lunes, 5 de abril de 2010

CAFE EL BANDERÍN



Un bar histórico que conserva la magia


El pintoresco fileteado que sella el cartel de entrada, en la esquina de Guardia Vieja y Billinghurst, anuncia la existencia de El Banderín, declarado Café Notable de la Ciudad de Buenos Aires por la Legislatura en 2004. De acuerdo a la Ley 35 de 1998, se considera como notable “aquel bar, billar o confitería relacionado con hechos o actividades culturales de significación; aquel cuya antigüedad, diseño arquitectónico o relevancia local le otorguen un valor propio”. Su propietario, Mario Riesco, afirma con orgullo: “La calificación de Bar Notable nos la merecíamos, después de estar tantos años acá, es un bar tan conocido... Por ser un Bar Notable, dos veces por año teníamos espectáculos de tango o folklore, organizados por el gobierno porteño, pero desde 2008 se dejaron de hacer”.

Riesco reconoce haber transitado toda una vida entre esas mesas. Su padre español, Justo, instaló el café en 1923, en tanto él se hizo cargo del mismo en 1958. Al principio el local funcionaba como bar-almacén bajo el nombre de “El Asturiano- Provisiones y Fiambrería” pero en 1962, ante la invasión de los supermercados, el rubro de almacén se suprimió. Poco a poco, el lugar fue adquiriendo una particularidad, devino en un auténtico museo futbolero: sus paredes están abarrotadas con 450 banderines originales de clubes de todo el mundo, que Mario comenzó a coleccionar en los años sesenta. Los primeros fueron los del cuadro de sus amores, River Plate. Un amigo que viajaba con frecuencia a Europa le traía los de allá y así llegó a atesorar más de 300. Fue en ese momento que decidió bautizar el negocio con la denominación actual.

A lo largo de tantos años desde sus inicios, hubo muchas personalidades de todos los ámbitos que desfilaron por este acogedor lugar. Entre los deportistas, figuras de la talla de Fangio, Firpo, Pascual Pérez, Pedernera, “Rojitas”, Marzolini, Márcico. Otros visitantes conocidos fueron Tato Bores -que grabó allí un fragmento de su Good Show-, Eduardo Falú, Juan Alberto Badía. Asimismo, algunos tangueros ilustres concurrieron asiduamente, desde Gardel, quien era amigo de Justo, hasta Pugliese, Troilo y Rufino. Y entre los actuales, se los puede contar al “Negro” Ayala, Juan Carlos Godoy, Ricardo Marín y Ernesto Baffa.

Don Mario hace una comparación entre los habitués de antaño y los de hoy: “Antes venía más gente del barrio, sobre todo del Mercado del Abasto. Actualmente, vienen escritores, actores de los teatros de la zona, pintores. Por acá pasa mucha gente porque están el Shopping y el Supermercado Coto. De marzo a diciembre hay una movida grande de jóvenes que asisten a los teatros. También vienen muchos chicos extranjeros que están estudiando acá”.

El Banderín es el único café histórico del Abasto, los demás se fueron cerrando. Apenas se traspasa la puerta, el visitante siente que ha ingresado a otro tiempo. Es que salvo el mostrador, todo permanece igual a 1923: las antiguas mesas y sillas de madera y, entre otros objetos expuestos, un televisor, un sifón y una radio de épocas remotas.

En plena siete de la tarde allí se puede estar ajeno al ajetreado tránsito de autos y personas, conversando, leyendo, saboreando una picada o un café, el bar funciona como un remanso, mientras suena un tango y puede verse un partido de fútbol en la pantalla del televisor. Todo esto coronado con la cordialidad de don Mario, quien hace sentir a los clientes como en su casa. El dueño esboza una explicación respecto a la supervivencia del negocio: “La gente sigue viniendo después de tantos años porque la mercadería es de primera y atendemos bien. La idea es que el cliente vuelva. Nuestra especialidad es la picada. El café tiene que ser bueno porque es un fuerte tremendo, la gente lo aprecia y lo toma porque el pueblo argentino es muy cafetero”.

En octubre del año pasado se concretó, al fin, el sueño que obsesionó a Mario durante largo tiempo: el encuentro con su máximo ídolo, Daniel Pasarella. El “gran capitán” llegó de sorpresa al local y juntos compartieron la botella de Cinzano que el titular del bar había guardado durante décadas especialmente para la ocasión. Un cuadro con una camiseta de River autografiada por el ex jugador y una foto gigante que los retrata sonrientes testimonian ese emocionante momento.

Así como desde pequeño Riesco ayudaba a su padre en el café, sus hijos continúan el mismo camino. “El menor abre a la mañana y yo tomo las riendas desde las cinco de la tarde hasta la madrugada. Ya somos cuatro generaciones que manejamos el café: mi padre, yo, mi hijo y espero que el nieto siga, yo no voy a estar, a lo mejor no le gusta y vende, uno nunca puede saber”, expresa con algo de tristeza. El alma máter del bar no puede con su genio: promete preservar el aspecto del local y seguir acumulando banderines, aunque en esas paredes ya no quede resquicio para uno más.


Laura Brosio

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