jueves, 2 de octubre de 2014

ABELARDO CASTILLO



Abelardo Castillo: “El escritor o el artista miente para decir la verdad”





En una gélida tarde de agosto, él mismo nos abre la puerta de su casa de Balvanera con una sonrisa. Estamos frente a Abelardo Castillo, el celebrado escritor de 79 años, autor de clásicos como Las otras puertas, Cuentos crueles, Israfel, El que tiene sed y Crónica de un iniciado. Nacido en Buenos Aires en 1935, al poco tiempo se trasladó con su familia a San Pedro, donde transcurrieron su infancia y adolescencia. A partir de los diez años se “entregó o pudo entregarse al hábito de leer y pensar”, camino que marcaría su vida y del que jamás se apartaría. Sus ganas de escribir surgieron cuando terminaba el secundario.

“Un día decidí que mi destino era la literatura y que cualquier otra cosa que hiciera entorpecía ese destino o esa vocación. Hice todo lo posible para vivir de acuerdo a esa convicción profunda que era lo que yo quería: ser escritor y, además, ya estaba escribiendo. Puse en el centro de mi vida la literatura y todo lo demás estaba referido a eso. Al recibir el premio de Gaceta Literaria (por la obra de teatro El otro Judas en 1961), sentí que ‘entonces tengo razón, lo que escribo sirve o por lo menos a alguien le gusta’ y así me decidí a escribir”, expresa con firmeza.

No sabe si su obra se inscribe en alguna corriente pero rescata a Borges, Arlt y Marechal como sus “padrinos espirituales”. Su consagración llegó de la mano del libro de cuentos Las otras puertas, con el cual obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1961.

Otro de sus trabajos paradigmáticos es la obra de teatro Israfel, un crudo retrato de la vida de Edgar Allan Poe que le valió el Primer Premio de Escritores Contemporáneos de la UNESCO en 1963. Tiempo después la pieza se montó en el Teatro Argentino bajo la dirección de Inda Ledesma y el papel central a cargo de Alfredo Alcón, con gran suceso.





Castillo fue fundador de revistas literarias emblemáticas como El grillo de papel, de la cual se editaron sólo seis números ya que fue prohibida en 1960 durante el gobierno de Frondizi por su adhesión a la Revolución Cubana. “Después de prohibida la revista, un día llega a la casa de Arnoldo Liberman el otro director de la publicación un señor a comprar la colección completa. Ese señor era el secretario de Frondizi”, declara risueño. Luego, crearía otras dos notables revistas como El escarabajo de oro, que salió de 1961 a 1974, y El ornitorrinco, de 1976 a 1985, que se convertiría en una insignia de la resistencia cultural durante la dictadura. “A la gente siempre le llama la atención que haya salido El ornitorrinco durante el Proceso y es no tener en cuenta algo. Bajo la ocupación alemana en Francia, es decir, bajo el ejército nazi, seguían saliendo revistas. Sartre montaba su obra de teatro Las moscas, que era un canto a la libertad, existían publicaciones clandestinas, publicaba Camus. Las resistencias políticas y culturales se hacen de adentro. ¿O acá no estaban las Madres de Plaza de Mayo? ¿O no se hizo Teatro Abierto? Si decidís ser libre, tendrás problemas. Yo decidí ser libre junto con la gente que sacaba la revista. A veces la retiraban de los kioscos, nos amenazaban o venía la policía a mi casa pero a mí no me atemorizaba eso y la seguía haciendo”, explica con énfasis.

Su primera novela, escrita en 1985, El que tiene sed, constituye una verdadera joya. Es un relato estremecedor acerca de sus largos años de adicción al alcoholismo. Al respecto, revela: “Este libro no surgió como idea, surgió como necesidad. Yo lo empecé a escribir incluso cuando bebía. Creo que lo que me mantenía lúcido y vivo en esa época era sentir que con eso que estaba pasando que para mí era una especie de infierno algún día iba a hacer algo. Efectivamente, dejé de beber y mucho tiempo después empecé a escribir como necesidad catártica de algo que ya había pasado pero que todavía estaba dentro de mí”.

Hace cuatro meses se publicaron sus Diarios 1954-1991, una de las novedades editoriales del año, donde habla de su vocación por la literatura, el éxito de Israfel, su pasión por la música y el ajedrez, sus encuentros con Marechal, Sabato, Cortázar, su disputa con David Viñas. Decidió darlos a conocer por sugerencia de Sylvia Iparraguirre su mujer, también escritora, con quien está unido desde hace 45 años y los editores de Alfaguara: “Los diarios los comencé a escribir a los 18 años. Yo los llevaba como cuadernos donde iba apuntando ideas, bocetos de cuentos, obras de teatro o novelas; escribía sobre cosas personales, cosas que me ocurrían. Todavía dudo de que sean publicables. Me convencieron de que podían serles útil a escritores jóvenes por la cantidad de entradas que hay respecto de mi obra literaria, de cómo se escribe un cuento o una obra de teatro”.

Castillo va más allá de la definición clásica de “literatura”. Avanza en una reflexión controvertida pero iluminada y sagaz, que deja pensando: “La gran literatura siempre fue una ruptura de las convenciones. Está reñida con la moral o la ley: en ese sentido, es una especie de delincuencia. Toda literatura y toda obra de arte implican transgresión. La ficción es una forma de la mentira. Por omisión o porque deliberadamente falsea las cuestiones que nos está contando, un escritor miente. El mal periodismo miente por maldad; en cambio, el escritor o el artista miente para decir la verdad. Debajo de esa mentira, siempre hay una verdad”. 


                                                                                         Laura Brosio






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