de la plaza Primero de Mayo
Aproximadamente por los años 1940 un inmigrante portugués instaló la
calesita en la plaza Primero
de Mayo, que había sido
recientemente inaugurada el 14
de abril de 1928 en homenaje “Al Trabajo”, una obra
del escultor Ernesto Soto Avendaño (1886-1969). El lugar que fuera primero quinta y luego el Cementerio de los Disidentes (en
oposición al de Creyentes), fue el sitio elegido
para ubicar la primera calesita de Balvanera.
La calesita no sólo era
utilizada como su medio de vida, sino que también era su lugar de residencia, ya que pernoctaba sobre un colchón que guardaba en sobre
el cielorraso, junto a los cigüeñales, sacándolo por
las noches para dormir en el recinto.
Fue en la década del ´50 cuando Jorge
Vilas, que llevó sus calesitas por Munro, Villa Soldati, Villa del Parque y
Mar de Ajó, calesitero de profesión y también fabricante
de juguetes infantiles, comenzó a trabajar como empleado en el nuevo carrusel
fabricado por los hermanos Sequalino, que también fabricaban para Uruguay, Perú, Chile, Paraguay y Brasil. Cada calesita tenía un período de producción de alrededor de un mes y
funcionaban con energía eléctrica.
Con el tiempo, Jorge adquirió la calesita que hace funcionar todos los
días; cuenta que debido al robo de un caballo y
un león de madera, tallados a mano, decidió guardar las
figuras originales en su casa y cambiarlas por unas de fibra de vidrio, ya que estas figuras originales son muy codiciadas por
los anticuarios.
La temporada fuerte en Buenos Aires comienza en noviembre y perdura
hasta marzo, coincidiendo con las vacaciones escolares –reflexiona Jorge–, cada día son menos los chicos que se
interesan por las viejas calesitas, atraídos por entretenimientos más modernos y con las ventajas de los que, por ejemplo, funcionan
en los shoppings cerrados y climatizados.
La calesita cuenta con un piso de parquet sobre el que se alinean los elefantes,
bambis y burros que suben y bajan, autitos y otras figuras, en otras épocas
delicias del piberío más pequeño, mientras que los más grandecitos se interesaban
por “la sortija” para ganar una vuelta gratis, en
un duelo de destreza con el calesitero.
La música es otro complemento integrante del complejo, primeramente era de organito, luego de villancicos y finalmente
canciones infantiles. Jorge opina que lo más importante es ver la fascinación y
cómo se les ilumina el rostro a los chicos.
Sin embargo, hoy la calesita
económicamente apenas sirve “para pucherear”, ante el alto costo de la
electricidad y los impuestos, que se llevan la parte más sustanciosa del
entretenimiento, que año a año va cayendo en las predilecciones modernas.
Pero vale seguir adelante en este
divertimento, que además de poético guarda reminiscencias de un pasado que se
va escurriendo en los tiempos.
Así continúa llorando la calesita, con “su dolor de tango”, donde ya
no existen “esquinitas sombrías” como la soñaran Cátulo
Castillo y Marianito Mores, autores del tango inspirado justamente en esta histórica calesita de la placita
Primero de Mayo, un día desde el también histórico “Café de Los Angelitos” de Rivadavia y Rincón.
Un poco de historia:
La calesita, también conocida como carrusel, componente
fundamental de los barrios porteños, se fue extendiendo más allá de la avenida
General Paz.
No se puede establecer con precisión sus
antiguos orígenes, aunque fragmentados, se encuentran en tramos de la historia
universal. Establecer desde cuando existen las calesitas es un poco incierto.
Al parecer son de origen turco y fueron introducidas en Europa por las
Cruzadas. A través de grabados, pinturas, escritos y poemas se han encontrado
diversos testimonios de su existencia desde varios siglos atrás.
La versión más difundida la ubica en Constantinopla (la antigua
Bizancio), donde un enorme plato de madera con caballos del mismo material,
unidos a un palo central, giraba sobre sí mismo, con el nombre de “maringiak”.
Sin embargo, al decir de Facundo Cabral, “hasta que el pueblo las canta, las coplas,
coplas no son y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor”. En
algún momento entonces la calesita pasa a ser patrimonio del mundo, y por eso
se la conoce con diferentes nombres.
