lunes, 2 de octubre de 2017

EL ADOQUINADO DE BUENOS AIRES

EL ADOQUINADO DE BUENOS AIRES Y UN POCO DE HISTORIA






Hace algunas semanas los adoquines volvieron a ser noticia en Buenos Aires. Esta vez fueron taparon con asfalto en Guardia Vieja entre Billinghurst y Sánchez de Bustamante, sumándose a los tantos otros casos que se producen periódicamente en la Ciudad, donde el adoquín es levantado y sustituido por asfalto y el destino final de los mismos es incierto.
De las 26.000 cuadras que tiene la Ciudad, unas 4.000 todavía mantienen el viejo empedrado como una forma de reivindicar al adoquín como signo de porteñidad.
Las primeras referencias recuerdan que cuando faltaban 30 años para el final del siglo XVIII, el Cabildo porteño dispuso que se trajeran piedras desde la isla Martín García para cubrir algunas calles. La elección tenía que ver con el origen del lugar: la isla es un conjunto rocoso del Macizo de Brasilia, cuya antigüedad se calcula en millones años. Con ellas se armaron los primeros empedrados. A mediados del siglo XIX los adoquines llegaban de Gran Bretaña (provenían de canteras de Irlanda y Gales) como lastre de los barcos que después llevaban granos a Europa.
Aquellas piezas eran de una piedra sólida y compacta que después se colocaba sobre un lecho de tierra y arena. Pero su alto costo hizo que se pensara en opciones más económicas. Entonces se volvió a recurrir a los de Martín García y también empezó una explotación específica en Tandil. Este lugar iba a ser clave para el adoquinado de Buenos Aires. Así, a inicios del siglo XX, desde allí llegaban miles de toneladas de adoquines para cubrir las muchas calles de tierra de la Ciudad.
La producción estaba a cargo de obreros especializados, predominaban los inmigrantes italianos, aunque luego se sumaron muchos españoles y yugoslavos, que soportaban duras jornadas de trabajo. Cada hombre podía producir por día unos 250 adoquines de 20 por 15 cm. Esos eran los más grandes. También estaban los conocidos como granitullo (de 10 por 10 cm) y la producción diaria oscilaba entre las 900 y 1.000 piezas. Para los cordones se usaban piedras que medían entre 70 y 120 cm de largo, por 40 de alto y unos 17 o 18 cm de espesor.
Entre los obreros encargados de producirlos en las canteras de Tandil –la principal era la del cerro Leonés, pero también estaban los de La Movediza, Vicuña, Aurora y Azucena–, había unas 15 especialidades: entre los más conocidos estaban los picapedreros; los barrenistas; los marroneros (porque para partir las piedras usaban una maza de 10 kilos denominada “marrón”); los patarristas (eran los que agujereaban la piedra para colocar dinamita) y los zorreros (que manejaban las zorras que bajaban la piedra desde los cerros). El corte de los picapedreros era algo artesanal, previo estudio de la veta, usaban una maza de 4 kilos, además de herramientas como cuñas y escarpelos. Tras el corte, llegaba el trabajo del refrendador que se encargaba de perfeccionarlo. Aquel era un oficio milenario y la explotación de esos obreros generó fuertes conflictos gremiales con huelgas por mejores condiciones de trabajo. La más extensa ocurrió en 1908, que por un tiempo dejó sin stock de adoquines a la Ciudad.
Al igual que los rieles de los tranvías, los adoquines representan un inconfundible símbolo de porteñidad y son patrimonio cultural de la Ciudad, según establece la Ley 4.806/13. Sin embargo, todo parece indicar que tienen sus horas contadas: en los próximos días, el Gobierno de la Ciudad estaría en condiciones de presentar en la Legislatura un proyecto de ley que tendrá como eje el retiro paulatino de los adoquines de unas 5 mil cuadras que aún quedan adoquinadas en la ciudad, tarea que recaería sobre el Ministerio de Ambiente y Espacio Público.
Entre las razones que se barajan para impulsar esta iniciativa, se destaca la cantidad de parches que presentan algunas calles adoquinadas y la reducción de costos que implica asfaltar una calle en lugar de reemplazarlos o repararlos: reparar una calle adoquinada sería nueve veces más caro que desparramar asfalto sobre la superficie, aseguran fuentes del sector, claro que no colocan en la balanza la durabilidad. Otro problema que surge es la falta de artesanos especializados o de operarios que sepan cómo colocarlos, cosa que tampoco está suficientemente chequeado.
El futuro proyecto de ley contemplaría también un posible destino para los adoquines removidos, ya que la ley vigente no lo especifica. Si bien algunos de ellos ya se reubicaron en plazas y espacios públicos de los barrios Cildáñez y Fátima, en el sur porteño; y en algunas calles de las villas 21-24 y 31, según varias denuncias de organizaciones vecinales muchos otros fueron comercializados a través de internet o utilizados en barrios cerrados del conurbano bonaerense, aunque se desconoce el destino de la mayoría.
Además del valor patrimonial, los adoquines son de gran utilidad para drenar el agua de la lluvia, son reductores naturales de velocidad de los autos y, durante las noches de verano, disminuyen las temperaturas, lo que permite ahorrar energía. Por ello cunde el alerta para quienes “no dan puntada sin hilo. Todo es negocio, y los adoquines un negocio doble, baste ver la oferta de éstos en Mercado Libre, y en comercios especializados…
¿De dónde los sacarán?

                                                                 Marta Romero









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