A LOS 30 AÑOS DE SU MUERTE
Diálogo sobre un diálogo
A: –Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos
dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con
una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de
Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte
del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más
nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la
abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita,
esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron
que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir
sin estorbo.
Z (burlón): –Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A (ya en plena mística): –Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.
Z (burlón): –Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A (ya en plena mística): –Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.
Odín
Se refiere que a la corte de Olaf Tryggvason, que se
había convertido a la nueva fe, llegó una noche un hombre viejo, envuelto en
una capa oscura y con el ala del sombrero sobre los ojos. El rey le preguntó si
sabía hacer algo, el forastero contestó que sabía tocar el arpa y contar
cuentos. Tocó en el arpa aires antiguos, habló de Gudrun y de Gunnar y,
finalmente, refirió el nacimiento de Odín. Dijo que tres parcas vinieron, que
las dos primeras le prometieron grandes felicidades y que la tercera dijo,
colérica:
–El niño no vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado.
Entonces los padres apagaron la vela para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia, el forastero repitió que era cierto, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.
–El niño no vivirá más que la vela que está ardiendo a su lado.
Entonces los padres apagaron la vela para que Odín no muriera. Olaf Tryggvason descreyó de la historia, el forastero repitió que era cierto, sacó la vela y la encendió. Mientras la miraban arder, el hombre dijo que era tarde y que tenía que irse. Cuando la vela se hubo consumido, lo buscaron. A unos pasos de la casa del rey, Odín había muerto.
Los dos reyes y los dos
laberintos
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más)
que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a
sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y
sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que
entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la
maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del
tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer
burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde
vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró
socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna,
pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que,
si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia,
juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa
fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo
rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron
tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y
substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto
de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a
bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que
forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso”. Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la
mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que
no muere.
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