Hace
mucho tiempo en un pueblito suspendido en la quebrada, hoy llamado Purmamarca,
no existía el color. Los lugareños, cada vez que miraban a su alrededor, se
ponían tristes, cada vez más tristes… Un paisaje monótono: los cerros unos
iguales a otros, las mañanas y las tardes muy silenciosas unas iguales a otras,
alguna casa de adobe acá y otra allá unas iguales a otras, un guanaco, una
vicuña, una llama caminando despaciosamente unas iguales a otras.
La
Pachamama fue quien tuvo una idea. No podía permitir que de esa tierra brotara
tristeza en vez de brotar alegría. Decidió colorear el pueblito. Comenzaría
haciendo pintar los cerros y para ello llamó a los duendes, esos que habitan
entre las montañas, y les encomendó una ardua tarea: embellecerlos. Les darían
vida con colores y harían que provocaran admiración a todo el que los mirara.
Así se enamorarían de esa tierra y nunca, nunca la abandonarían.
Como
sería una sorpresa para descubrir cuando estuvieran listos, los duendes-pintorcitos
debían ser muy cautelosos. Necesitaban hacer su “trabajo” de noche, cuando
nadie los viera. Para ayudar, llamó a Mama Quilla, la luna y a los cardones, los
vigías eternos. Ella iluminaría la oscuridad y ellos guiarían por dónde pintar.
El
plan se puso en marcha. Llegada la noche los duendecitos prepararon los
pinceles y los mojaron en los colores que Pachamama había elegido. Usaron el
rosa de los flamencos, el rojo de los minerales del lugar, el verde de los
pastos de los valles, el pardo terroso del centro de la tierra, el blanquecino de
las salinas, el dorado que Inti, el sol, le regaló… ellos comenzaron a pintar y
pintar tarareando una canción hermosa y muy pegadiza que nadie podría escuchar.
¡Manos
a la obra! La mágica pintura fue dejando destellos de luz por aquí y por allá,
fue haciendo ribetes en el cerro y aún más… en el aire. Ahora hasta los ríos
van tomando color porque los pintorcitos enjuagan los pinceles en sus aguas. También,
como salpican, van cubriendo todo el paisaje, todos lados… un verdadero arco
iris. Todo es luz. Todo es color. Todo es brillo.
Felices
por su trabajo los duendes saltan, ríen y festejan.
Es
su ofrenda a la Pachamama que los mira como felicitándolos por la tarea
cumplida. Mama Quilla se va ocultando y ya llega Inti, que hace resplandecer el
sol, para que con su luz muestre qué ha sucedido en el cerro. La gente no puede
dejar de admirar, la gente no puede dejar de reír. La tristeza se ha convertido
en una pincelada de alegría.
Dicen
que, aún hoy, todo el que observa el cerro se sonríe y se arrodilla a dar las
gracias porque entiende que allí hay un regalo de los dioses. Dicen, también,
que la gente aprendió a cantar una coplita, aquella que tarareaban los
pintorcitos, la elevan al cielo en el crepúsculo como su inmenso agradecimiento
por traer la alegría al pueblo.
Leyenda de Jujuy
Cecilia Santoro en su libro “Ocurrió
hace mucho tiempo… Leyendas de nuestra patria”
El
Macizo de los Siete Colores es un
cerro que se encuentra en los alrededores de la famosa Quebrada de Purmamarca, departamento
de Tumbaya, en la provincia de Jujuy. La villa de Purmamarca (“pueblo de la
Tierra Virgen”) se encuentra a sus pies.
Es
producto de una compleja historia geológica. Sus distintas capas de colores son
el resultado de los sedimentos marinos, lacustres y fluviales que desde hace
600 millones de años se fueron depositando en la zona, y que luego, por movimientos
tectónicos, adquirieron la ubicación actual.
Entre
los colores que se pueden ver allí están el verde, el amarillo mostaza, el
rosado, el blanquecino, el pardo marrón morado, el rojo pardo terroso y el
naranja, que forman un espectáculo natural como pocos en el mundo.
Fue
declarado en el año 2003 Sitio Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO
debido a su enorme valor cultural.
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