Apareció en Europa alrededor del año 1673, cuando Rafael Foliarte registró
la patente en Inglaterra. Bautizó su invento como “merry go round” (más o menos
como “vueltas alegres”). Rápidamente el juego se propagó por Francia, como uso
exclusivo de la aristocracia. En España se las conoció como “tiovivo”. Las
primeras calesitas giraban impulsadas por un caballo, pero alrededor de 1930
comenzaron a funcionar con un motor naftero y con el pasar del tiempo los
alcances técnicos lograron convertirlas en una de las diversiones preferidas de
la niñez.
La primera del país se instaló entre
1867 y 1870 en la plaza del Parque, hoy plaza Lavalle. Era de origen alemán y
luego llegó otra proveniente de Francia, sobre cuya ubicación no existen
antecedentes. La primera calesita fabricada en el país, en un taller ubicado en
la calle Moreno al 1600, se debió a Cirilo
Bourrel, francés y a Francisco Meri y De La Huerta, español,
que financió la obra: fue más o menos alrededor de 1891. Se instaló en la plaza
Vicente López y contaba con los corceles, chanchitos, cisnes y aviones, típicos
elementos de las calesitas en general.
Algunas llegaron a propulsarse
mediante el pedaleo de hasta quince de los propios clientes, una originalidad
diseñada en 1922 por Pedro Bourrel (hijo de Cirilo). Después vino la propulsión
a vapor, luego el motor a nafta y finalmente la electricidad.
Artesanos de origen italiano, Pascual, Miguel y Domingo Lasalvia (o La Salvia),
naturales de la provincia de Potenza, se dedicaron a construir los famosos
“carrousels” con organitos musicales. En 1870 llegaron a la Argentina y,
luthiers de profesión, estos hermanos serían los pioneros de la mayor atracción
de los chicos argentinos durante largos años: la calesita. Fundaron una empresa
que se llamó Carruseles Ultramodernos Argentinos Lasalvia (CUMA), que se dedicó
a la construcción masiva de calesitas. La primera de origen argentino fue encargada
en 1943 por la firma Sequalino Hnos., con fábrica en la calle Alvear 1045 de la
ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Esta calesita comenzó a funcionar ese
mismo año en un terreno ubicado en la esquina de Hidalgo y Rivadavia, barrio de
Caballito.
Esta empresa encargó la decoración de
la calesita al ebanista Ríspoli,
quien realizó figuras corpóreas como caballos en exposición, leones y burros.
Asimismo, talló en doce biombos de cedro policromado algunos temas circenses y
figuras de cuentos infantiles. En 1946 se trasladó al Jardín Zoológico, donde
alegró la infancia de los niños de la ciudad y de todos aquellos que visitaban
el famoso paseo. La famosa sortija,
que permitía al niño que lograba sacarla una vuelta gratis, fue un invento
argentino, como la birome y el dulce de leche. La idea, según cuentan viejos
calesiteros, fue tomada del famoso juego que realizaban o realizan los jinetes
campestres, ensartando la punta de una vara en una sortija que cuelga de una
cinta a determinada altura.
Hacia 1928 se creó la Unión
de Propietarios de Calesitas, que recién obtuvo la personería jurídica en 1955.
Muchas calesitas tenían un lugar fijo de instalación, pero debido al alto costo
de los alquileres algunas eran constantemente mudadas de un lugar a otro, y no
pocas deambulaban “en andas” por distintos huecos y baldíos deshabitados.
En el año 2007, la Ciudad de Buenos Aires
promulgó una Ley de Calesitas que las
protege de actos de vandalismo y se las instala en las plazas de la ciudad,
declarándolas patrimonio cultural porteño, con lo que logran perdurar alrededor de
55 calesitas.
Miguel Eugenio Germino
Fuentes:
--Agradezco la colaboración de Jorge Vilas.
--Periódico
Primera Página nº 63 de mayo de 1999.
--http://www.asociacioncalesitas.com.ar/historia.html
--http://www.enorsai.com.ar/cultura/5014-los-calesiteros-portenos-festejaron-por-primera-
vez-su-dia.html
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