LOS CORSOS BARRIALES COMO FIESTA PÒPULAR
LOS
CARNAVALES DEL BARRIO DE ALMAGRO
Como
periodista siempre me invade la curiosidad y me atrae aquella forma de vivir
tan distinta y distante de nuestros abuelos.
Este
año, como los anteriores,
las calles se llenarán de banderines, un escenario y varios músicos cantando sobre
él, pero el que conoce bien la historia de los carnavales es Pedro, vecino del
barrio, que todas las mañanas bien temprano, casi con “el guardián de la plaza
que abre sus puertas”, entra a la plaza Almagro, se sienta en un banco y contempla
a aquellas personas que comienzan a ingresar con sus perros, a los que caminan
o corren por la vereda, o a los transeúntes que pasan rápido por las calles de
la plaza para cortar camino y llegar rápido a las paradas de colectivos.
Hoy
me siento al lado suyo y le pregunto:
–Don Pedro, ¿cuántos años tiene?
–Soy de clase 1931 y nací en el
Hospital Durand, viví primero en Rivadavia y Quintino Bocayuva, luego me casé y
me mudé cerquita, acá en Perón al 4000.
Si
bien, lo más atractivo se encontraba en la Av. de
Mayo, cada barrio tenía lo suyo.
Mi
mamá nos preparaba los disfraces a mi hermana y a mí, una semana antes.
EL JUEGO DEL AGUA TODA UNA TRADICIÓN
Como
el sueldo de papá alcanzaba para los gastos y comida, mi madre (toda una
visionera, reciclaba elementos y objetos), le pedía al verdulero las bolsas de arpillera en donde venían las papas, y nos hacía, a
mí, un poncho a lo gaucho, las boleadoras las
hacía con dos baleros que teníamos en casa, los unía con un hilo y el sombrero
era la boina del abuelo.
Mi
hermana se disfrazaba de india, con un vestido, también hecho con las bolsas de
arpillera, la vincha un elástico y tres plumas del pobre plumero.
Ansiosos
esperábamos esos cuatro días de carnaval, teníamos cada uno un rociador lleno
de agua, salíamos a la calle, nos encontrábamos con nuestros amiguitos de la
cuadra y comenzábamos una batalla acuática campal.
Mientras
mis padres y los de mis compañeros se quedaban sentados en la verada con la
pava y el matecito.
Siempre
se escuchaba gritar: “Cuidado no mojen para este lado”. –¡Sí claro, como si pudiésemos calcular el trayecto de
nuestros disparos de agua! – gritábamos al unísono.
Eso
sí, a cada rato parábamos para cargar las municiones, entonces mamá iba hasta
la pileta del patio y llenaba nuestros rociadores, mientras nosotros nos
abastecíamos con las riquísimas galletitas caseras de miel y naranja que nos
traía la abuela.
No
había discusiones, malos tratos, clases sociales, todos éramos iguales, niños
felices jugando en la calle, hasta dábamos la vuelta manzana para atacar a la
banda de la vuelta.
Lo
único que mi padre nos recalcaba era: “No crucen la calle”, y eso que pasaban
tres autos cada media hora.
–¿Y la música?, le pregunté.
–No, solo jugábamos y nos reíamos,
mientras los mayores conversaban.
–¡Qué hermosos momentos! le contesté, y me fui, mientras observaba a Pedro
mirar fijo hacia un punto, mientras alguna que
otra lágrima se deslizaba sobre sus mejillas.
No
sabré si lloraba porque los carnavales de antes eran mejores que los de ahora, o por si pensaba en sus padres y hermana
que ya no están.
Periodista
1 comentario:
Hermoso. A mí también se me cayó una lágrima al recordar esos momentos. Gracias por el recuerdo
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