PORTÓN DE ACCESO AL ALBERGUE |
Una mano amiga y contenedora
para la gente en situación de calle
Una fachada decorada con diversos dibujos –una figura humana, flores, corazones, estrellas,
la Luna– sobre un fondo azul
nos da la bienvenida. Llegamos a la vieja casa de Rincón 675, en Balvanera,
que alberga la Obra de San José,
dependiente de los jesuitas. La misión central de la obra es la atención
psicosocial y espiritual de las personas en situación de calle para ayudarlas a
recuperar su dignidad, facilitarles su autonomía y su reinserción en la
sociedad.
Al lugar asisten 160 personas por día –mucho más hombres que mujeres– para desayunar y ducharse. La entidad funciona de lunes a sábados por
la mañana. El único requisito para ingresar es ser mayor de edad. Dentro de la
institución están prohibidos el consumo de drogas y alcohol, y los hechos de
violencia. Las duchas están disponibles tres días para los hombres –lunes, miércoles y viernes– y los otros tres días para las mujeres –martes, jueves y sábados–. Hay dos turnos de desayuno, el segundo
termina a las 9.30. Mientras desayunan van pasando a las duchas. Previamente,
en el llamado “kiosquito”, se les entregan
elementos de higiene personal como jabón, papel higiénico, shampú, toallas, maquinitas de afeitar. Los martes se los
provee de ropa según sus necesidades. En la obra funciona una panadería donde
se hace el pan que se consume diariamente en el desayuno.
Después de desayunar concurren a diversos talleres como Biblia y
Espiritualidad, dibujo y pintura, computación, panadería, mandalas. Este año se
van a incorporar musicoterapia y pintura en madera. Además, los usuarios editan
una revista llamada El faro de Rincón.
Para acceder a los talleres los interesados deben hablar con la trabajadora social,
se anotan y se confecciona una ficha con los datos de cada uno. Los talleres –que fomentan su creatividad y sus
habilidades– culminan a las
13 cuando los asistentes van a almorzar a algún comedor. “En general, a la gente le gustan los talleres, sobre todo en los que pueden expresarse como el de pintura. Computación es un
taller que gusta mucho porque es una herramienta de trabajo, a través de eso
pueden comunicarse con su familia, pueden buscar cosas, ver un montón de
situaciones y cosas que antes no conocían. El taller de cocina también les encanta
porque lo que cocinan después se puede vender entre los voluntarios o en las
misas del domingo en la Iglesia del Salvador”, expresa Araceli Baenninger, coordinadora
general de la obra desde hace siete años.
Entre quienes asisten a la institución hay muchos jóvenes que fueron
expulsados del núcleo familiar o lo abandonaron por decisión propia a raíz de
sus problemas de adicción. Otros perdieron su trabajo o vivían de hacer changas
y ahora no las tienen. También están quienes llegaron del interior y se encontraron
con la dura realidad de la Capital. La mayoría vive en la calle mientras que
otros están en pensiones del Gobierno de la Ciudad o en paradores. Cuando los
asistentes necesitan algo o tienen algún problema se anotan en recepción para
hablar con la trabajadora social. Luego, si hace falta, se los deriva a la
psicóloga.
EL SALÓN COMEDOR |
“Nosotros lo que tratamos es que puedan reconocer que estar en
situación de calle es grave, que no deberían mantenerlo mucho en el tiempo. La
calle misma lleva a estar peor, además de los peligros que genera. Entonces,
con el equipo, con la trabajadora social, lo que se intenta es reinsertarlos en
la comunidad, tratar de que aunque sea vayan a un parador, que saquen un
documento, que se atiendan si hace falta en algún hospital, es decir, empezar a
retomar aquella estructura que fueron perdiendo. Hay casos en que progresan,
sobre todo cuando la persona no está tan imbuida de la situación de calle. Por
eso es bueno que vengan a desayunar, que los conozcamos, porque uno ahí todavía
puede ayudarlos”,
señala Baenninger. En todo momento se propicia que los usuarios vuelvan a
valorar las normas y los hábitos, recuperen su autoestima y construyan lazos afectivos
y sociales con sus compañeros, los voluntarios y las autoridades de la
institución.
La obra dio sus primeros pasos en 1990 cuando, por iniciativa del
sacerdote jesuita Ángel Rossi, varios alumnos, ex alumnos y laicos del Colegio
e Iglesia del Salvador decidieron habilitar un pequeño salón contiguo a la
iglesia para ofrecer un desayuno caliente a las personas en situación de calle.
En 2001, debido al deterioro de los techos del templo, la entidad se mudó a la
casa donde funciona en la actualidad.
El staff está conformado por siete personas y hay cincuenta
voluntarios. La obra se solventa gracias a donaciones de particulares, ferias
de venta de ropa usada, eventos que se desarrollan en el Colegio del Salvador,
donaciones de instituciones y empresas, y la ayuda del Gobierno de la Ciudad en
los desayunos.
“La Obra de San José es una gran familia. Los usuarios están muy
agradecidos, siempre están con una sonrisa. Tratamos de que la gente pueda
encontrar un lugar que no tiene porque está en la calle. De golpe, puede llegar
acá y tener un desayuno caliente, un baño, una palabra de afecto, un voluntario
que lo recibe, alguien que lo contiene. Procuramos que sientan que se puede,
que hay esperanza, que a pesar de lo que están transitando, que es durísimo, la
vida vale la pena”,
manifiesta con emoción la coordinadora.
Laura Brosio
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