Europa atrae a la muerte a miles de inmigrantes
Pese a la persistente crisis económica en el viejo continente,
siguen siendo miles las personas que escapan hacia Europa desde Africa, quienes además del pasaje, pagan un alto costo
en vidas: ya murieron durante este año 2.500 inmigrantes que buscaban en otras
tierras un destino mejor.
Las noticias de la alta desocupación en países
como España e Italia no amedrentan a los miles de africanos que escapan de
situaciones económicas peores y que por una cuestión de supervivencia, afrontan
las olas embravecidas del Mediterráneo en cascarones que no pasarían un examen
serio. También hay muchos refugiados que escapan de la violencia permanente de
Oriente Medio.
A la desesperación se le agrega la existencia
de redes de traficantes de personas, que lucran con un negocio que no garantiza
la llegada en buen estado del bien que transportan. Es más, hubo denuncias de
que algunos de los naufragios conocidos fueron provocados por los mismos que
habían fletado los botes. A esta altura, ya
podemos calificar de mafia a estas organizaciones, que no se diferencian
demasiado de los tratantes de esclavos que existían hace un par de siglos.
Si bien las fuerzas navales europeas no
escatiman ayuda para los rescates, todavía no hay ninguna acción unificada para
establecer patrones comunes para enfrentar este flagelo creciente. Lo primero
sería un esfuerzo diplomático general para ayudar a que los países expulsores
de personas dejen de hacerlo. Una tarea compleja y de largo plazo. Pero lo que
sí se podría generar en lo inmediato, es una fuerza de rescate común, que
asegure un tráfico normal en el Mediterráneo. Tampoco sería tan dificultoso
combatir a las organizaciones que trafican estas travesías.
Las condiciones políticas en Europa no son las
mejores para enfrentar este problema. Son varios
los partidos políticos que avanzan electoralmente fomentando el miedo al
extranjero y la xenofobia. Pero los líderes europeos deberían entender que con
un andamiaje legal que asista a la inmigración, se podría evitar que estas tragedias cotidianas dejen de asolar las costas
del viejo continente.
Pablo
Salcito
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