jueves, 2 de octubre de 2014

LA CONFITERIA DEL MOLINO



El RECUPERO 



La recuperación de la Confitería del Molino es una asignatura pendiente y un sueño de todos los que alguna vez frecuentaron este emblemático lugar. Durante el debate de la iniciativa, los legisladores recibieron a los arquitectos Martín Marcos (Sociedad Central de Arquitectos), Guillermo García (Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos de la Cámara de Diputados) y José Carames (Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos del Senado).
El texto de la misma expresa: "Declarar de utilidad pública, y sujeto a expropiación, por su valor histórico y cultural, el inmueble de la Confitería del Molino".
La confitería se vendió en 1978, y al poco tiempo quebró, durante la dictadura cívico-militar, cuando quebraron tantas empresas nacionales. Después se recuperó medianamente. En el año 1997, con el auge de las políticas neoliberales, volvió a cerrar, y hasta el día de hoy no se ha abierto, y no es casual que ahora, con el apoyo de todos los bloques políticos, se haya logrado recuperar El Molino que es parte de nuestra historia.
El edificio es un ejemplo de arquitectura y testigo cultural, desde su inauguración en 1917 hasta su cierre 80 años después. Los muros de la Confitería del Molino, constituida en uno de los ejemplos más notables de la arquitectura art nouveau de la ciudad, han sido testigos de una parte importante de la cultura nacional, es un emblema no sólo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sino del país en su conjunto, por su valor arquitectónico indiscutible, pero también porque ha sido escenario privilegiado de la vida política del país, como una suerte de extensión natural del Parlamento nacional.
El lugar fue adoptado también por la alta burguesía, que se reunía allí para saborear sus exquisiteces: el merengue, el marrón glacé, el panettone de castañas y el imperial ruso, curiosamente conocido en Europa como “postre argentino”, ya que fue creado por Cayetano Brenna en 1917 en oposición a la revolución Rusa y en honor de los zares. En 1904, Brenna adquirió la esquina de Callao y Rivadavia.
Siete años más tarde compró la casa de Callao 32 y en 1913 la de Rivadavia 1915. Mientras en Europa azotaba el fantasma de la Primera Guerra Mundial, don Cayetano Brenna decide construir en esos lotes uno de los edificios más altos de la ciudad. Mandó traer para ello todos los materiales de Italia: puertas, ventanas, mármoles, manijones de bronce, cerámicas, cristalería y más de 150 metros cuadrados de vitraux.
En 1917 se efectuó la gran inauguración. Los legisladores abrían allí sus cuentas corrientes y Brenna los atendía con levita. El Molino se había convertido en un verdadero foro para el debate, la conversación y las citas amorosas. La historia del arte y la política ocuparon un lugar definitivo dentro de este recinto.
Por las mesas del Molino pasaron Alfredo Palacios, Carlos Gardel, Lisandro de la Torre, Leopoldo Lugones, el tenor Tito Schipa, la soprano Lili Pons, Niní Marshall, Libertad Lamarque y Eva Perón. “Las chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino”, había escrito Oliverio Girondo, quien fuera otro de sus asiduos concurrentes.
En el Molino, Roberto Arlt daba cuerpo a sus Aguafuertes Porteñas, y en una de ellas, el mordaz narrador se burló del francotirador que se había amotinado en la confitería, durante la revolución de 1930.
La muerte de Brenna en 1938 marcó el fin de la belle époque; y una nueva etapa se abrió para El Molino, regenteada por Renato Varesse hasta 1950 y el pastelero Antonio Armentano, hasta 1978. Este último vendió el fondo de comercio y la marca a un grupo de personas que un año después presentaron quiebra.
En ese momento, los nietos de Cayetano Brenna salieron al rescate del patrimonio histórico y lograron volverlo a efímeramente a la vida, cuando su destino ya estaba sellado.

                                                                        Marta Romero





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