martes, 2 de junio de 2015

UN CARPINTERO LLAMADO SALVADOR





La madera y el arte, unidos por una vocación profunda


SALVADOR CON SU MASCOTA



Salvador González Tosar llega al taller trayendo una silla señorial para reparar y acepta tomarse una foto. Su “idilio” con la madera comenzó cuando tenía doce años y su abuelo carpintero le enseñó las nociones básicas del oficio en su España natal. Después aprendió con un maestro en su pueblo, Parada del Rey, en Galicia, hasta que –como miles de sus compatriotas- en 1952, a los 18, vino a radicarse a nuestro país. Aquí continuó formándose en una escuela de Diseño Contemporáneo y en la Asociación Estímulo de las Bellas Artes; también estudió Dibujo. Así fue perfeccionándose y se convirtió en un gran carpintero, ebanista, tallador y restaurador de muebles, perteneciente a esa generación que priorizaba lo artesanal por encima de lo económico.
Con 82 años a cuestas, este hombre desgarbado y humilde continúa trabajando solo en un amplio taller ubicado en la parte  delantera de una casa centenaria que ocupa una superficie de 1200 m², en Balvanera, en Moreno al 2200. Es el mismo lugar en el que se instaló hace seis décadas y que, con el transcurso del tiempo, devino en una extensión de su morada. “Esta propiedad era la cochera de un presidente, después se remató y la compró en $300 un familiar mío que ya falleció. Siempre estuve en Balvanera, es un barrio que me gusta mucho, que quiero mucho, donde viví y tuve a mi familia. También aprecio a la gente de la zona, tengo muchos clientes acá”, expresa con sencillez.
Su taller constituye una verdadera reliquia. Lo recorremos guiados por el carpintero mientras su fiel compañera -una hermosa y cariñosa gata gris- nos sigue a sol y a sombra. Se ven impresionantes montañas de madera de todo tipo, muebles a medio hacer, herramientas tradicionales –algunas fabricadas por él mismo-, restos de selectos muebles antiguos, ocho viejas máquinas, compradas hace añares y que en la actualidad ya no existenen el mercado. Casi no queda espacio para circular, tenemos miedo de tropezarnos en ese maremágnum. El lugar conserva los resabios de un incendio ocurrido hace aproximadamente quince años. En ese momento González Tosar contaba con nada menos que doce colaboradores, que se retiraron después del triste suceso. El ebanista se vio obligado a empezar de cero pero juntó fuerzas y –gracias a un dinero ahorrado- pudo ir rearmando todo y retomar su actividad.
En el taller, nuestro entrevistado dicta clases de carpintería desde hace muchos años. Tiene seis alumnos que asisten una vez por semana, de 18 a 21. Al respecto, comenta: “Como docente me siento muy bien porque es lindo que a uno le digan ‘maestro’, ¿no? Hubo varios alumnos extranjeros que consiguieron trabajo, pusieron taller. Les enseño el oficio en sí y la forma de atender a un cliente: cómo se hace un proyecto, cómo se presenta, el diseño. Los alumnos vienen con mucho entusiasmo y alegría, y a mí me respetan mucho. Es gente de primera, tienen mucho interés en la actividad. Después de su jornada laboral, vienen y están tres horas manejando madera para hacer la pata de un mueble o el respaldo de una silla. También colaboran conmigo en algunos trabajos”.


SALVADOR EN PLENA FAENA


El ebanista reniega de la carpintería actual, a la que considera “comercial” y en manos de comerciantes. Concibe a su oficio como un arte y trabaja en consecuencia: realiza muebles distinguidos, delicados, elaborados. Los clientes que tiene son de larga data y piden cosas refinadas. Por eso, a sus alumnos les enseña estilo y les trasmite su importancia. “Si falta el estilo, la carpintería se reduce a cortar madera con una máquina, con un hacha. El resultado es un mueble sin arte, sin nada. El mueble tiene que tener esa belleza que haga que el cliente se sienta feliz cuando lo lleva a su casa, que lo disfrute. Ahora la mayoría de la gente compra un mueble que está hecho, aunque no sea lindo ni se adapte al ambiente, lo pone ahí y listo. No le interesa la parte técnica, que el mueble deje espacio para circular y embellezca el lugar”, afirma con convicción.
Hoy quedan pocos colegas de la “vieja guardia”, aquellos que reivindican el aspecto estético, González Tosar sentencia tajante que la carpintería no va a desaparecer, va a seguir porque el ser humano valora el arte, lo auténtico, lo genuino. Al mismo tiempo remarca que, para alcanzar esa excelencia, la formación es fundamental, ya que no se aprende mágicamente. Se lamenta de que en los institutos de carpintería actuales se imparta pura teoría y no se promueva el contacto directo del alumno con la madera como él lo hace en su escuela.
Aunque admite que no tiene la energía de antes, asegura que dejará de trabajar sólo cuando su físico le diga “basta”. A viva voz manifiesta su gratitud y vocación por la actividad: “Yo le debo mucho a la carpintería, pude ganar dinero, comprar propiedades. El oficio me apasionó siempre porque si no, me hubiera dedicado al comercio con el que hubiera ganado mucho más y no hubiera tenido que luchar tanto. Hoy se puede subsistir con la carpintería pero hay que trabajar mucho, hay que ser muy honesto porque si uno hace un proyecto, lo tiene que cumplir al pie de la letra, no hacer algo que no sirva. El trabajo tiene que estar bien terminado para que el cliente lo vuelva a llamar”.
                                                                                                            
                                                                                       Laura Brosio







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