EDITORIAL Nº 299 – MAYO 2020
El oficio de periodista si bien es arriesgado –como en épocas de dictaduras y persecuciones– y a veces estresante –especialmente en estos tiempos de pandemia y encierro–, no deja de ser gratificante y permite dejarse llevar por
territorios inexplorados del pensamiento y la expresividad.
Ya no existe el viejo
periodismo de lapicera y papel, o al menos es
escasamente utilizado, fue dejado atrás por la computadora, ante el avance de
las tecnologías se esfuman las fronteras que separan la realidad virtual de la
realidad cierta. Las percepciones de nuestro entorno se potencian o se
distorsionan, también la investigación fue perdiendo el encanto de visitar
bibliotecas y sumergirse en empolvados antiguos tomos escasamente consultados,
hoy la tarea periodística es más práctica, aunque a su vez más arriesgada, ya que es mucho más sencillo colocar un artículo en
internet que escribir un libro, cosa que tampoco garantizaba lo fidedigno de lo
narrado.
La vida está transitando por un angosto callejón que
dejará –seguramente– huellas
profundas en la historia. Indudablemente ya nada será igual en el devenir de la
humanidad, tras este azote que cayó sobre ella.
Siempre se habló de un antes y un después de la Edad de piedra, antes o después de Cristo, del
feudalismo, de las guerras mundiales, y por supuesto de las grandes pestes que
dejaron tierra arrasada, aunque siempre el
hombre renació de las cenizas y de los escombros
de los desastres.
Hoy se piensa y se habla, en plena época de un neoliberalismo,
tan salvaje como el antiguo liberalismo y tan destructor como el capitalismo
que emergió tras el feudalismo y que perdura, agresivo y desalmado como siempre
lo fue.
Hay quienes se llenan la boca afirmando el fin de las
ideologías, de la famosa grieta, sin embargo siempre existieron ideologías y siempre
existieron grietas, brechas, de diferentes colores y profundidades y en el futuro, tras la superación de la pandemia, no cabe duda,
repetimos, que casi seguramente ya nada será igual.
Las buenas y malas enseñanzas que dejarán la manera de abordar “la peste” por los gobernantes
de los distintos países, ya que algunos priorizaron
la economía –a pesar de
las muertes–, por sobre
la vida, y este abordaje es profundamente una
cuestión ideológica.
Decía el Papa Francisco en febrero pasado, cuando la
pandemia recién comenzaba: “…Un mundo
rico y una economía vibrante pueden y deben acabar con la pobreza. Se pueden
generar y estimular dinámicas capaces de incluir, alimentar, curar y vestir a
los últimos de la sociedad en vez de excluirlos. Debemos elegir qué y a quién
priorizar: si propiciamos mecanismos socioeconómicos humanizantes para toda la
sociedad o, por el contrario, fomentamos un sistema que termina por justificar
determinadas prácticas que lo único que logran es aumentar el nivel de
injusticia y de violencia social (…) En este contexto donde el desarrollo de
algunos sectores sociales y financieros alcanzó niveles nunca antes vistos, qué
importante es recordar las palabras del Evangelio de Lucas: «Al que mucho se le
da, se le exigirá mucho» (12,39). Qué inspirador es escuchar a san Ambrosio,
quien piensa con el Evangelio: «Tú [rico] no das de lo tuyo al pobre [cuando
haces caridad], sino que le estás entregando lo que es suyo. Pues, la propiedad
común dada en uso para todos, la estás usando tu solo» (Naboth 12,53). Éste es el principio del destino universal de los
bienes, la base de la justicia económica y social, como también del bien
común”.
La peste que hoy ataca de nuevo, puso en evidencia los
egoísmos y las injusticias de sociedades completamente desiguales, equivalentes
a épocas del esclavismo o el feudalismo, que se creían superadas y que sin
embargo reaparecen bajo distintos ropajes y justificaciones baladíes, lo que
demuestra que las ideologías retrógradas continúan en vigencia.
Es de esperar que tras esta
pandemia se produzcan los cambios sociales anhelados y necesarios para
posibilitar sociedades más justas e igualitarias, en las que el hombre deje de
ser un esclavo moderno. Ya nada será igual al ayer, pero ¡ojo! que siempre el
gran capital se repuso para continuar acumulando
ganancias y bienes exorbitantes.
Hoy los grandes ricos se quejan anticipadamente y
derraman lágrimas de cocodrilo frente a una contribución especial a las grandes
fortunas, sobre dineros que fugaron al exterior y hasta despiden trabajadores,
como extorsión ante la menor posibilidad de tener que disminuir sus ganancias y
privilegios.
Cinco multimillonarios acumulan:
Paolo Rocca ................................ u$s 3.300 millones
Alejandro
Bulgheroni .................. u$s 2.700 millones
Marcos
Galperín ......................... u$s 2.400 millones
Alberto
Roemmers ...................... u$s 2.300 millones
Gregorio
Pérez Companc ............. u$s 1.700 millones
Esta otra cara de la pandemia, es la pandemia de las
desigualdades, en la que el 10% más rico se
apropió del 31,5% del ingreso nacional (según datos del cuarto trimestre del
año pasado), mientras que el 10% más pobre solo recibió el 1,7 %. Estos datos
no fueron extraídos de “El capital” de Karl Marx, sino que fueron
los publicados por el INDEC, que además rebeló que la mitad de los argentinos ocupados gana menos de 10.000 pesos por mes. ¡¡¡Vergüenza propia!!!
El gobierno debe ser firme en
aplicar un impuesto de emergencia a los grandes capitales, que además debiera
extenderse a las grandes cadenas de supermercados que en esta pandemia recogieron ganancias “en paladas”, y a los bancos que se
enriquecieron en la ruleta financiera de las Leliq, las Lebac y los intereses y
comisiones usurarios que cobraron por tarjetas y descubiertos.
De esta peste profundamente riesgosa puede surgir
un mundo, que no se sabe si será mejor o peor, lo que sí
es muy probable que sea diferente.
¡¡¡La peste mata, el capitalismo
también!!!
Hasta la Próxima
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