El
RECUPERO
La recuperación de la Confitería del Molino es
una asignatura pendiente y un sueño de todos los que alguna vez frecuentaron este emblemático
lugar. Durante el debate de la iniciativa, los legisladores recibieron a los arquitectos Martín
Marcos (Sociedad Central de Arquitectos), Guillermo García (Comisión Nacional
de Museos y Lugares Históricos de la Cámara de Diputados) y José Carames (Comisión
Nacional de Museos y Lugares Históricos del Senado).
El texto de la misma expresa: "Declarar de utilidad pública, y sujeto a expropiación, por su
valor histórico y cultural, el inmueble de la Confitería del Molino".
La confitería se vendió en 1978, y al poco tiempo
quebró, durante la dictadura cívico-militar, cuando quebraron tantas empresas
nacionales. Después se recuperó medianamente. En el año 1997, con el auge de
las políticas neoliberales, volvió a cerrar, y hasta el día de hoy no se ha
abierto, y no es casual que ahora, con el apoyo
de todos los bloques políticos, se haya logrado recuperar
El Molino que es parte de nuestra historia.
El edificio es un ejemplo
de arquitectura y testigo cultural, desde su inauguración en 1917
hasta su cierre 80 años después. Los muros de la
Confitería del Molino, constituida en uno de los ejemplos más notables de la
arquitectura art nouveau de la ciudad, han sido testigos de una parte importante
de la cultura nacional, es un emblema no sólo de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, sino del país en su conjunto, por su valor arquitectónico indiscutible,
pero también porque ha sido escenario privilegiado de la vida política del
país, como una suerte de extensión natural del Parlamento nacional.
El lugar fue
adoptado también por la alta burguesía, que se reunía allí
para saborear sus exquisiteces: el merengue, el marrón glacé, el
panettone de castañas y el imperial ruso, curiosamente conocido en Europa como
“postre argentino”, ya que fue creado por Cayetano Brenna en 1917 en oposición
a la revolución Rusa y en honor de los zares. En 1904, Brenna adquirió la
esquina de Callao y Rivadavia.
Siete años más
tarde compró la casa de Callao 32 y en 1913 la de Rivadavia 1915. Mientras en
Europa azotaba el fantasma de la Primera Guerra Mundial, don Cayetano Brenna
decide construir en esos lotes uno de los edificios más altos de la ciudad.
Mandó traer para ello todos los materiales de Italia: puertas, ventanas,
mármoles, manijones de bronce, cerámicas, cristalería y más de 150 metros
cuadrados de vitraux.
En 1917 se
efectuó la gran inauguración. Los legisladores abrían allí sus cuentas
corrientes y Brenna los atendía con levita. El Molino se había convertido en un
verdadero foro para el debate, la conversación y las citas amorosas. La
historia del arte y la política ocuparon un
lugar definitivo dentro de este recinto.
Por las mesas
del Molino pasaron Alfredo Palacios,
Carlos Gardel, Lisandro de la Torre, Leopoldo Lugones, el tenor Tito Schipa, la soprano Lili Pons, Niní Marshall, Libertad
Lamarque y Eva Perón. “Las chicas de Flores tienen los ojos
dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino”, había
escrito Oliverio Girondo, quien
fuera otro de sus asiduos concurrentes.
En el Molino,
Roberto Arlt daba cuerpo a sus Aguafuertes Porteñas, y en una de ellas,
el mordaz narrador se burló del francotirador que se había amotinado en la
confitería, durante la revolución de 1930.
La muerte de
Brenna en 1938 marcó el fin de la belle époque; y una nueva etapa se abrió para
El Molino, regenteada por Renato Varesse hasta 1950 y el pastelero Antonio
Armentano, hasta 1978. Este último vendió el fondo de comercio y la marca a un
grupo de personas que un año después presentaron quiebra.
En ese
momento, los nietos de Cayetano Brenna salieron al rescate del patrimonio
histórico y lograron volverlo a efímeramente a la vida, cuando su destino ya
estaba sellado.
Marta Romero
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