EL ADOQUINADO DE BUENOS AIRES Y UN POCO
DE HISTORIA
Hace
algunas semanas los adoquines volvieron a ser noticia en Buenos Aires. Esta
vez fueron taparon con asfalto en Guardia Vieja entre Billinghurst y Sánchez de
Bustamante, sumándose a los tantos otros casos que
se producen periódicamente en la Ciudad, donde el
adoquín es levantado y sustituido por asfalto y el destino final de los mismos
es incierto.
De las 26.000 cuadras que tiene la
Ciudad, unas 4.000 todavía mantienen el viejo empedrado como una forma de reivindicar
al adoquín como signo de porteñidad.
Las primeras referencias recuerdan que
cuando faltaban 30 años para el final del siglo XVIII, el Cabildo porteño
dispuso que se trajeran piedras desde la isla Martín García para cubrir algunas
calles. La elección tenía que ver con el origen del lugar: la isla es un
conjunto rocoso del Macizo de Brasilia, cuya antigüedad se calcula en millones
años. Con ellas se armaron los primeros empedrados. A mediados del siglo XIX los
adoquines llegaban de Gran Bretaña (provenían de canteras de Irlanda y Gales)
como lastre de los barcos que después llevaban granos a Europa.
Aquellas piezas eran de una piedra
sólida y compacta que después se colocaba sobre un lecho de tierra y arena.
Pero su alto costo hizo que se pensara en opciones más económicas. Entonces se
volvió a recurrir a los de Martín García y también empezó
una explotación específica en Tandil. Este lugar iba a ser clave para el
adoquinado de Buenos Aires. Así, a inicios del siglo XX, desde allí llegaban miles de toneladas de adoquines para cubrir las
muchas calles de tierra de la Ciudad.
La producción estaba a cargo de obreros
especializados, predominaban los inmigrantes italianos, aunque luego se sumaron
muchos españoles y yugoslavos, que soportaban duras jornadas de trabajo. Cada
hombre podía producir por día unos 250 adoquines de 20 por 15 cm. Esos eran los
más grandes. También estaban los conocidos como granitullo (de 10 por 10 cm) y
la producción diaria oscilaba entre las 900 y 1.000 piezas. Para los cordones
se usaban piedras que medían entre 70 y 120 cm de largo, por 40 de alto y unos
17 o 18 cm de espesor.
Entre los obreros encargados de producirlos
en las canteras de Tandil –la principal era la del cerro Leonés, pero también estaban los de La Movediza, Vicuña, Aurora y Azucena–, había
unas 15 especialidades: entre los más conocidos estaban los picapedreros; los
barrenistas; los marroneros (porque para partir las piedras usaban una maza de
10 kilos denominada “marrón”); los patarristas (eran los que agujereaban
la piedra para colocar dinamita) y los zorreros (que
manejaban las zorras que bajaban la piedra desde los cerros). El corte de los picapedreros era algo artesanal, previo estudio de la veta, usaban
una maza de 4 kilos, además de herramientas como cuñas y escarpelos. Tras el corte, llegaba el trabajo del refrendador que se encargaba de
perfeccionarlo. Aquel era un oficio milenario y la explotación de esos obreros
generó fuertes conflictos gremiales con huelgas por mejores condiciones de
trabajo. La más extensa ocurrió en 1908, que por un tiempo dejó sin stock de adoquines
a la Ciudad.
Al
igual que los rieles de los tranvías, los adoquines representan un inconfundible
símbolo de porteñidad y son patrimonio
cultural de la Ciudad, según
establece la Ley 4.806/13. Sin
embargo, todo parece indicar que tienen sus horas contadas: en los próximos
días, el Gobierno de la Ciudad estaría en condiciones de presentar en la
Legislatura un proyecto de ley que tendrá como eje el retiro paulatino de los
adoquines de unas 5 mil cuadras que aún quedan adoquinadas en la ciudad, tarea que
recaería sobre el Ministerio de Ambiente y Espacio Público.
Entre
las razones que se barajan para impulsar esta iniciativa, se destaca la
cantidad de parches que presentan algunas calles adoquinadas y la reducción de
costos que implica asfaltar una calle en lugar de reemplazarlos o
repararlos: reparar una calle adoquinada sería nueve veces más caro que
desparramar asfalto sobre la superficie, aseguran fuentes del sector, claro
que no colocan en la balanza la durabilidad. Otro problema que surge es la
falta de artesanos especializados o de operarios que sepan cómo colocarlos,
cosa que tampoco está suficientemente chequeado.
El
futuro proyecto de ley contemplaría también un posible destino para los
adoquines removidos, ya que la ley vigente no lo especifica. Si bien algunos de
ellos ya se reubicaron en plazas y espacios públicos de los barrios Cildáñez y
Fátima, en el sur porteño; y en algunas calles de las villas 21-24 y 31, según
varias denuncias de organizaciones vecinales muchos otros fueron
comercializados a través de internet o utilizados en barrios cerrados del
conurbano bonaerense, aunque se desconoce el destino de la mayoría.
Además
del valor patrimonial, los adoquines son de gran utilidad para drenar
el agua de la lluvia, son reductores naturales de velocidad de los autos y,
durante las noches de verano, disminuyen las temperaturas, lo que permite
ahorrar energía. Por ello cunde el alerta para quienes “no
dan puntada sin hilo”. Todo es negocio, y los adoquines un negocio doble, baste ver
la oferta de éstos en Mercado Libre, y en comercios especializados…
¿De
dónde los sacarán?
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