La madera y el arte, unidos por una vocación profunda
SALVADOR CON SU MASCOTA |
Salvador González Tosar llega al
taller trayendo una silla señorial para reparar y acepta tomarse una foto. Su
“idilio” con la madera comenzó cuando tenía doce años y su abuelo carpintero le
enseñó las nociones básicas del oficio en su España natal. Después aprendió con
un maestro en su pueblo, Parada del Rey, en Galicia, hasta que –como miles de sus
compatriotas- en 1952, a los 18, vino a radicarse a nuestro país. Aquí continuó
formándose en una escuela de Diseño Contemporáneo y en la Asociación Estímulo
de las Bellas Artes; también estudió Dibujo. Así fue perfeccionándose y se
convirtió en un gran carpintero, ebanista, tallador y restaurador de muebles,
perteneciente a esa generación que priorizaba lo artesanal por encima de lo
económico.
Con
82 años a cuestas, este hombre desgarbado y humilde continúa trabajando solo en
un amplio taller ubicado en la parte delantera
de una casa centenaria que ocupa una superficie de 1200 m², en Balvanera, en Moreno al 2200. Es el
mismo lugar en el que se instaló hace seis décadas y que, con el transcurso del
tiempo, devino en una extensión de su morada. “Esta propiedad era la cochera de
un presidente, después se remató y la compró en $300 un familiar mío que ya
falleció. Siempre estuve en Balvanera, es un barrio que me gusta mucho, que
quiero mucho, donde viví y tuve a mi familia. También aprecio a la gente de la
zona, tengo muchos clientes acá”, expresa con sencillez.
Su
taller constituye una verdadera reliquia. Lo recorremos guiados por el
carpintero mientras su fiel compañera -una hermosa y cariñosa gata gris- nos
sigue a sol y a sombra. Se ven impresionantes montañas de madera de todo tipo, muebles
a medio hacer, herramientas tradicionales –algunas fabricadas por él mismo-, restos
de selectos muebles antiguos, ocho viejas máquinas, compradas hace añares y que
en la actualidad ya no existenen el mercado. Casi no queda espacio para
circular, tenemos miedo de tropezarnos en ese maremágnum. El lugar conserva los
resabios de un incendio ocurrido hace aproximadamente quince años. En ese
momento González Tosar contaba con nada menos que doce colaboradores, que se
retiraron después del triste suceso. El ebanista se vio obligado a empezar de
cero pero juntó fuerzas y –gracias a un dinero ahorrado- pudo ir rearmando todo
y retomar su actividad.
En
el taller, nuestro entrevistado dicta clases de carpintería desde hace muchos
años. Tiene seis alumnos que asisten una vez por semana, de 18 a 21. Al
respecto, comenta: “Como docente me siento muy bien porque es lindo que a uno le digan
‘maestro’, ¿no? Hubo varios alumnos extranjeros que consiguieron trabajo, pusieron
taller. Les enseño el oficio en sí y la forma de atender a un cliente: cómo se
hace un proyecto, cómo se presenta, el diseño. Los alumnos vienen con mucho
entusiasmo y alegría, y a mí me respetan mucho. Es gente de primera, tienen
mucho interés en la actividad. Después de su jornada laboral, vienen y están
tres horas manejando madera para hacer la pata de un mueble o el respaldo de
una silla. También colaboran conmigo en algunos trabajos”.
SALVADOR EN PLENA FAENA |
El
ebanista reniega de la carpintería actual, a la que considera “comercial” y en
manos de comerciantes. Concibe a su oficio como un arte y trabaja en
consecuencia: realiza muebles distinguidos, delicados, elaborados. Los clientes
que tiene son de larga data y piden cosas refinadas. Por eso, a sus alumnos les
enseña estilo y les trasmite su importancia. “Si falta el estilo, la
carpintería se reduce a cortar madera con una máquina, con un hacha. El
resultado es un mueble sin arte, sin nada. El mueble tiene que tener esa belleza
que haga que el cliente se sienta feliz cuando lo lleva a su casa, que lo
disfrute. Ahora la mayoría de la gente compra un mueble que está hecho, aunque
no sea lindo ni se adapte al ambiente, lo pone ahí y listo. No le interesa la
parte técnica, que el mueble deje espacio para circular y embellezca el lugar”,
afirma con convicción.
Hoy
quedan pocos colegas de la “vieja guardia”, aquellos que reivindican el aspecto
estético, González Tosar sentencia tajante que la carpintería no va a
desaparecer, va a seguir porque el ser humano valora el arte, lo auténtico, lo
genuino. Al mismo tiempo remarca que, para alcanzar esa excelencia, la
formación es fundamental, ya que no se aprende mágicamente. Se lamenta de que
en los institutos de carpintería actuales se imparta pura teoría y no se
promueva el contacto directo del alumno con la madera como él lo hace en su
escuela.
Aunque
admite que no tiene la energía de antes, asegura que dejará de trabajar sólo
cuando su físico le diga “basta”. A viva voz manifiesta su gratitud y vocación
por la actividad: “Yo le debo mucho a la carpintería, pude ganar dinero, comprar
propiedades. El oficio me apasionó siempre porque si no, me hubiera dedicado al
comercio con el que hubiera ganado mucho más y no hubiera tenido que luchar tanto.
Hoy se puede subsistir con la carpintería pero hay que trabajar mucho, hay que
ser muy honesto porque si uno hace un proyecto, lo tiene que cumplir al pie de
la letra, no hacer algo que no sirva. El trabajo tiene que estar bien terminado
para que el cliente lo vuelva a llamar”.
Laura Brosio
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