lunes, 30 de abril de 2018

Leyendas de Tandil - Cultura Pampa




La piedra movediza, el puma, el Sol y la Luna




Era el principio de los tiempos. El Sol y la Luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes, tan buenos y generosos como enormes eran. El Sol era el dueño de todo el calor y la fuerza del mundo; tanto era su poder que de sólo extender los brazos la tierra se inundaba de luz y de sus dedos prodigiosos brotaba el calor a raudales. Era el dueño absoluto de la vida y de la muerte. Ella, la Luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría y el silencio; de la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba. Andando por la tierra crearon la llanura: una inmensa extensión que cubrieron de pastos y de flores para hacerla más bella. Y la llanura era una lisa alfombra verde por donde los dioses paseaban con blandos pasos. Luego crearon las lagunas donde el Sol y la Luna se bañaban después de sus largos paseos.
Pero los dioses se cansaron de estar solos: y poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra. ¡Qué felices se sentían de verlos saltar y correr por sus dominios! Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo. Entonces fue cuando pensaron que alguien debía cuidar esos preciosos campos: y crearon a sus hijos, los hombres. Ahora ya podían regresar. Muy tristes se pusieron los hombres cuando supieron que sus amados padres los dejarían. Entonces el Sol les dijo:
–Nada debéis temer; ésta es vuestra tierra. Yo enviaré mi luz hasta vosotros, todos los días. Y también mi calor para que la vida no acabe.
Y dijo la Luna:
–Nada debéis temer; yo iluminaré levemente las sombras de la noche y velaré vuestro descanso.
Así pasó el tiempo. Los días y las noches. Era el tiempo feliz. Los indios se sentían protegidos por sus dioses y les bastaba mirar al cielo para saber que ellos estaban siempre allí enviándoles sus maravillosos dones. Adoraban al Sol y la Luna y les ofrecían sus cantos y sus danzas.
Un día vieron que el Sol empezaba a palidecer, cada vez más y más y más… ¿qué pasaba?, ¿qué cosa tan extraña hacía que su sonriente rostro dejara de reír? Algo terrible, pero que no podían explicarse, estaba sucediendo. Pronto se dieron cuenta que un gigantesco puma alado acosaba por la inmensidad de los cielos al bondadoso Sol. Y el Dios se debatía entre los zarpazos del terrible animal que quería destruirlo. Los indios no lo pensaron más y se prepararon para defenderlo.
Los más valientes y hábiles guerreros se reunieron y empezaron a arrojar sus flechas al intruso que se atrevía a molestar al Sol. Una, dos, miles y miles de flechas fueron arrojadas, pero no lograban destruir al puma, que, por el contrario, cada vez se ponía más furioso. Por fin uno dio en el blanco y el animal cayó atravesado por la flecha que entraba por el vientre y salía por el lomo. Sí, cayó, pero no muerto. Y allí estaba, extendido y rugiendo; estremeciendo la tierra con sus rugidos. Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban, asustados, desde lejos.
En tanto el Sol se fue ocultando poco a poco; había recobrado su aspecto risueño. Los indios le miraban complacidos y él les acariciaba los rostros con la punta de sus tibios dedos. El cielo se tiñó de rojo… se fue poniendo violeta... violeta… y poco a poco llegaron las sombras. Entonces salió la Luna. Vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo. Compadecida quiso acabar con su agonía. Y empezó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas y tan enormes que se fueron amontonando sobre el cuerpo hasta cubrirlo totalmente. Tantas y tan enormes que formaron sobre la llanura una sierra: la Sierra de Tandil. La última piedra que arrojó cayó sobre la punta de la flecha que todavía asomaba y allí se quedó clavada. Allí quedó enterrado, también, para siempre, el espíritu del mal, que según los indios no podía salir. Pero cuando el Sol paseaba por los cielos, se estremecía de rabia siempre con el deseo de atacarlo otra vez. Y al moverse hacía oscilar la piedra suspendida en la punta de la sierra.

https://tardecroaste.wordpress.com/2011/06/06/leyendas-de-tandil-cultura-pampa


Los Pampas propiamente dichos pertenecían al conjunto pámpido, conformado por distintos pueblos nómades y que hablaban diferentes lenguas, en especial los querandíes y tehuelches septentrionales. Eran altos y de muy buena complexión atlética. Solían pintar su rostro y cuerpo de diferentes colores; en invierno vestían el manto patagónico ("quillango"). Algunas parcialidades cubrían su cuerpo con arcilla mezclada con hierbas como defensa del sol y los mosquitos. Cazadores nómades de venados, ñandúes y guanacos. Eran grandes caminadores, antes de la utilización del caballo, la captura la realizaban a pie hasta cansar al animal, pasando en ello dos o tres días sin parar; no tomaban agua ni comían, sólo bebían la sangre de los animales que obtenían.
Para los Pampas, los sistemas de Tandilia y Ventania, ubicados al sudeste de la provincia de Buenos Aires, eran sitios que visitaban recurrentemente por los abundantes recursos que les ofrecían esos “oasis serranos”. En Tandil dos formaciones geológicas de gran antigüedad dieron lugar a leyendas que nos permiten conocer sus ideas cosmológicas: la piedra movediza y el centinela. El nombre Tandil se debería al nombre de un cacique indígena que habitaba en la zona, también se cuenta que había un río llamado así. Otros indican que sería una deformación de la lengua mapuche, siendo su significado “piedra que late”.

La piedra movediza: oscilaba sobre un despeñadero desafiando la ley de la gravedad. Esta mole de granito, cuyo peso estimado superaba las 385 toneladas, tenía la forma de una campana de aproximadamente cinco metros de diámetro y cuatro de altura. Lo más notable de ella era que se balanceaba continuamente, oscilando a razón de sesenta veces por minuto. Mantuvo su increíble equilibrio hasta el 29 de febrero de 1912, cuando cayó a la base del cerro, partiéndose en tres pedazos. Desde el año 2007 existe una réplica ubicada en el mismo lugar y es el mayor símbolo de la ciudad de Tandil.








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