Federico García Lorca: a 85 años de su asesinato
por el fascismo de la España franquista
18 de agosto de 1936 – 18 agosto de 2021
“No te conoce el toro ni
la higuera,
BIEGRAFIA
Federico
García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino Víznar a Alfacar,
1936). Poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27.
Junto
a un grupo de intelectuales granadinos funda en 1928 la revista Gallo, de la
que sólo salen 2 ejemplares. En 1929 viaja a Nueva York, plasmando este viaje
en Poeta en Nueva York, que se publicaría ya fallecido el autor en 1940. Dos
años después funda el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el
teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro.
En cuanto a su labor teatral, Lorca emplea rasgos líricos, míticos y simbólicos, y recurre tanto a la canción popular como a la desmesura calderoniana o al teatro de títeres. En su teatro lo visual es tan importante como lo lingüístico, y predomina siempre el dramatismo.
En
la actualidad Federico García Lorca es el poeta español más leído de todos los
tiempos y el 11 de noviembre de 2008 la Biblioteca del Instituto Cervantes de
Tokio es inaugurada con el nombre de Federico García Lorca.
LA COGIDA Y LA MUERTE
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde,
a
las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a
las cinco de la tarde.
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde.
a
las cinco de la tarde,
a
las cinco de la tarde.
¡Eran
las cinco en todos los relojes!
¡Eran
las cinco en sombra de la tarde!
LA
SANGRE DERRAMADA
¡Que
no quiero verla!
que
no quiero ver la sangre
de
Ignacio sobre la arena.
caballo
de nubes quietas,
y
la plaza gris del sueño
con
sauces en las barreras
¡Avisad
a los jazmines
con
su blancura pequeña!
pasaba
su triste lengua
sobre
un hocico de sangres
derramadas
en la arena,
y
los toros de Guisando,
casi
muerte y casi piedra,
mugieron
como dos siglos
hartos
de pisar la tierra.
¡Que no quiero verla!
Por
las gradas sube Ignacio
con
toda su muerte a cuestas.
Buscaba
el amanecer,
y
el amanecer no era.
Busca
su perfil seguro,
y
el sueño lo desorienta.
Buscaba
su hermoso cuerpo
y
encontró su sangre abierta.
¡No
me digáis que la vea!
No
quiero sentir el chorro
cada
vez con menos fuerza;
ese
chorro que ilumina
los
tendidos y se vuelca
sobre
la pana y el cuero
de
muchedumbre sedienta.
¡Quién
me grita que me asome!
¡No
me digáis que la vea!
No
se cerraron sus ojos
cuando
vio los cuernos cerca,
pero
las madres terribles
levantaron
la cabeza.
Y
a través de las ganaderías,
hubo
un aire de voces secretas
que
gritaban a toros celestes,
mayorales
de pálida niebla.
No
hubo príncipe en Sevilla
que
comparársele pueda,
ni
espada como su espada,
ni
corazón tan de veras.
Como
un río de leones
su
maravillosa fuerza,
y
como un torso de mármol
su
dibujada prudencia.
Aire
de Roma andaluza
le
doraba la cabeza
donde
su risa era un nardo
de
sal y de inteligencia.
¡Qué
gran torero en la plaza!
¡Qué
gran serrano en la sierra!
¡Qué
blando con las espigas!
¡Qué
duro con las espuelas!
¡Qué
tierno con el rocío!
¡Qué
deslumbrante en la feria!
¡Qué
tremendo con las últimas
banderillas
de tiniebla!
Pero
ya duerme sin fin.
Ya
los musgos y la hierba
abren
con dedos seguros
la
flor de su calavera.
Y
su sangre ya viene cantando:
cantando
por marismas y praderas,
resbalando
por cuernos ateridos
vacilando
sin alma por la niebla,
tropezando
con miles de pezuñas
como
una larga, oscura, triste lengua,
para
formar un charco de agonía
junto
al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh
blanco muro de España!
¡Oh
negro toro de pena!
¡Oh
sangre dura de Ignacio!
¡Oh
ruiseñor de sus venas!
No.
que
no hay golondrinas que se la beban,
no
hay escarcha de luz que la enfríe,
no
hay canto ni diluvio de azucenas,
no
hay cristal que la cubra de plata.
No.
CUERPO
PRESENTE
La
piedra es una frente donde los sueños gimen
sin
tener agua curva ni cipreses helados.
La
piedra es una espalda para llevar al tiempo
con
árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo
he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando
sus tiernos brazos acribillados,
para
no ser cazadas por la piedra tendida
que
desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque
la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos
de alondras y lobos de penumbra;
pero
no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino
plazas y plazas y otras plazas sin muros.
