EDITORIAL
AL Nº 269
Pasaron
las elecciones de medio término del 22 de octubre con un resultado que le dio a
Macri, a su equipo de CEOs, a los grupos de poder concentrados, a los
medios hegemónicos y a la corporación judicial (totalmente desbocada), un importante
triunfo, afianzándose en el parlamento con una primera minoría que le permitirá
bloquear toda reacción opositora.
Una
oposición fragmentada con un grupo duro y otro temeroso en muchos casos; a modo
de ejemplo vale recordar las congratulaciones de Massa (el gran derrotado) la
misma noche del 22 de octubre reafirmando que seguirá colaborando con el
oficialismo. Se espera a futuro una enérgica reconfiguración del escenario
partidario.
La
capital, la provincia de Buenos Aires y 13 de los 23 distritos electorales se
tiñeron de amarillo, a pesar de la agresiva política neoliberal y anti obrera
inaugurada el 10 de diciembre de 2016. Se avecinan tiempos difíciles para las
fuerzas democráticas, progresistas y trabajadoras.
El
votante, conscientemente o no, será el responsable de lo que pueda suceder en
los próximos dos años que restan de un gobierno neoliberal, que vino para ocasionar
la más frenética desigualdad social, y ahora, agrega el presidente, para
eliminar obstáculos, el “desaparecer a 562 argentinos indeseables”.
“Son 562 los argentinos que frenan el cambio en
el país” –había amenazado Macri antes de las elecciones, en charlas
privadas–, quienes
merecen “ser enviados en un cohete a la
luna”. “Una lista bastante acotada, por cierto”, completó.
“Mandar a la luna”, donde no
hay vida, significa literalmente
“eliminar” “desaparecer” –terminología
ésta utilizada por la dictadura–, una desacertada reflexión que debe preocupar, sin embargo
los medios complacientes la mantienen eclipsada con su manto de impunidad y
protección que los implica.
Falta saber qué hará Macri los
próximos meses, si continuará con el ajuste salvaje o moderará los “cambios”. ¡¡¡Hasta cuándo
aguantará el país y fundamentalmente sus habitantes para subsistir con una
política que apunta a un triste final anunciado: el default y el
retorno indefectible al aciago diciembre del año 2001!!!
Vale recordar
aquel año funesto de Cavallo, “el del corralito” y “del que se vayan todos”, con
14 muertos en Plaza de Mayo y la huida de De la Rúa en
helicóptero, que costó catorce años recuperar; sin
embargo aquel fantasma asoma a la superficie anunciando su “vuelta”, ya sea en
persona como en ideas.
Uno de
los problemas más acuciantes del momento es la total concentración de poder en
escasas manos y grupos, lo que deja huérfana la posibilidad de reacción de un
pueblo, que por otro lado se encuentra además de jaqueado, sometido a un
“control extorsivo” de todos sus actos y movimientos.
La
libertad se convierte en utopía, en “un miedo a ejercerla”, que aunque en
teoría pueda hacerlo, en la práctica se autocensura y auto reprime. El país se
encuentra ante una libertad rigurosamente vigilada, una libertad peligrosa.
Gran
parte de la oposición a su vez también se encuentra sometida a las mismas condiciones,
y a quienes no se logra doblegar con la “billetera”, se lo hace por medio de la
coacción (el conocido carpetazo), y hay también aquellos que se sienten
gratificados de ser serviles a un proyecto ajeno, a un proyecto neoliberal,
bendecido desde los grandes centros mundiales de poder.
Hace 16
años el país se vio sumergido en violentos episodios callejeros, estado de
sitio y la peor crisis económica y social de la historia reciente, cuando el 20
de diciembre de 2001, De la Rúa abandonó la casa de Gobierno. “Renuncié porque la realidad me superaba”, había admitido con
descaro el radical, mientras el país se incendiaba.
Argentina
vivía el final del modelo de paridad cambiaria peso-dólar y de apertura sin
freno de la economía al mercado externo, con una recesión que terminó en
saqueos, muertos, la caída del gobierno, 5 presidentes en 12
días de caos y la mayor moratoria de una deuda soberana de casi 100 mil
millones de dólares.
Hoy, lamentablemente, se vislumbra otra vez la
sombra de aquellos días, tras la figura de uno de los máximos responsables,
Domingo Cavallo, que reaparece desde la triste historia y se arroga el papel de
maestro de los cachorros que hoy manejan la economía como lobos devoradores, en
un país gobernado por el más ultra liberalismo atendido por sus propios dueños: los
CEOs de los grandes monopolios. Aumenta la deuda en pesos y en dólares a un
ritmo infernal, hipotecando la vida de futuras generaciones. La industria no
detiene la expulsión de trabajadores calificados, la red de protección social
se debilita licuando programas, la carestía hace estragos, con un 30% de
inflación en este año para los sectores de menores ingresos, se maquinan nuevos
tarifazos, se reduce la cobertura a jubilados, los empleos que se crean son precarios, la
fuga de capitales tiene niveles de máxima intensidad, sólo falta esperar ¿cuándo explota?
El marketing de la inmensa
red oficial de propaganda pública y privada logró su objetivo de “convencer”, por
omisión o confusión, a una gran mayoría del pueblo argentino que votó “un
cambio”, el que nunca ocurrió desde la asunción de Cambiemos.
“Yo estoy acá porque ustedes lo han decidido”, sentenció Macri la noche del
22, bailando, festejando, entre globos y papelitos de colores, agradeciendo al
electorado.
En esta
oportunidad nadie puede llamarse a engaño, una importante mayoría refrendó con
el sufragio esta política de ajuste implementada el 10 de diciembre de 2015, consintiendo
a su agudización, a los nuevos tarifazos que se vienen, a las
“reformas” laboral, previsional, tributaria, educativa y política, al continuo
endeudamiento sin límites, mientras se llevan el oro del Banco Central a
Londres en garantía, como en las mejores épocas del cipayismo de Rivadavia y
Roca, en un mundo que marcha a una concentración derechista, crispada en muchos
casos por crecientes casos de xenofobia.
Sin embargo queda un
consuelo: “no hay mal que dure 100 años”, salvo, claro
está, el bono a ese plazo por u$s 2.750 millones.
Hasta la próxima
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