrirle sus puertas a todo el que llega para quedarse. Y es, además, el paso obligado de miles que día a día atraviesan la zona ocasionalmente.
El negocio conserva mucho del mobiliario y la decoración de 1885, los vitrales, la boiserie, un reloj de madera que no se ha cansado de girar, y la vieja foto de aquellas tres bellas damas, las “flores porteñas”, que le dieron el nombre al local, todo le da al espacio un aire nostálgico.
 En 1885, la panadería Flores Porteñas atendía a una barriada obrera de casas bajas, a una zona de estilosos edificios en auge. Con los años, y lo ratifica en el presente, se ganó a prepotencia de trabajo y delicias una clientela fiel. “Suprema calidad”, dice en letras doradas una de las ornamentaciones art noveau que convierten a este rincón gastronómico de Balvanera también en un testimonio de la vida y la historia en la Ciudad.
 En esta cuadra, a metros de Plaza Once, se condensa la multiculturalidad del barrio y la Ciudad de Buenos Aires. Una al lado de otra, se cuentan una barbería donde dominicanos y senegaleses charlan del día a día hasta bien tarde, una parrilla atendida por santiagueños que de tanto en tanto sorprenden con un payador de ocasión, dos casas chorizo de la vieja escuela y ahí, en el 3129, está Flores Porteñas.
El frente vidriado da un primer paneo a las facturas, los pan dulces (que se venden y producen todo el año), ensaimadas y sfogliatellas, especialidades de la casa. Refulge el colorido dulzón. Al ingresar, las luces blancas del techo dan de lleno sobre los muros amarillos llenos de vitreaux y ornamentaciones en madera con curvas estilosas. Da la sensación de estar en un museo, pero en realidad es un lugar de todos los días.
La pared central está coronada, entre otros tantos vitrales, por un reloj antiguo que por su restauración parece haber salido ayer de fábrica. Alrededor, en forma circular, está fijada la leyenda “Servicio de lunch - Pida presupuesto. Tel. 87-2712” (la antigua desaparecida característica 87). En las dos paredes laterales también hay vitreaux y en lugar de reloj, ambas tienen una ornamentación circular con la pintura de tres mujeres peinadas al estilo de los locos años veinte. Alrededor en dorado reza la leyenda: “Flores Porteñas. Confitería y Panificación. Suprema Calidad”. Como un legado, esas letras brillantes marcan el día a día en esta panadería de Balvanera donde una docena de personas trabaja desde antes del amanecer.
La familia de Leonardo Messina primero tuvo panaderías en el conurbano, luego vivieron dos años en Estados Unidos y al regreso (“porque mi madre no se adaptaba a la vida allá”), abrieron locales en Villa Pueyrredón, Palermo y Almagro. Dos décadas atrás, el entonces dueño de Flores Porteñas lo contactó y le ofreció el local de la avenida Rivadavia.
Desde entonces, Messina por la mañana está en la parte trasera de la panadería, con el horno de ladrillos. Por la tarde se sienta frente a la caja. Allí, entre charlas con clientes, cuenta que la llegada de su familia a la panadería de Once implicó mucho más que poner en marcha un negocio. Cuenta que no estaba al tanto del legado histórico de este inmueble. Tomó conciencia al reparar los pisos, para dejarlos como antaño. “Después restauramos los vitreaux. Estaban tapados por un techo que estaba en mal estado. Lo removimos y vimos que estaba todo esto, hecho por ebanistas. No se consigue más. Quedan pocas personas que entienden. Vino acá un hombre grande, de antes. Me empezó a contar historias de los vitreaux. Cuando demolieron la avenida 9 de Julio vinieron los estadounidenses a llevarse cuanto vitreaux hubiera”, evoca.
La clientela que entra es diversa, gente al paso, habitúes, comerciantes, personas que preguntan por colectivos o direcciones que no existen. Entre manos uno ve que hay bolsas repletas de pan para acompañar la cena o simplemente una modesta bolsa con algunas facturas para comer en el regreso a casa. Cuenta Leonardo que gusta de la charla diaria con los clientes y que gracias a ellos recuperó parte de la historia del lugar. “Antes de ayer vino una señora y se puso a llorar. Dijo que esto le traía muchos recuerdos de cuando la familia la traía de nena”. “Gente mayor que relata cuando los traían de la mano. Hoy los ves que son hombres grandes. Esas cosas que te van quedando. Una señora me dijo que se casó acá. Me trajo un folleto de 1943 con el lunch que le había hecho esta panadería para su boda”, repasa.
Una vez cerramos porque teníamos que hacer arreglos y la gente nos tocaba el portón. Quédense tranquilos seguimos abiertos, les decíamos. La gente en un negocio quiere sacar charla, busca ese chichoneo. No quiere que la hagas sentir un número, como en el banco. Hola, doña Pepa; hola doña Juana estoy todo el día. La gente se te pone a contar historias, es que se siente cómoda, es que va a volver”, concluye su larga historia Leonardo.

 Miguel Eugenio Germino


Fuentes:
-https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/flores-portenas-la-panaderia-mas-antigua-de-buenos-aires-que-fue-de-la-familia-de-sarmiento-nid2109719
-https://www.tiemposur.com.ar/nota/154791-del-origen-anarquista-al-pan-de-cada-dia
-https://www.yorokobu.es/pasteles-y-anarquismo-en- argentina/





1 comentario:

Fortu dijo...

Hermosa nota y muy lindo ver el negocio CASI original.,... ojalá lo sigan conservando... Felicitaciones por mostrarnos lugares, que muchos de nosotros no conocemos. Especial saludo a los actuales dueños de " FLORES PORTEÑAS " Héctor REBASTI. ALMAGRO -