Ya
está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya
se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la
muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y
le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya
se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El
aire como loco deja su pecho hundido,
y
el Amor, empapado con lágrimas de nieve
se
calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué
dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos
con un cuerpo presente que se esfuma,
con
una forma clara que tuvo ruiseñores
y
la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
¿Quién
arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí
no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni
pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí
no quiero más que los ojos redondos
para
ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo
quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los
que doman caballos y dominan los ríos;
los
hombres que les suena el esqueleto y cantan
con
una boca llena de sol y pedernales.
Aquí
quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante
de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo
quiero que me enseñen dónde está la salida
para
este capitán atado por la muerte.
Yo
quiero que me enseñen un llanto como un río
que
tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para
llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin
escuchar el doble resuello de los toros.
Que
se pierda en la plaza redonda de la luna
que
finge cuando niña doliente res inmóvil;
que
se pierda en la noche sin canto de los peces
y
en la maleza blanca del humo congelado.
No
quiero que le tapen la cara con pañuelos
para
que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete,
Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme,
vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
ALMA
AUSENTE
No
te conoce el toro ni la higuera,
ni
caballos ni hormigas de tu casa.
No
te conoce el niño ni la tarde
porque
te has muerto para siempre.
No
te conoce el lomo de la piedra,
ni
el raso negro donde te destrozas.
No
te conoce tu recuerdo mudo
porque
te has muerto para siempre.
El
otoño vendrá con caracolas,
uva
de niebla y monjes agrupados,
pero
nadie querrá mirar tus ojos
porque
te has muerto para siempre.
Porque
te has muerto para siempre,
como
todos los muertos de la Tierra,
como
todos los muertos que se olvidan
en
un montón de perros apagados.
No
te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo
canto para luego tu perfil y tu gracia.
La
madurez insigne de tu conocimiento.
Tu
apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La
tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará
mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un
andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo
canto su elegancia con palabras que gimen
y
recuerdo una brisa triste por los olivos.
2
Soneto de la guirnalda de rosas
¡Esa
guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡Teje
deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta!
que
la sombra me enturbia la garganta
y
otra vez viene y mil la luz de enero.
Entre
lo que me quieres y te quiero,
aire
de estrellas y temblor de planta,
espesura
de anémonas levanta
con
oscuro gemir un año entero.
Goza
el fresco paisaje de mi herida,
quiebra
juncos y arroyos delicados.
Bebe
en muslo de miel sangre vertida.
Pero
¡pronto! Que unidos, enlazados,
boca
rota de amor y alma mordida,
el
tiempo nos encuentre destrozados.
3
Soneto de la dulce queja
Tengo
miedo a perder la maravilla
de
tus ojos de estatua, y el acento
que
de noche me pone en la mejilla
la
solitaria rosa de tu aliento.
Tengo
pena de ser en esta orilla
tronco
sin ramas; y lo que más siento
es
no tener la flor, pulpa o arcilla,
para
el gusano de mi sufrimiento.
Si
tú eres el tesoro oculto mío,
si
eres mi cruz y mi dolor mojado,
si
soy el perro de tu señorío,
no
me dejes perder lo que he ganado
y
decora las aguas de tu río
con
hojas de mi otoño enajenado.
4
La casada infiel
Y
que yo me la lleve al río
creyendo
que era mozuela,
pero
tenía marido.
Fue
la noche de Santiago
y
casi por compromiso.
Se
apagaron los faroles
y
se encendieron los grillos.
En
las últimas esquinas
toqué
sus pechos dormidos,
y
se me abrieron de pronto
como
ramos de jacintos.
El
almidón de su enagua me
sonaba
en el oído,
como
una pieza de seda
rasgada
por diez cuchillos
Sin
luz de plata en sus copas
los
árboles han crecido,
y
un horizonte de perros
ladra
muy lejos del río.
Pasadas
las zarzamoras,
los
juncos y los espinos,
bajo
su mata de pelo
hice
un hoyo sobre el limo.
Yo
me quité la corbata.
Ella
se quitó el vestido.
Yo
el cinturón con revólver
Ella
sus cuatro corpiños.
Ni
nardos ni caracolas
tienen
el cutis tan fino,
ni
los cristales con luna
relumbran
con ese brillo.
Sus
muslos se me escapaban
como
peces sorprendidos,
la
mitad llenos de lumbre,
la
mitad llenos de frío.
Aquella
noche corrí
el
mejor de los caminos,
montado
en potra de nácar
sin
bridas y sin estribos.
No
quiero decir, por hombre,
las
cosas que ella me dijo.
La
luz del entendimiento
me
hace ser muy comedido.
Sucia
de besos y arena,
yo
me la lleve del río.
Con
el aire se batían las
espadas
de los lirios.
Me
porté como quien soy.
Como
un gitano legítimo.
La
regalé un costurero
grande
de raso pajizo,
y
no quise enamorarme
porque
teniendo marido
me
dijo que era mozuela
cuando
la llevaba al río.
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